Jueves, 31 de agosto de 2006 | Hoy
BETO ZAMARBIDE Y EL CUARTO DISCO DE LOGOS
El ex V8 descree del “nicho” del rock cristiano, y señala sus diferencias. Y no se olvida de las polémicas de los ‘80: “Lo que había era bardo a nivel social, no flores. Había desaparecido una generación y eso se traducía en violencia”.
Por Cristian Vitale
Que V8 –junto a Riff y Hermética– es una de las bandas más emblemáticas de la historia del heavy nacional, es una certeza tan enorme como el devenir desigual que tuvieron sus integrantes. Al malogrado Osvaldo Civile lo devoró el alcohol; Ricardo Iorio suele amotinarse contra el pasado; Gustavo Rowek mutó en alter con Nativo y el otrora endemoniado Beto Zamarbide hoy parece un arcángel. Quién lo ha visto y quién lo ve a ese frontman virulento que casi estropea a piñas a un hippie en el BA Rock ‘82. Que detonó las aguas mansas del rock post-Malvinas poniendo su voz acerosa a Ideando la fuga y Parcas sangrientas. O que tocó fondo, mal, con todo tipo de drogas, antes de “rescatarse”. “Nosotros irrumpimos en un momento en que había mucha cocaína en la calle y la gente se ponía muy loca, ¿sabés?”, dice, como tratando de recuperar un pasado brumoso. Se refiere al momento en que, junto a Riff, estaban “inventando” el heavy criollo. Pappo y amigos con Ruedas de metal, y V8 cabalgando sobre el tupido terreno de Luchando por el metal, disco que sellaría a fuego a las futuras generaciones metaleras.
“Nos acusaban de cadeneros y todo eso, pero nadie decía que a dos cuadras de Obras estaban asesinando pibes en la ESMA, mientras los medios publicitaban al BA Rock con el slogan ‘Bienvenido rock, adiós a la pálida’. ¡Y Piero tirando claveles a la gente! Una falacia total, ridícula, fellinesca. Lo que había era bardo a nivel social, no flores. Había desaparecido una generación y eso se traducía en violencia. En la época de V8 siempre caminábamos por las calles adyacentes a las avenidas, porque caminar por las avenidas implicaba caer preso o desaparecer. Después de eso, todos terminamos confundidos, y en esa confusión siempre gana el descontrol. En muchos casos, nosotros no sabíamos cómo reaccionar, el público tampoco y la gente se agredía a sí misma. Fue como un estallido del ‘ahora somos libres, ¿y qué hacemos?’. Cuando uno no sabe contra quién pelear, tampoco sabe de qué manera hacerlo.”
Es el único rato en que Beto se sobresalta. Durante el resto de la nota permanece sentado. Mira sereno y pacífico. Tiene 45 años y no acusa marcas visibles del pasado. No usa tachas, tatuajes ni anillos de metal. Está rodeado por dos nuevos integrantes del reformado Logos (Walter Scasso y Marcelo Ponce) y Miguel Roldán, aquel guitarrista que reemplazó a Civile en V8 y cofundó Logos, con él, en 1991. Los cuatro ultiman detalles de cara a la edición del cuarto disco de la banda (Plan mundial para la destrucción) y mechan palabras extrañísimas para la comunidad heavy. Hablan de Dios, la Biblia, la bondad y la crisis del ser humano. ¿De qué hablan estos pibes? “En el disco decimos que la crisis del ser humano responde a un plan. No solamente porque se fabriquen más misiles sino por la marginación a gran escala. Hay gente que directamente está excluida del sistema. El plan es mundial y ataca a los jóvenes de todo el planeta”, apunta, apocalíptico.
–¿Qué onda con tus ex compañeros de V8?
–A Rowek no lo vi más después de la reunión del ‘96. No tenemos trato. Iorio, aunque talentoso, ya no es la persona que hemos conocido. Y Civile, ya sabés, aunque no sabemos si se suicidó o no. Yo sé que con la plata que ganó en el Metal Rock Festival, fue a internarse a una clínica para recuperarse del alcohol. Es una incógnita. La verdad es que, viendo el futuro de nuestros compañeros, no estamos arrepentidos de haber tomado el camino de la fe. Dios hizo que podamos estar con la cabeza lúcida, sin contradicciones ni dobles discursos. En la época de V8, si no teníamos drogas cerca no ensayábamos, porque no tenía sentido. Hoy es al revés.
–¿Pueden las drogas explicar semejante conversión?
