Domingo, 15 de febrero de 2015 | Hoy
FAN › UN MúSICO ELIGE SU CANCIóN FAVORITA. TOMI LEBRERO Y “THE KISS”, DE THE CURE
Por Tomi Lebrero
Mientras escucho Kiss me, Kiss me, Kiss me de The Cure, el disco doble que la banda editó en 1987, quedo nuevamente fascinado con esas introducciones enigmáticas, esos gritos-sollozos que sólo Robert Smith puede hacer tan bien. Ese timbre me sigue embelesando no bien empieza el disco con su misterioso tema “The Kiss”, y me retrotrae directamente a una etapa en la que fui muy feliz. Tenía ocho años cuando salió el disco y estaba descubriendo la música de la mano de mis hermanos mayores.
El compilado de la banda británica llamado Standing on a Beach (ese que tiene en la tapa la foto de un viejo medio lumpen, con una sonrisa apenas marcada) había sido sin duda el hito más importante de mi corta vida musical. Mis hermanos lo tenían en disco y les pedí que me lo pasaran a casete para escucharlo en mi primer walkman, regalo de Papá Noel allá por diciembre de 1986. El walkman era un enorme ladrillo de plástico blanco de una dudosa marca paraguaya y recuerdo que no tenía la tecla rewind, solamente tenía fast forward, con lo cual si quería volver atrás tenía que dar vuelta el casete. Por cierto, sí que volvía atrás para escuchar y volver a escuchar esas canciones como “Killing an Arab”, “The Forest” o “Primary”. Mi fanatismo por esa banda y ese disco era total, pocas veces he sentido esa pasión por una obra musical. Ese verano fuimos una semana a Pinamar y para mí los castillos de arena habían perdido todo interés. Robert lo había logrado, era un niñito dark y bailaba en mi cuarto su música súper pop y oscura a la vez, al ritmo de la promesa de que nada me detendría: yo sería músico, yo sería cantante.
Para la Navidad de 1987, el pedido era obvio y quería que mi primer vinilo fuese el disco doble Kiss me, Kiss me, Kiss me que mi banda favorita había editado ese año. Crisis económica en la Argentina, algún hermano mío que sin duda tenía comunicación directa con Papá Noel me informa que por más bien que me hubiese portado –sin duda, era un buen chico–, Santa no podía atender mi necesidad de un disco doble, pero que mi hermano mayor, Nico, también lo quería y que había grandes posibilidades de que lo pudiese traer para los dos. Algo empezaba a sonarme dudoso y temía que el disco no llegase nunca, siendo que mi hermano diez años mayor, un adolescente empedernido, no aplicaba para nada en esos requisitos que le venden a un pibe que Papá Noel exige.
Pleno diciembre, calor en Buenos Aires, mi walkman paraguayo andaba con dificultad de tanto que lo había usado y la cinta del compilado Standing on a Beach estaba realmente gastada. A esas ganas indescriptibles que tenía de escuchar el nuevo disco de The Cure se le sumaba la incertidumbre de si el regalo llegaría o no, a causa de las constantes fechorías de adolescente que acometía mi buen hermano. Una noche que mis viejos habían salido, apareció la solución; otro hermano mío, Marcos, develó el secreto: Papá Noel definitivamente no existía y él sabía dónde se guardaban los regalos. En el momento no lo dudé y pensé “a la mierda con Santa, ¡vamos por ellos!”. Ahí estaban los paquetes, arriba en un placard. Bajamos el que evidentemente era el disco doble y le sacamos las cintas muy cuidadosamente, siendo que luego habría que ponérselas de nuevo. Corrimos al tocadiscos, breve sonido de púa y comenzaron a sonar unas notas incisivas de bajo en contrapunto a unos golpes de toms de batería, luego la guitarra distorsionada y flangerosa, teclados épicos, más golpes de toms y como a los dos minutos aparece la voz de mi pastor e ídolo indiscutido Robert Smith. Nunca me voy a olvidar de ese primer tema de ese disco, y de lo misterioso que me pareció cuando empezó. La letra de “The Kiss” es romántica y violenta, además. Dice: “Bésame, tu lengua es como veneno, tan hinchada que me llena la boca / Amame, amame, amame / clavame al piso y arrancame las entrañas”. Esa noche lo escuchamos entero y repetimos el procedimiento alguna siesta de sábado a un volumen mucho más bajo. Sin embargo, había algo que no terminaba de atraparme, por más que entendiera la genialidad musical del disco; algo me mantenía un poco distante.
Ahora que lo escucho a la distancia, puedo corroborar que es un disco excelente con grandes temas, de un The Cure en un momento altísimo de su carrera. Sin embargo, me llama la atención que no conozco todos, absolutamente todos los recovecos de ese disco, como me pasa con el compilado Boys Don’t Cry. “The Kiss” sigue guardando esa tristeza y ese misterio. Probablemente, pasada la emoción del momento, tuve que enfrentarme con la verdad de que efectivamente Papá Noel eran mis viejos y la intuición de que la vida estaría llena de desilusiones.
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