Domingo, 9 de noviembre de 2014 | Hoy
ENTREVISTA Después de mucho tiempo de gira, Diego Frenkel descubrió que sus canciones encontraban una nueva vida. Reversionadas en formato acústico, en mutación, lo sorprendieron. Y así decidió registrar esa relectura de su repertorio en dos discos que se editan en simultáneo, uno en vivo y otro de estudio: Vivo en Siranush, registrado en abril de este año, y Espontáneas, grabado en Santa Cruz, ambos acompañados por DVD. Además, en esta charla, poco antes de presentar sus nuevos trabajos, Frenkel repasa su infancia itinerante por América latina, los enérgicos años ’80 con Clap y la exitosa experiencia de La Portuaria.
Por Juan Andrade
“Yo tengo la idea de que las canciones son, de algún modo, como seres vivientes”, dice Diego Frenkel apenas comienza la entrevista. El músico habla de la salida en simultáneo de Vivo en Siranush y Espontáneas, un disco en vivo y otro en estudio que repasan algunas páginas salientes de su propia obra, pero en su mirada parece brillar la curiosidad de un naturalista del siglo XIX al evocar el descubrimiento de una especie desconocida. “Cuando el compositor las hace, las entrega a la vida”, sigue. “Y las canciones toman vida propia, mutan, crecen, se modifican. Son interpretadas por otros, son apropiadas por la gente, con sus propias asociaciones y experiencias personales. Y tienen una particularidad, además, como seres vivientes: no se mueren, son eternas. Van a permanecer, porque trascienden al artista.”
Con el cierre de la última etapa de La Portuaria, Frenkel le dio un nuevo impulso a su carrera solista. “Después de sacar El día después y Célula, estuve girando por el país entero, en distintos formatos. Hice muchos shows acústicos con mi nueva banda”, cuenta. “Y las canciones que me acompañaron en todos estos años de trayectoria se fueron adaptando a este formato acústico, tomaron un lucimiento muy particular. Todas empezaron a tener una versión muy propia, que difería en algunos aspectos de la original y las igualaba en contundencia, en contenido. Me parecía muy interesante mostrar eso: “Miren cómo son ‘10.000 kilómetros’ o ‘Nada es igual’ después de haberlas tocado millones de veces sólo con la guitarra”.
Fue así como surgió el proyecto de materializar la relectura del repertorio que había forjado junto a sus actuales compañeros de ruta: Lucy Patané (guitarra), Florencio Finkel (bajo) y Pedro Bulgakov (batería y percusión). “Son más jóvenes que yo y lo que encontré en cada uno es, básicamente, una sensibilidad como artista de su instrumento. Son personas con la cabeza libre y la capacidad de nadar en aguas desconocidas”, explica. Grabado en abril pasado, Vivo en Siranush es un CD y DVD que se puede escuchar y también ver como un redescubrimiento en tiempo real de temas de La Portuaria y de su carrera solista. Los invitados también aportan su cuota de renovación sonora: Charo Bogarín (Tonolec), Paula Maffia (La Cosa Mostra), Lisandro Aristimuño, Mauricio Mayer y Fernando Ruiz Díaz (Catupecu Machu). “Cada uno tiene una voz absolutamente singular”, los define.
Una semana después del concierto, la agenda de Frenkel y compañía los llevó rumbo a El Calafate, Santa Cruz. “Ibamos a hacer un concierto acústico y, como parte del viaje, nos íbamos a quedar una semana en el estudio de grabación que tiene allá Coqui Ariztizábal, en un plan como de ‘colonia creativa’ para músicos: te quedás haciendo lo que quieras, con el estudio a tu disposición”, cuenta. “Como no tenía muy claro qué hacer a nivel estudio, se me ocurrió versionar a su vez varias de las canciones: sentía que era una gema que valía la pena dejar plasmada, que iban a aparecer cosas distintas. Y eso se complementó con un proyecto audiovisual que hicimos con Mana García: registramos lo que pasó con ocho cámaras, en una suerte de videos documentales.”
El resultado de su incursión en un laboratorio audiovisual está contenido en otro CD + DVD, que viene a completar la ambiciosa e inusual apuesta “cuádruple” del cantante y guitarrista. “Se fue dando sobre la marcha, lo hicimos como una experimentación. Y, justamente, por ese carácter casi inesperado, le puse Espontáneas”, dice. “Tenía muchas ganas de hacer esas versiones espontáneas, porque siempre fui muy metódico con los discos de estudio. Quería ver qué pasaba al tocar las canciones dentro del estudio, qué agarraba de esa energía acústica en poco tiempo, cómo iban a quedar los temas a pelo, al desnudo. Y me encanta cómo quedó.”
