Domingo, 9 de noviembre de 2014 | Hoy
De Rubens y Gauguin a Man Ray y Dalí, del Marqués de Sade a Joyce, de Godard a Buñuel y más adelante de la publicidad al sexo virtual, el culo es aquella parte del cuerpo humano que, situada en el justo medio y por detrás, sufrió un proceso de paulatino desocultamiento a lo largo de los tiempos. Y si ahora vivimos la era del desenfrenado exhibicionismo mediático de esta parte de la anatomía, la publicación en Argentina de Breve historia del culo, viene a rastrear la construcción cultural de lo que hay detrás de uno de los grandes fetiches contemporáneos. Radar conversó con su autor, Jean-Luc Hennig, un escritor, gramático y periodista de Libération en los años ’70, que tuvo ocasión de conocer a Sartre y Foucault y que llevó adelante diversas obras de investigación sobre la sexualidad, el destino de los cadáveres y los crímenes en el seno de prisiones y ejércitos, temas que siempre le valieron una fuerte atención pública y, obviamente, no pocas polémicas.
Por Juan Pablo Bertazza
Dos o tres años atrás, en un recordado programa de la flamante personalidad destacada de la cultura, Evangelina Anderson bautizó a su propio culo con el nombre de su pareja, Martín Demichelis. Se desencadenó entonces un hilarante diálogo sin ilación entre el susodicho (“últimamente tiene cara de culo”, redondeaba la escultural modelo para evacuar cualquier tipo de duda) y el conductor del programa, quien poco antes se había permitido una ironía: simulaba prohibirle a uno de sus camarógrafos mostrar el culo de Anderson porque “en el proyecto televisivo en el que estamos embarcados no anida semejante idea”.
El cul de sac parece inevitable: ¿cómo señalar semejante atraso sin caer, a la vez, en un estéril señalamiento acusatorio? o, peor aún, tal vez cualquier comentario de ese estilo redunde en un eterno retorno sin salida, como si pudiera existir un punto de contacto entre las críticas al exhibicionismo sin doblez de ShowMatch y lo que allá por 1765 repudiaba Diderot sobre el pintor rococó François Boucher: “Ese tipo no agarra el pincel más que para pintar tetas y culos, y a mí me gusta verlos pero no que me los muestren”. Pero en aras de su integridad vale la pena recoger el guante, tomar el toro por las astas y decirlo de una vez por todas: el culo no sólo no es culpable sino que incluso es la víctima. La perversión de la culocracia –tal es el término que acuñó José Pablo Feinmann para referir el culto al culo en Filosofía política del poder mediático– no pasa por su oblicua presencia en los medios sino por el triste modo en el que se lo aborda. El malestar en la cultura, después de todo, no debería responder tanto al protagonismo del culo como a su absurda usurpación, vale decir, al terrible maltrato al que se lo somete.
Pero cuando todo parecía perdido, se encendió una luz proveniente de París: acaba de publicarse por primera vez en Argentina Breve historia del culo, de Jean-Luc Hennig, editado originalmente en Francia en 1995 y compuesto por treinta y tres entradas al tópico en cuestión, cual fragmentos de un discurso anal. Lo primero que se propone es hacer hincapié en la naturaleza cultural (o la cultura de la naturaleza) del culo, a tal punto que Hennig asegura que su forma prominente, junto al lenguaje, es uno de los rasgos distintivos del hombre con respecto a los primates. Incluso llega más lejos y explica que el desarrollo de los músculos que componen la cola –los más poderosos y de mayor volumen– tuvo lugar durante una instancia fundamental de la evolución: cuando el hombre finalmente se para en dos patas. Paradójico: el auge del culo provocó, entonces, la caída del viejo método de arrastrarse en cuatro.
Hennig reafirma la idea con un exhaustivo y apasionante rastreo de referencias artísticas al culo: en películas como El desprecio de Godard o El perro andaluz de Buñuel, en referencias literarias obvias como el Marqués de Sade pero también en las incendiarias cartas de Joyce a Nora Barnacle (“Prefiero tu culo, querida, a tus tetitas porque hace cosas más sucias”); infinitas pinturas y fotografías de nombres tan diversos como Gauguin, Rubens, Man Ray y Dalí, y hasta una curiosa teoría según la cual la enigmática sonrisa de la Gioconda no sería otra cosa que la raya de un culo masculino, identificable con solo girar el cuadro 90 grados.
