Domingo, 30 de octubre de 2005 | Hoy
MúSICA > LILIANA HERRERO CANTA EL LITORAL
Dos décadas después de su debut sobre los escenarios de la mano de Fito Páez, la cantante rosarina Liliana Herrero acaba de editar lo que ella considera que es el trabajo de su vida: un álbum doble bautizado Litoral, con un disco llamado Paraná y otro Uruguay, con invitados como Lidia Borda, Rubén Rada y Fernando Cabrera, junto a los que recorre clásicos nacidos a la orilla del río.
Por Martín Pérez
De dos manos cuenta que se agarró Liliana Herrero para hacer su último disco. Una fue la de Ramón Ayala, compositor misionero, gran poeta y pintor, que fue como un guía para ella. De hecho, tanto en su primer disco como en éste grabó su “Canto para el río Uruguay”. Aquella vez con una secuencia que ella recuerda como “muy extraña” y que remite a la Laurie Anderson del disco Mister Heartbreak, y ahora más cercana a como la compuso originalmente su autor. “Tal vez tuve que grabar aquélla para poderla cantar ahora así”, se pregunta Liliana, que precisa que Ayala es el único autor cuyos temas están en los dos discos del álbum doble, tanto en el del Paraná como en el del Uruguay. “Allá en Misiones, donde él nació, es el lugar donde ambos ríos están a menor distancia dentro del Litoral. Si vas por el medio de la provincia, los ríos están a la misma distancia el uno del otro”, precisa la cantante, que interpreta aquí clásicos de Ayala como “Lapacho”, “Pan del agua” y el venerable “El cosechero”.
La otra mano de la que se agarró Herrero para su Litoral es la del poeta Juan L. Ortiz, que para ella es quien descifra el enigma del río. Y recuerda que si piensa en Ayala cada vez que se imagina su Litoral natal desde los años ‘60, su relación con el mítico Juanele es de aún más larga data. “Juan L. Ortiz es de Puerto Ruiz, una ciudad entonces pujante cercana a Gualeguay, donde hay un delta muy precioso, el primer delta del Litoral, si es que todo el Litoral no es un delta, que es como yo lo pienso”, explica. “A Gualeguay es donde se va a vivir Juan L. Ortiz, y allí es donde nació mi padre. Por eso es que yo guardo aún su libreta de enrolamiento. Porque Juan L. era empleado del Registro Civil, y cuando mi padre cumplió los dieciocho, él le firmó la libreta.” Muchos años más tarde, recuerda Liliana, ella trabajó en la Vigil, una institución social que fue fundamental para el sur de Rosario en los años ‘70. Allí editó Juan L. sus primeros libros, y ella aún recuerda cuando los responsables de esa edición le llevaron al autor las primeras galeras de su libro El aura del sauce, al que habían corregido con esmero. Volvieron desanimados de Paraná, donde vivía el poeta, porque la esmerada corrección había reunido en el margen cada comienzo de renglón, y Ortiz les había dicho que no era así su escritura. “Mi escritura es como el río, zigzagueante”, les dijo, y tuvieron que hacer todo de nuevo. Por eso es que las letras de ambos discos en el sobre interno de este Litoral repiten ese zigzagueo. “Me acordé de la anécdota y pedí que respetasen ese vaivén del río”, explica, y todo encaja en su lugar. Especialmente el recuerdo.
UN RIO
Apenas se sienta a hablar del disco en el living de su casa porteña, Liliana Herrero se confiesa aún conmovida por su edición. Por el hecho de que, después de dos años de trabajo, Litoral es un objeto que puede sostener en sus manos. Hay que conceder que, como objeto, es precisamente uno de esos que es un placer manosear mientras se escucha la música. Pero, como disco, es un placer aún más grato escucharlo, con o sin objeto en las manos. Porque es una especie de summa de la carrera de esta entrerriana nativa, y rosarina por adopción, que desde hace dos décadas canta sobre los escenarios mezclando repertorios heterogéneos, pero dándoles una tierra común, que es la de su voz. “La voz piensa”, dice Liliana, casi enigmáticamente. “La técnica me ayudó para que lo que yo cante sea lo que quiero hacer, pero una vez que canto, ahí ya no piensa más la conciencia sino la voz. Piensa un territorio cultural y político, una memoria de combates dormidos de la cultura, una geografía, un lugar, un espacio.” Sin embargo, a la hora de compilar el trabajo de su vida, desde su nombre e idea inicial, Liliana Herrero ha imaginado un sitio homogéneo, en el que descansa su arte para marcar el fin de una etapa, de una estética, de un modo de buscar.
Es como si, después de tantos escenarios y tantos discos, hubieses podido de una vez mirar atrás, mirar tu historia, sin temor de ser convertida en estatua de sal...
–Diste en la tecla, es como que al fin me animé a mirar atrás. Pero lo digo usando esa imagen, sabiendo que el pasado nunca está detrás sino que siempre está en el presente.