–Yo me cansé de ver morir amigos. Perdí tantos que, obviamente, no puedo considerar a quienes consumen como enemigos. Soy enemigo del problema, enverdad. En los ‘80 todo el mundo se inyectaba y nadie conocía el sida. Hay toda una generación que se perdió. Y después vino Menem y siguió matando.
El diagnóstico es claro. Beto y sus compañeros parecen parte de esa camada de rockeros pelmas y cristianos que están invadiendo los medios. Que llenan estadios e incluso se mezclan con bandas terrestres en los megafestivales. Pero existen bemoles. Uno es que el mensaje cuasi religioso está presente, pese al reviente, desde los orígenes de V8. “Dios llora al ver al hombre cautivo de un sistema”, cantaba Beto en el primer disco de 1982. Y muchos temas de El fin de los inicuos (Salmo 58 o La gran ramera) hacen alusión a una búsqueda espiritual. Fue el momento en que la Biblia suplió a las drogas en los ensayos. Lo que hizo Logos fue racionalizar ese olfato espontáneo. Otro bemol es que, a diferencia de Rescate –por nombrar alguno–, ellos están de vuelta. “Yo toqué fondo mal, loco”, insiste Zamarbide. “Era una cosa de autodestrucción y engaño. En el caso de la generación anterior, el uso de drogas era con otro fin. Pero en los ‘80 fue distinto. Ahora, como nos abrimos de esa historia, terminamos siendo unos traidores.”
–¿Por haber dejado las drogas o por haber introducido ideas religiosas en el heavy metal?
–Porque reaccionamos contra la pose de que para hacer rock tenés que ser un reventado.
–¿Logos es una banda de rock cristiano?
–No. Somos cristianos que hacen rock pesado. Hoy, la media te exige etiquetarte. Hay un mercado de rock cristiano y eso. Pero Logos no es un ministerio cristiano, ni está al servicio de nadie. Las bandas que se dicen de rock cristiano quisieran estar en nuestro lugar. Ellas, en 1991, no querían salir de las iglesias y nosotros somos rockers hace mil años. Hay una diferencia.
–Pero puede afirmarse que Logos está en los antípodas de los parámetros estéticos, y las ideas que proliferan en los rockers “agnósticos”.
–Es que la mayoría de las bandas que escuchás en la radio están mandando mensajes tipo “afanale al quiosquero”. Eso es meterlos en la confusión y el caos. Los pibes que vienen a vernos, por suerte, no están taladrados por los medios. Nosotros creemos en el compromiso con esa gente... Si les volcás confusión y estupidez, los estás verdugueando. Nosotros les decimos que hay gente que está esperándolos en la esquina para venderles paco.
Roldán, cuyo discurso es casi un calco del de Zamarbide, interviene para marcar territorio. Si Babasónicos es el rock nacional, Logos es otra cosa. “Resulta que siempre que se habla de rock nacional, se habla de ese pibe que tiene cara de tortuga (Dárgelos), pero nunca de rock pesado con roce social. Y no es casual, porque la pavada da más de comer que la realidad. La pavada tiene mucho valor hoy... Te pasan 88 veces a los Babasónicos por la tele, y a vos ninguna. El único tipo que se mantuvo haciendo rock hasta la sepultura fue Pappo.”
Plan mundial para la destrucción es el cuarto disco en la serpenteada carrera de Logos. Entre 1991 y 1998 editaron los tres anteriores (La industria del poder, Generación mutante y Tercer acto) y después hubo una impasse propiciada por la mudanza de Zamarbide a Estados Unidos. “Me fui porque estaba enojado con el país. Hoy parece que el artista tiene que estar a full y siempre te sale un gol de chilena. Por eso me pareció inteligente dejar que pase un tiempo. Incluso llegué a pensar en dejar la música.”
Zamarbide puso la casa para una de las trifulcas cumbre del metal argentino. En 1986, cuando Civile se quedó en Brasil con Rowek, la banda no sólo convocó a Roldán sino que sumó otra guitarra: Walter Giardino. Apenas duró cuatro meses. “Estábamos en casa y Giardino no compartía nada con Iorio. Había incompatibilidad entre ambos y se agarraron a trompadas. Uno dijo: ‘No me gusta tu onda’, el otro le respondió y se fueron a las piñas. Era parte de la confusión. Además, V8 no era la banda que Walter esperaba”, evoca.
–¿Qué otras piñas viste?
–Uff. Mil. En esa época nos agarrábamos a piñas hasta por un golpe de bombo. Era normal que Peyronel y Pappo se agarraran y terminaran debajo de la mesa donde los viejos napolitanos comían fideos. ¡Cuántas veces vi a Vitico agarrándose a ganchos con Pappo por un arreglo! En V8 era lo mismo.
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