En definitiva, la que aparece ahora en un primer plano es su faceta de intérprete. “Cuando uno graba un disco de canciones nuevas, por más que las hayas demeado, hay un vértigo al descubrir cómo son interpretadas en el momento mismo de registrarlas. Esta vez, en cambio, era como habitar en lugares en los que ya había estado, definitivamente. Y jugar a interpretarlas dejándome llevar, con los ojos cerrados, volando con una canción que ya había caminado un montón.” Hay dos temas ajenos que se repiten en Vivo en Siranush y en Espontáneas: “‘Imágenes paganas’ de Virus ya la había grabado en mi primer disco solista. Y ‘Dear Prudence’ la había tocado varias veces en vivo, incluso con La Portuaria. Esos discos de Los Beatles, Sgt. Pepper o El Album Blanco, en mí tuvieron un efecto de apertura de un imaginario gigante: fueron las llaves para abrir las puertas de la percepción”.
Los primeros recuerdos de Frenkel están emparentados con el descubrimiento de los flequilludos de Liverpool en medio de una geografía particular. “En mi temprana infancia viví en Caracas, porque mi familia iba rotando de países: Argentina, Venezuela, Chile. Mi papá es economista, tenía que ver con la política y con una permanente huida de dictaduras y persecuciones. Nos fuimos allá por su trabajo. Mi mamá era una militante de izquierda muy aguerrida y tenía relaciones con el mundo de la izquierda venezolana. Era un lugar interesante, porque tenía una relación muy fuerte con Latinoamérica pero también con los Estados Unidos: en pleno auge del petróleo, llegaban muchos discos importados. En Caracas fui al cine a ver el estreno de Submarino amarillo. Tenía cuatro, cinco años. Y me detonó la mente en colores. Ya soñaba con ser músico: quería ser baterista.”
La visión de esa catarata de arte pop coincide, en su memoria, con un horizonte cada vez más oscuro. “Fue bastante agitada e inestable, la verdad, toda mi infancia”, dice, cerrando los ojos y apretando los párpados como si acabara de recibir un golpe en un dedo. “Por cuestiones relacionadas con la política fuimos deportados de Venezuela. Vinimos a Argentina y de ahí volvimos a Chile. Idas y vueltas. En una de esas vueltas, con mis padres separados, como mi madre era amiga de la gente de Manal, empezamos a frecuentar todo ese mundo del rock y de la psicodelia emergente en Buenos Aires. Para mí era muy atractivo, porque era un ambiente donde se respiraba mucha libertad. Y yo lo vivía de chico: me acuerdo de haber ido a recitales, ahora los veo como contornos fugaces.”
En la discoteca de sus padres el jazz convivía con Los Beatles, Hendrix con la música clásica. “Ante la inestabilidad social y familiar que yo vivía, la música se convirtió en un refugio y en un canal de liberación absoluto”, dice. A los once, doce años su búsqueda se perfiló hacia la guitarra y, un par de años más tarde, ya estaba componiendo sus propios temas y tocando en una banda de su colegio, el Vicente López. “Y ahí vino el descubrimiento del rock en español: Spinetta, Manal y los fundadores, pilares de una corriente que era singular, porque traía la esencia del rock anglo, pero con la personalidad, la lírica y la cultura nuestras. La primera vez que escuché Artaud fue como abrir una nueva puerta de la percepción. Eso marcó para siempre mi personalidad, como la primera vez que vi a Virus, en el ’83.”
El final de la dictadura militar coincide en su relato con su egreso de la secundaria. “Salía de una adolescencia de mucha represión social y empezaba una etapa de sentirse libre, con una noche porteña colorida, estimulada, donde emergían importantes grupos de arte, teatro, danza y rock. Fue un momento de mucha intensidad y mucho talento”, afirma. Los Encargados, Los Pillos, Fricción, Soda Stereo y Sumo rondaban el mismo circuito en el que Frenkel se insertó con Clap. “Estábamos influenciados por una visión futurista del mundo, muy densa y oscura, que venía tanto de la literatura como del cine (Blade Runner, Brazil) y la música. Clap estaba basado en un concepto futurista del audio y de las letras, pero también estaba atravesado por la new wave, el punk, el new romantic y el pop más energético y salado.”
“La Portuaria fue como una respuesta”, tira. Con sus estertores, los ’80 también dejaron marcados a fuego “los quiebres rápidos de una generación que revienta cuando aprieta demasiado el acelerador. La muerte rápida de Luca Prodan, la de Federico Moura. Había cantidad de gente que conocíamos, que caía como moscas. Y mi propio crecimiento, también, hizo que me reencontrara con Christian Basso para formar una banda a partir de un sonido más acústico”. El álbum debut, Rosas rojas, los ubicó en un mapa entre real e imaginario en el que el continente del rock y el pop se fundía con climas flamenco, afro, latino u oriental. Una avanzada alterlatina que compartían con Mano Negra, Los Fabulosos Cadillacs, Café Tacvba y Aterciopelados, entre otros. “La diversidad étnica, la nueva idea de aldea global en un principio tenía un carácter positivo, antes de ser succionada por la fuckin’ globalización económica.”
