Domingo, 9 de noviembre de 2014 | Hoy
FAN › UNA ACTRIZ ELIGE SU PELíCULA FAVORITA: MONINA BONELLI Y TOY STORY 3
Por Monina Bonelli
Me apresuré a dejar los juguetes. A los siete años las muñecas ya eran el pasado para mí. Prefería correr, ser varonera o, mejor dicho, pegarles a los varones en el recreo. Además nunca fui coleccionista. Más bien, desprendida. Más bien, perdía todo.
No sé ni cómo llegué a tercer grado. Mis cuadernos hasta entonces parecían escritos con huellitas de algún animal doméstico que se había revolcado en el barro, yo. Pero en tercero muté de salvaje a mejor alumna y me hice una mejor amiga, también vecina, también mejor alumna, mi socia de los deberes, y compañera inseparable de juegos y paseos. Nos íbamos al cine continuado del barrio. Programa infantil. Nos dejaban en la puerta y nos iban a buscar, nos daban plata para un helado y así pasábamos la tarde. Ahí vimos La Sirenita, pero no la de pelo rojo de ahora: una china que termina mal, la sirenita pierde y se convierte en burbujas. Un bajón. Me pudrí de los dibujitos. Quería ser grande y ver películas con actores.
Pero como todo lo que se deja antes de tiempo vuelve, así volvieron los juguetes y el cine animado. Treinta años después, por una circunstancia muy estrambótica, participé del guión de un dibujo animado que quedó en piloto. Investigando vi todos los dibus que me había perdido por ser “grande”. ¡Y los nuevos! Me hice fan de Pucca y empecé a coleccionar cuanto muñequito con rodetitos encontraba. Así vinieron los peluches, las miniaturas, los robots a cuerda. Para rematar, tuve un novio muy coleccionista, muy cinéfilo y “niño grande” de los que ríen pero no lloran.
Un día, ya en los finales del idilio, me invitó a ver Toy Story 3. “Pero no vi la 1 ni la 2”, dije. “No importa, vas a entender igual”, respondió. La supuesta última película de la saga (se confirmó una cuarta para 2015) cuenta el momento en que Andy está por irse a la universidad y debe decidir qué hacer con sus juguetes. Andy planea llevarse sólo a su preferido: el vaquero Woody, el resto al ático. En tanto, su mamá propone hacer una donación a la guardería para niños Sunnyside. Por un error, la mamá de Andy tira la bolsa del resto de los juguetes a la basura y éstos, temiendo un trágico final, convencen a Woody de huir a la guardería. Ya en Sunnyside, la vida parece ser promisoria, pero Woody sigue convencido de que Andy los quiere y decide volver. No bien se va, el resto de los juguetes son confinados a la sala de niños más pequeños que los revolean y torturan. Para colmo todos los juguetes de la guardería están bajo el mando de Lotso, un oso de peluche malvado y resentido. ¡Todo mal! Mientras tanto, Woody ya está por llegar a casa cuando lo intercepta una vecinita, Bonnie, quien se adueña de él. Los juguetes de Bonnie le pasan el dato de lo que ocurre en Sunnyside, así que el vaquero se las arregla para emprender el rescate. Las peripecias que atraviesa la banda de juguetes para retornar a la casa de Andy parecen no tener fin. Intriga, peligro de destrucción, acción, sorpresas suculentas. Mi novio de entonces y yo estamos tan excitados como el resto de la platea mini, comemos pochoclo de los nervios. Después de mucho yugar y casi al borde de la muerte, los juguetes vencen a Lotso y retornan a su hogar.
Vuelta al punto de partida: Woody se acomoda en la caja que dice “Universidad”, el resto de los juguetes en la caja con destino al ático. Ya dentro de la caja Woody espía: Andy y su mamá entran en la habitación. De repente, ella se detiene al ver que todo está embalado, las paredes con empapelado de estrellitas vacías, la infancia de su hijo son puras cajas. “Es que... desearía poder estar siempre con vos”, confiesa ella mientras le da un largo abrazo interrumpido por el perrito de la casa, que también quiere despedirse. Woody está azorado, gira la cabeza y ve dentro de la caja la foto que su dueño se lleva como recuerdo: es Andy niño con todos, todos los juguetes. Entonces Woody tiene una magistral idea. Se zambulle en la caja con sus colegas y deja afuera una nota con la dirección de la niña Bonnie. Andy la encuentra y sin entender mucho lleva la caja a esa dirección. Al llegar reconoce a su vecinita, que está en el jardín rodeada de juguetes. Comprende o presiente por qué está allí, entra. Bonnie, sorprendida, se acurruca detrás de su mamá. Pero Andy inicia el ritual mágico, saca uno a uno los juguetes y se los presenta, contándoles sus gustos e historias. Cuando las ofrendas parecen haber terminado Bonnie se acerca a la caja y encuentra en el fondo a alguien conocido. “Mi vaquero”, dice la niña. Andy no comprende qué hace Woody allí y al principio se lo retacea pero luego hace la presentación final: “Woody ha sido mi compañero desde que puedo recordar, pero lo que lo hace realmente especial es que él nunca me abandonaría”. Aunque le cuesta, se lo regala. Andy juega por última vez en compañía de Bonnie. Los juguetes de ambos se entremezclan mientras ellos ríen y corretean. Cae la tarde. Andy se pone al volante de su auto y antes de partir observa a Bonnie, que mueve la manito de Woody despidiéndolo. “Gracias, muchachos”, susurra y se va. ¡Chin pun! La acción mítica es gloriosa. Adiós a la niñez, comienzo de la herencia.
Yo lloro, obvio. La audiencia está demolida. Pero Pixar-Disney no nos va a dejar ahí tirados. Arranca un bonus track musical a pura pompa y todos festejan. ¡Qué alivio! Por fin, empiezo a estirar las piernas, tanta acción me dejó rota y necesito aire. Entonces lo veo: acurrucado y casi sin poder moverse el niño grande, coleccionista y cinéfilo se aferra a una campera o no sé qué. La cabeza gacha y un temblor pequeño. Lo abrazo y arranca un llanto de las profundidades infantiles que parece remontarse a la vida anterior. Me contagia, ¿a quién no? El abrazo es largo, otra despedida. Mientras la sala se vacía, pienso en todos los juguetes que no recuerdo y que no me costó dejar. Pienso que Andy es un capo y pienso que cuando llegue a casa voy a darle cuerda a mi robotito.
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