Domingo, 4 de noviembre de 2012 | Hoy
FAN › UNA ARTISTA ELIGE SU OBRA DE ARTE FAVORITA: MARIANA ROBLES Y FLORES EN EL CUERPO, DE ANA MENDIETA
Por Mariana Robles
Hoy a la siesta salí a caminar en dirección a las montañas de Merlo. Estoy de paseo por acá, visitando a mi mamá. Mientras mi bebé Valentino duerme, yo aprovecho para dar una vuelta y detectar flores silvestres, hojas exóticas, árboles con brotes nuevos; material para mis dibujos y bordados. Toda la vegetación y los minerales de la zona son una referencia para mí, desde los yuyos que nacen al borde del asfalto hasta los juncos filosos que prosperan en los torrenciales cauces de agua.
A pesar de la fuerte resolana, fui divisando con claridad extrema una diversidad de plantas, flores, frutos y piedras. Así, sin darme, cuenta llegué al arroyo, donde siempre termina mi recorrido. Me senté en una piedra y empecé a distinguir una frágil silueta, grabada en la arena, reflejo difuso de un cuerpo femenino. No es casualidad: yo misma armé esas figuras adrede, uniendo el ripio, dorado y húmedo, que sobresale de la arena. Es mi manera de pensar en Ana Mendieta, desde este lugar silencioso y escondido, donde sólo ruge el agua. Un escenario propicio para un santuario imaginario, donde el recuerdo de su obra cobra intensidad y resucita.
Me parece que sus obras performáticas y sus fotografías tienen una relación innegable con la naturaleza. En la mayoría de sus trabajos, ella se filtra en paisajes monocromos, áridos o con temperaturas extremas. Lugares que nos costaría muchísimo transitar diariamente. En estas situaciones Ana siempre se encuentra desnuda y se confunde con las texturas, el brillo y los colores de las geografías elegidas, disolviendo el límite entre su piel y la tierra, entre su carne y las rocas, entre su cabellera y el agua. Este gesto de mezclarse, esconderse, de enterrarse para brotar como una flor o un yuyo silvestre, me produce mucha ternura y, cuando dibujo alguna plantita, me acuerdo de eso.
Su obra Flores en el cuerpo es para mí la más cercana a los paisajes de Traslasierra, por eso resuena armoniosamente en mis exploraciones a la hora de la siesta. Las flores blancas que la cubren, desde la cabeza a los pies, nacen por todos lados acá. Crecen dispersas en la mayoría de los senderos, aunque en su obra las veo distintas: así acumuladas en su cuerpo, no sé si forman una corona mortuoria o un ramo de novia. Sin embargo, prefiero pensar que no, ni muerta ni novia, sino intermedia, difusa, yendo y viniendo de un estado al otro. La fosa de piedras que la contiene, de cuarzo y mica, me recuerda a los piletones de rocas encastradas que hacíamos con los chicos de la cuadra en el medio del arroyo para detener el curso del agua y acumularla toda para nosotros.
Me gusta fantasear que en Flores en el cuerpo, una obra densa y perturbadora, sobrevive la poderosa mecánica de una ingeniería de la infancia. Y que, con una técnica arcaica similar a la que nosotros usábamos para divertirnos, Ana construyó su recinto de reina, siempre.
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