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(1) “Yo quiero mi bandera”, Sumo.
Con la poesía áspera y cínica de Sumo,
brota algo así como un himno sobre
la banalidad y el simbolismo ¿tonto?
de una tela celeste y blanca.
(2) “Rutas argentinas”, Almendra.
Clásico vintage, federal y campero,
aunque de inequívoco origen urbano
(vamos, pero volvemos ¿no?).
(3) “Canción de Alicia en el país”,
Seru Giran. El más filoso y monumental aporte de Charly García a la descripción de un momento particular de la Argentina.
(4) “El arriero”, Divididos. Obra cumbre de Atahualpa Yupanqui en versión Hendrix de Pergamino, eslabón perdido entre el folklore y el rock argentino de los noventa.
(5) “Más de un millón”, Attaque 77.
Arenga ciudadana y patriótica, estimuladora del siempre tenso nervio rocker
del “nosotros contra ellos”.
(6) “La casa desaparecida”, Fito Páez.
El Pequeño Páez Ilustrado, desaforado
y enciclopédico. Una ambiciosa
reconstrucción histórica en 11 minutos
de tensión instrumental.
(7) “Mi autopista”, Andrés Calamaro.
Ejemplo sintético de la feroz verborragia
calamaresca circa El Salmón, y mirada contundente sobre la última dictadura militar.
(8) “La pampa”, Los Visitantes. La simpleza telúrica y gauchesca de los sentimientos del campo, en clave poética y hippie.
(9) “Costumbres argentinas”, Los Abuelos de la Nada. El reviente institucionalizado
como costumbre local, casi una década antes al primer doping positivo del Diez.
(10) “Represión”, Los Violadores. Furiosa y testimonial (antifutbolera, entre otras cosas), además de inspirar la cuasi remake “Pastas y vino”, de Los Auténticos Decadentes.