No faltan tampoco anécdotas de la petite histoire (“en Roma se llamaba inspectores del culo a los magistrados encargados de la vigilancia de las costumbres”) debates y dilemas –a mediados de los ochenta, el Tribunal Federal de Suiza no sabía cómo resolver la situación de una mujer que había exhibido su trasero en la calle, ya que no se decidían entre conducta ofensiva o indecente–, transgresiones de todo tipo y tamaño, curiosos vínculos entre el trasero y el deporte (dice Hennig que “el culo del rugby es el culo mejor plantado, el culo tozudo”) y, claro, el siempre apasionante universo de la publicidad francesa, que sobre el culo tiene mucho para decir: el puntapié inicial lo dio la marca de sillones Airborne. En 1969 envió a varios medios un anuncio a doble página con cincuenta culitos en primer plano y un texto que decía “y sí, todo está ahí, nuestro oficio es hacerte sentar: anatómica, social y casi filosóficamente”, que más de una revista se negó a publicar. También sobresalen los casos –los culos, mejor dicho– de una modelo africana que posó desnuda como si su cuerpo fuera una fuente de champagne y del popular cantante Michel Polnareff, quien por mostrar alegremente su trasero en un afiche pagó una multa millonaria.
Vale decir que todas estas referencias se van entremezclando de manera fluida con reflexiones, análisis y descripciones, por ejemplo, acerca de las diferencias de tejido adiposo entre el culo femenino y masculino. Están ahí, en definitiva, para hilvanar algo así como una historia: los anales de una de las pasiones más atávicas de la humanidad.
“Cuando salió por primera vez, en 1995, el libro tuvo mucha repercusión en diversas partes del mundo, porque fue traducido a quince países, no generó un shock sino cierto estado de sorpresa porque era la primera vez que se abordaba este asunto. De hecho, fue mi primer bestseller, y se lo debo a la atracción que me generó la lectura de Senos, de Ramón Gómez de la Serna, un libro fascinante que no habla tanto de las tetas sino más bien de su frondoso imaginario”, aclara en una charla telefónica con Radar, desde su casa en la paradisíaca comuna francesa de Evian-les-Bains –cerca de la frontera con Suiza–, el autor del libro del culo.
Jean-Luc Hennig es un gramático y periodista que, desde 1974 hasta 1981, trabajó en el diario Libération (donde cada tanto veía pasar a Sartre, “aunque siempre estaba apurado y desconfiaba de todos”), que despabiló la radio suizo-francófona con sus comentarios sobre erotismo, además de escribir una treintena de libros, producir un programa de televisión que nunca salió al aire acerca de hombres que buscan hombres con intenciones sexuales (“Me aceptaron el proyecto y luego me lo rechazaron por impúdico, no sé si existe algo así hoy, pero me sigue pareciendo una idea fabulosa”) y crear un subgénero que se conoce en Francia con el nombre de “periodismo del deseo”.
Breve historia del culo (cuya aparición llenó de culos las librerías y los cines, de la misma forma en que Cincuenta sombras de Grey posibilitó la aparición de montones de avatares) viene a ensanchar una tradición en la que pueden incluirse libros como el ya mencionado de Gómez de la Serna, prohibido por supuesto por el franquismo, y también Coños de Juan Manuel de Prada y, en menor grado, Las cien mil vergas de Apollinaire.
Sin embargo, el debut de Hennig, Les juges kaki (1977) nada tuvo que ver con el erotismo: se trató de una investigación sobre los crímenes cometidos en el seno de los ejércitos militares, que incluía un prólogo de Foucault: “Lo tuve como profesor y tuvimos un par de encuentros, aceptó escribir el prefacio porque en esa época estaba muy interesado por el tema de la prisión”, recuerda orgulloso.
La escritura del erotismo empieza para Hennig con su segundo libro, Les garcons de passe (1978), una investigación sobre la prostitución masculina. Luego publica Morgue, otro original trabajo periodístico sobre el tiempo que transcurre entre la muerte de una persona y la desaparición de su cadáver, incluyendo algunos casos de necrofilia.
A pesar de que Jean-Luc Hennig no conoce la Argentina, se muestra muy contento con la primera publicación de uno de sus libros en nuestro país (ahora, propiamente dicho, en el culo del mundo).
“Todavía no fui nunca, pero tuve contactos muy profundos con Argentina. El primero, sobre todo, a partir de Borges. Leí todos sus libros y su obra me parece extraordinaria, Borges es uno de los escritores que más me han marcado en la vida. Por otro lado, entre muchos amigos argentinos que tuve, hubo uno con el que estuvimos realmente muy unidos: Copi. Por él conocí la troupe de Alfredo Arias, el actor Facundo Bo y tantos otros con los que pasamos momentos inolvidables en Montmartre cuando yo vivía en París.”
¿Cómo cambió la mirada sobre el culo desde que se publicó el libro hasta hoy?
–En muchos aspectos no cambió, la fascinación es la misma, aunque desde hace algunos años vengo notando que la exposición integral de culos como los de Rihanna, Beyoncé o JLo, hicieron de él un producto más de merchandising, un objeto casi en venta, que pone seriamente en riesgo la calidad más soñadora que, desde siempre, inspiró el culo. Yo creo que el deseo nunca tiene que ser hiperbólico, sino que funciona más bien con la reticencia, es decir, con el escote y la ropa apretada. No me interesaba el aspecto real o fisiológico del culo sino su imaginario, el conjunto de pequeños detalles que hicieron encender la llama sagrada del culo desde el origen de la humanidad hasta hoy.
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