Domingo, 5 de agosto de 2007 | Hoy
FAN
Una fotógrafa elige su fotografía favorita: Geraldine Lanteri y Nan and Brian in Bed, de Nan Goldin
Por Geraldine Lanteri
Cuando conocí la obra de Nan Goldin me volví completamente loca, me enamoré, pero, ¿de qué? No sólo de la belleza de algunas de sus imágenes, y de la sordidez de otras, sino del mundo al que me transportaba. Me enamoré de su mundo y de su actitud ante la fotografía. Me fascinó la sinceridad de su proyecto. Me convertí en fanática.
Podría elegir cualquiera de sus imágenes, cualquiera de sus libros. Pero elijo Nan and Brian in Bed, Nueva York City, 1983, foto publicada en dos de sus hermosísimos libros: The Ballad of Sexual Dependency y I’ll Be your Mirror.
¿Qué tiene esta imagen en particular que hace que no pueda dejar de mirarla sin sentirme conmovida, incómoda? Esa luz color miel de falso atardecer que inunda la escena, sin dudas. Pero sobre todo el tipo de energía en juego. El, ensimismado, exhausto, pensativo; ella, abrazada a su almohada, algo temerosa, chiquitita. Y en particular, esas miradas que nunca se encuentran: una faceta típica de las relaciones amorosas.
Inmediatamente, me imagino el momento anterior a la foto: un intercambio sexual, ni más ni menos. Pero, a través de la fotografía, recupero el momento posterior: el desencuentro entre los amantes, esa sensación de pérdida, de vacío. Cierta herida. Cierta tragedia. ¿Quién no sintió eso alguna vez? ¿Quién tuvo el valor para fotografiar ese momento, entre miles? Ella sí.
Es una foto ideal para escuchar con algún tema desgarrado de Nick Cave. Y un pañuelo en la mano, por las dudas. El retrato de Brian colgado en la pared, con su expresión dura, brutal, me pone los pelos de punta. Me está mirando directo a los ojos. Me da miedo.
Es una imagen que tiene algo deprimente, algo fatal, como una predicción terrible. Y, de hecho, su novio la golpearía ferozmente tiempo después y ella exhibiría ese autorretrato como una especie de prueba, de documento de lo que no debería repetir nunca más. Y así fue.
Admiro a muchísimos fotógrafos, pero con Goldin me pasa algo especial. Siento que la conozco, que vino a mi casa y que hablamos de la vida, de la amistad, del amor, de la muerte. Que fuimos a bailar, que nos emborrachamos juntas. Siento que es mi amiga. Siento que entendió la fotografía. Siento que le gusta fotografiar de verdad y que a través de las fotos conoce mejor a los que la rodean. Goldin no dispara, acaricia. Goldin no es voyeur, es una invitada más a la fiesta. Y esa fiesta es su vida.
Su obra me parece de una nobleza inmensa. Es puro amor, pura salvación y puro autoconocimiento. Y siempre quiero más.
Nunca me había sentido tan fanática.
Nan y Brian in bed, Nueva York (1983), Museo de Arte Metropolitano de Nueva York.
Nacida en Washington y crecida en los suburbios, Nan Goldin sacó su primera foto a los 15 años. Desde entonces no dejó de documentar su entorno más cercano: la comunidad gay y travesti, la escena post-punk y la violenta intimidad de la cultura de drogas duras. Pocas vidas han estado tan conectadas con su arte como la suya. Al punto de que Goldin dijo que su obra no era más que “el diario íntimo que permitía a la gente leer”. Nada más fiel a ese deseo que The Ballad of the Sexual Dependency (“La balada de la dependencia sexual”), el ya mítico libro donde se publicaron cerca de 800 fotos correspondientes a la primera década de su trabajo (desde mediados de los ‘70 a los ‘80), época en la que la artista vivía literalmente con su cámara. The Ballad of the Sexual Dependency, mucho más que un libro de fotos sobre la alienación y las desaveniencias amorosas en un barrio bajo de Nueva York, es una novela personal de la autora, tan íntima como despiadada. Nan y Brian in bed, la foto elegida, es la imagen paradigmática del libro e ilustra su tapa. En ella, Goldin mira desde la cama a Brian, con quien mantuvo un romance tan apasionado como tóxico y quien fue su pareja durante largos años. La otra foto memorable del libro es una en la que Goldin se fotografía golpeada por Brian. La mayoría de los personajes que aparecen en el libro habían muerto promediando los ‘90, en su mayoría víctimas del sida o de la heroína. A aquellos que alguna vez preguntaron sobre el nivel de exposición en su obra, Goldin no dudó: “La fotografía salvó mi vida. Cada vez que me sentí asustada o traumatizada sobreviví sacando fotos”.
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