EL OTRO
Una de las palabras litoraleñas que Herrero recupera como yapa –así dice, “yapa”, y no bonus track– al final de ambos discos es avío. Con esa palabra bautiza unas “breves variaciones” sobre el poema “Luz de provincia”, de Carlos Mastronardi, que hacen justicia tanto al recuerdo que Liliana tenía por aquellos versos que recitaba su padre (un fresco abrazo de agua/ te nombra para siempre) como a la versión que descubrió hace poco en el libro original (un largo abrazo de agua/ la nombra para siempre). “Por eso la presento como breves variaciones. Porque son las variaciones de la memoria”, explica, y vuelve sobre el tema recurrente de su carrera, que se derrama generosamente en cada surco –aunque el CD ya no tenga surcos– de Litoral. “Los recuerdos y la memoria son muy enigmáticos y siempre están ahí, como un ronroneo, como una especie de tela tosca sobre la vida de uno”, dice Liliana, mientras pasa a la cocina para preparar –justamente– un avío para cronista y entrevistado, cortando algo de pan y queso, y la charla se desvía un poco, y va hacia las canciones.
“Yo no podría vivir sin las canciones”, asegura. Cuando se le recuerda que alguna vez dijo que las canciones están ahí, esperando, vuelve al tema recurrente de su carrera, de este disco. “Por eso siempre digo que no tengo una idea lineal del tiempo, que más bien pienso que el pasado está en el presente, que el presente no es nada si no interroga al pasado, pero que a su vez el pasado no es nada si no está interrogado por el presente. Entonces, las canciones que no fueron hechas en este tiempo presente, aparecen igual a borbotones y a su vez nos están esperando”, calcula, y es imposible no pensar en uno de los temas más lindos de Litoral, “Parte del aire”, de Fito Páez, que no existía cuando Liliana grabó por primera vez “Canto al río Uruguay” en su álbum debut, y hoy es piedra fundamental del disco junto a todos los temas de Ramón Ayala. “Quería cantar esa frase: vengo de dos ríos que dan al mar. Más allá de que conozco la historia de esa canción, dedicada al padre y la mamá de Fito, yo quería cantarla. Porque no me importó cantar canciones que había cantado antes, pero haciendo otro texto con ellas. Si una puede hacer otro texto con un texto, estás salvado. Yo estoy hecha, digamos”, dice Liliana, y no puede evitar largar una carcajada. Y vuelve otra vez a empezar:
–Nací en una provincia llamada Entre Ríos y quedé atrapada ahí. Y yo sabía que alguna vez, entre esos ríos, tenía que decir algo. Siempre quise hacer un disco que se llamase Litoral, y siempre pensaba que no era el momento.
¿Por qué no?
–Porque sentía que no se me ocurría lo que yo sospechaba que se me podía llegar a ocurrir. Y cuando descubrí que podía hacerlo doble, y que un disco se podía llamar Paraná y el otro Uruguay, me di cuenta de que era el momento para hacerlo. Y de que siempre supe que tenía que ser así, pero aún no me había dado cuenta.
LA YAPA
Litoral es un álbum doble, ambicioso como cualquier álbum doble, pero que cumple casi desde el vamos con sus aspiraciones. Décimo disco de la carrera de Liliana Herrero, no hace más que ordenar aquellas obsesiones que atravesaron su discografía desde el primer momento. Artista apadrinada por Fito Páez en sus dos primeros discos independientes y heterogéneos (Liliana Herrero y Esa fulanita), que pegó un salto aún más heterogéneo en su único disco para una multinacional (La isla del tesoro, con foto de tapa por Alejandro Kuropatwa y en el que la acompañó Ricardo Mollo, de Divididos, en su versión de “Piedra y camino”, de Atahualpa Yupanqui) y luego se sumergió en una independencia aun más acérrima y al mismo tiempo prolífica, desde donde supo encontrar a su público, con una Herrero artísticamente madura y ambiciosa que se atreve a hablar de ella misma con las canciones de siempre. Y así es como su disco se envuelve de una litoralidad muy poco literal a pesar de su nombre. “Quise pensar al río como si estuviese quieto, como si fuese un espejo, que más que correr se expande”, confiesa. Los ritmos se aquietan, y Liliana canta aquí con una libertad admirable en cada tema, sin importar la métrica, la corriente, el devenir. “El río Paraná es más de tierra, más folklórico, mientras que el Uruguay es más tintineante, más urbano”, intenta explicar Herrero, mientras recorre los nombres de quienes la acompañan, y nunca han sido tantos. Fernando Cabrera, Lidia Borda, Rubén Rada y muchos más. Y a la altura de compinches musicales históricos, como Páez o Juan Falú, Liliana ubica a Diego Rolón, con quien compartió la realización artística de Litoral, un disco que la ubica en un momento muy especial de su carrera. “Me da la tranquilidad de la certeza de que estoy en el medio del temporal de una vida”, dice, y la razón de semejante frase se escapa, lentamente. Mientras se queja porque el color de su foto en la portada del disco se viró tanto al dorado, que el agua que la rodea parece un efecto fotográfico. “Me da bronca porque yo me metí en serio en el río”, explica. Nadie podría dudarlo.
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