Domingo, 30 de octubre de 2005 | Hoy
FAN › UN FOTóGRAFO ELIGE SU FOTO FAVORITA
POR FABIANA BARREDA
Elegí esta obra porque es bella y conmovedora. Es pura, contemporánea, biográfica, universal. A la vez es directa y experimental.
Cuando me invitaron a elegir “una” imagen, a la noche soñé con ella.
Hoy, ahora, una imagen. Muchas otras pasaron por mi mente, imágenes de artistas que admiré profundamente. En otro momento, veinte años atrás, hubiese sido sin dudar Nan Goldin o Ana Mendieta o Mariko Mori, o mi siempre venerada Grete Stern.
Pero hoy es Gabriel Orozco, porque esta pieza es un “Infraleve”, una huella contingente de un acto de vida hecho obra, esa categoría de Marcel Duchamp –hallada en sus manuscritos– que cambió radicalmente la designación de acto artístico de una forma tan poderosa como una proposición de Wittgenstein.
Topología del accidente, o morfología de lo contingente, la fotografía aquí es parte de un todo: de un procedimiento, de una lógica específica, es una pieza que es performance, imagen, escultura y accidente, todo al unísono, como una composición sonora perfecta.
Y desde su profunda ternura emotiva en el proceso que me propone también deconstruye, como una obra de Matta Clark, Grippo o Testa. Deconstruye la forma de hacer arte, de pensar los lenguajes estéticos por separado o como fines en sí mismos, como decía Nietzsche al pensar la filosofía, los lenguajes son herramientas para construir esa realidad poética que crea un gesto artístico, ellos forman parte de una lógica total de procedimiento.
A partir de esta perspectiva, arte y filosofía son equivalentes; ambas son formas de creación de conocimiento sobre preguntas existenciales y éticas que crean lo real.
En esta obra, el autorretrato aparece como un sistema conceptual y emotivo, traspasa la identidad del uno para ser otro en un gesto de máxima entrega.
Es chakra cardíaco. Orgánico y latino, sensual y mexicano.
La obra es una paradoja en acto: antigua y vanguardista, natural y urbana, abre sentidos bifurcados. Posee una delicadeza doméstica, receptiva y activa, femenina y masculina.
En este gesto, el artista nos permite pensar y sentir una imagen, donde el cuerpo es la medida espacial de las emociones. Crea un corazón-huella de accidentar sus manos con la materia, descubre la plasticidad de la arcilla o la plastilina cuyo atributo es recepcionar –como un recipiente vacío– las formas contingentes de lo real. Así, la obra nos abre un universo nuevo, se convierte en una intensa arquitectura física, un dulce infraleve, un breve encuentro con el amor.
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