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Jueves, 24 de febrero de 2005

EXTRAÑAS ENERGIAS EN EL NOROESTE CORDOBES

Todos juntos en Capilla

Ovnis, ángeles, un museo “hippie” y cementerios indígenas con el cerro Uritorco de fondo como inspiración celestial. Un recorrido esotérico por ese mundo dividido entre creyentes y escépticos, donde también el rocanrol dejó su huella.

POR J.A.
Desde Capilla del Monte

No hay mediciones de rating que lo fundamenten, pero seguramente el canal Infinito es la señal televisiva con mayor audiencia en el norte del Valle de Punilla. Allí, en la cincuentena de kilómetros cordobeses en la que conviven localidades como Capilla del Monte y San Marcos Sierras, lugareños, trabajadores de temporada, turistas y baqueanos de lo paranormal desoyen siglos de positivismo frío y se entregan con igual entusiasmo a la observación de ángeles, al avistamiento de ovnis, al debate sobre la avanzada extraterrestre, a la captación de energías sobrenaturales, a la exploración de la herencia de los aborígenes comechingones y a la supervivencia de la cultura hippie.

Con el cerro Uritorco como vedette, los cielos de la zona son ricos en luces que se mueven; algunas amarillentas, otras blancas; algunas con recorridos rectos, otras con estelas curvas. Esta cualidad celestial divide a quienes creen estar viendo estrellas fugaces y quienes suponen presenciar embotellamientos de platos voladores.

La polémica sobre los extraterrestres gana temperatura en Capilla del Monte, donde –cual Control y Kaos– el Centro de Informes sobre Ovnis (videoteca, hemeroteca, archivos) es refutado por el Centro de Desmitificación del Fenómeno Ovni, al que suscriben los escépticos y los que denuncian charlatanerías para atraer al turismo. Pero el Uritorco ya no es el único pico que convoca a quienes dan la espalda al suelo; ahora también el cerro Alfa invita a caminatas nocturnas y se erige como atracción para fanáticos de Taken y The X-Files. ¿Nace un nuevo clásico?

En las zonas rurales montañosas que separan San Marcos Sierras de Capilla del Monte, en tanto, parajes como el Valle Encantado y la Quebrada de la Luna –no confundir con el parecido Parque sanjuanino– reúnen no sólo a seguidores de Fabio Zerpa y a autores menos populares en su denuncia de las avanzadas alienígenas. También los campos y estancias son escenarios de relatos y evidencias del paso de los comechingones por el lugar, con la terrible historia del suicidio masivo ante el ataque de los conquistadores españoles como biblia oral favorita de los baqueanos. La moderada presencia turística se reparte entre la figura fantasmal del cerro Colchiquín (lugar del mencionado suicidio colectivo), los datos sueltos sobre experiencias alucinógenas de los comechingones, las pinturas rupestres de la gruta de Ongamira, los morteros tallados en rocas y un solitario camposanto –anunciado por un cartelito en un alambrado en una ruta de ripio– que, lejos del imaginado por Stephen King en Cementerio de animales, apenas se adivina entre las piedras, los pastizales, los espinos y los ululares espectrales.

A algunos de los parajes, como Huertas Malas, sólo se accede a pie y mediante un arduo e imperceptible sendero; son definidos por la folletería oficial como “peligrosos, enigmáticos y misteriosos”, y requieren la asistencia de un guía. Consultado por el No, un baqueano autorizado por la Municipalidad de Capilla del Monte advierte que las travesías “requieren mentalidad abierta por la presencia de ángeles y por tratarse de un centro único de energía”. Mientras tanto, algunas señoras suscriben a la teoría del manantial energético y permanecen inmóviles de cara al Uritorco, con brazos abiertos y piernas separadas, semejando una equis humana, esperando recibir en sus cuerpos la oleada de energía.

En San Marcos Sierras, los descendientes de los comechingones de todo el país celebran periódicas reuniones de intercambio de saberes, y los artesanos-apicultores cultivan la hidromiel, a la que asignan milenios de vida y definen como “la bebida alcohólica más antigua de la humanidad”. Allí, el hippismo argentino podría tener su capital histórica. Largas barbas blancas y veteranas señoras de cabellos largos sin tinturas integran los resabios de una comunidad hippie que se atribuye haber sido la primera del país, fundada a fines de la década del ‘60, un lustro antes que su más mediática hermanita patagónica, la de El Bolsón.

La historia de aquella colonia se detalla en un insólito Museo Hippie, emprendimiento más conceptual que museológico en el que se destaca un relato oral acerca de la historia del hippismo y los atributos “hippies” de personajes como Jesucristo, Diógenes o Tolstoi. Además, cual Hard Rock Café del hippismo, cuenta con una colección de donaciones de artistas que van desde unos carteles escritos por Marta Minujín hasta una guitarra criolla de Tanguito o el CD Insoportablemente vivo, de La Renga. Sí, Chizzo estuvo en el Museo Hippie. ¿Lo habrá visitado mientras seguía la ruta de los ovnis?

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