Para su segundo trabajo, Escenas de la vida amorosa, la banda “ya había empezado a mutar hacia algo menos determinado que lo étnico. Porque ‘El bar de la calle Rodney’ tiene elementos de lo anterior, pero es una mezcla absolutamente local: es una representación de la porteñidad”, define. La canción también marcó un primer salto de popularidad de La Portuaria, que se multiplicaría exponencialmente con la salida de Devorador de corazones y ese imán todoterreno llamado “Selva”. “No sabíamos que ‘Selva’ iba a ser un hit tan grande. Y de repente nos encontramos haciendo giras por todo el país, en discotecas y festivales de distintas provincias. Nos agarró en un momento de diversión, la pasábamos bien. Tuvimos la oportunidad de viajar bastante y desde muy temprano.”
Junto con la percepción del tiempo, los viajes son uno de los temas recurrentes en sus letras. “Cuando viajás, lo más valioso es tu experiencia íntima, la relación con una vereda, un café o una persona”, dice. “Eso es lo que guardo de los recorridos que he tenido por el mundo. Una tarde entrando en un pequeño bar de Nueva York en un lugar perdido y ver a un negro tocando un saxo tenor. O comprar las últimas ropas que se vendían al atardecer en los puestos de El Rastro en Madrid. Cruzar con Sebastián Schachtel de Calais a Dover, sacando fotos desde el ferry que va de Francia a Inglaterra. Esos momentos generan una especie de revelación”, dice el autor de aquella letra que afirmaba: “Viajar no está en el viaje /la vida no es un lugar”.
Para Frenkel, en la biografía de La Portuaria pueden recortarse claramente dos ciclos: uno inicial, el de los ’90 y el que vino a continuación, en la década siguiente. En el medio, hubo lo que él define como un “break”, en el que vinieron aventuras paralelas como Bel Mondo o el primer capítulo de su historia solista. “Las dos etapas forman parte de distintas reencarnaciones de mi vida y lo llevo en el corazón. Pero hay un cierre de La Portuaria y llegó en un momento en el que sentí que el proyecto estaba agotado. Y me pareció que lo más honesto conmigo era dejar el nombre que lo sostenía, para ver cómo funcionaba yo, qué podía pasarme como autor con mi propia búsqueda. Necesité despojarme mucho y, de a ratos, incluso verme con ciertas flaquezas e incógnitas. Me pasé un año en silencio, un momento introspectivo y también de duelo, porque dejaba atrás una parte de mi vida.”
Fue estimulante poder encontrar un nuevo punto de partida a esa altura de su trayectoria. “Lo que me gustó fue dar las cartas de vuelta y no tener ningún compromiso, en principio, con ninguna regla de juego, ninguna estética previa, ningún universo musical determinado”, describe. Y así se reencontró, desde un lugar diferente, con su propio instrumento. “La guitarra es como el caballo del vaquero o del gaucho: la extensión de tu ser. Y a la vez es una herramienta. Estuvo bueno volver al trabajo más artesanal, a los pequeños detalles: cambiar las cuerdas, tocar dos o tres notas. Hay un ritual íntimo con el que me pude reconectar. Fue un año de vaciamiento y confieso que, por momentos, me desesperaba, porque sentía que creativamente tal vez no tenía nada para decir.”
El resultado del proceso de introspección y reseteo está contenido en El día después. “Ahí arrancó esta nueva etapa, donde después armé la banda para salir de gira”, agrega. Después de Célula y del doble registro acústico mencionado más arriba, ahora va por más junto a sus nuevos compinches. “Tengo el setenta por ciento de un disco nuevo, estamos trabajando temas en los que la pulsión rítmica, el groove, es lo fundamental. Pero me cuesta darle nombre a lo que hago: poner el pensamiento por delante de la fluidez de la acción”, dice. ¿Será que, en su caso, la búsqueda importa más que el lugar al que se llega? “Es que, definitivamente, no se llega a ningún lugar. Nosotros estamos caminando sobre el tiempo. Y, cuando estás llegando a un lugar, te das cuenta de que ya estás dando un paso hacia otro. Esa es la cuestión con el tiempo.”
Diego Frenkel presenta los CD + DVD Vivo en Siranush y Espontáneas el próximo jueves 13, a las 21, en la Sala Siranush, Armenia 1353.
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