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Domingo, 4 de noviembre de 2012

FOTOGRAFíAS > MARCOS ZIMMERMANN RECORRE BUENOS AIRES PHOTO 2012

Ababelados

Después de años en el Palais de Glace, Buenos Aires Photo cruzó la calle y dio el salto al Centro Cultural Recoleta para convertirse en la feria de fotografía más grande de América latina. Perdió su estructura circular y su dimensión artesanal, ¿qué ganó? Marcos Zimmermann recorrió ese gigantesco laberinto de stands, galerías, negocios y novedades en busca de eso nuevo que antes no tenía. Y después de sufrir un poco, lo encuentra.

 Por Marcos Zimmermann

La feria está inmensa, casi inasible y más viva que nunca. A diferencia de ediciones anteriores, Buenos Aires Photo, la mayor feria fotográfica argentina, se trasladó desde su sede histórica en el Palais de Glace hasta el Centro Cultural Recoleta. Su espacio y las galerías presentes se multiplicaron. La gente que la visitó también.

Lo primero que habría que reconocer es que fue Oscar Smoje quien la acogió durante tantos años en el Palais de Glace, el que le dio el aura cultural que el evento necesitaba para escapar de la esencia comercial que motiva en el fondo esta feria, y la elevó a la categoría de exhibición artística que hoy tiene y que la fotografía argentina presente en ella se merecía. Pero había, además, en el Palais, algo de mágico. Aquel recorrido circular infinito, que remedaba a la escalera de esa maravillosa torre de Babel pintada por Brueghel el Viejo en el siglo XVI, obligaba a una insistencia en el mirar. Quiero decir que aquel volver al mismo sitio y a la misma fotografía al que nos conducía inconscientemente la arquitectura radial del edificio, permitía hacer decantar lo que nos había deslumbrado en un primer impacto para desmenuzar una y otra vez cada imagen. De ese modo, uno podía descartar lo que no habíamos sido capaces de reconocer de entrada como superfluo y ser atrapados, en cambio, por la magia escondida en otra foto. Todo, gracias a la trilla que producía la caminata. El ver reiterado ayudaba a refinar el criterio.

PRIMER PREMIO PETROBRAS, DE CAYETANO ARCIADOCONO.

Aquí, la sensación es completamente diferente. La disposición del Centro, la multiplicación del espacio de los stands y la cantidad de obras presentes abruma y da menos tiempo a la reflexión. Aunque en una segunda vuelta las cosas se aclaran.

Pero hablemos primero de lo más aciago. Antes de poder digerir una fotografía desde la cual una señorita desnuda en pose de cronopio haciendo yoga dona su sexo como florero para un bouquet (en una imagen cargada de desprecio hacia la mujer y realizada justo en un momento del país en donde la violencia de género está a la orden del día), nos sale al paso una fotografía del Capitán América vestido con tutú que en su simplicidad simbólica nos imprime el segundo retorcijón fuerte en el duodeno. Pero, sin dar respiro, la fotografía del americanito empieza una lucha cuerpo a cuerpo por el premio a la obra más banal de la feria, contra unas pretenciosas abstracciones de caballos de polo cuya autora aclara, según el catálogo, que los inefables momentos de su vida que gentilmente nos presta en esos clics, son “not for sale”. Y aquí es cuando el colon cruje verdaderamente. Aunque antes de poder sobreponernos, nos ataca desde otro stand la puesta en escena manierista de un soldado semidesnudo sentado en un sillón rococó y enmarcado al mejor estilo del siglo XIX, que compite con otra serie de estridentes fotografías de aspecto publicitario presentadas como abanderadas de la ecología y colgadas un poco más allá. Como si semejante indigestión no fuera suficiente y en medio de una contorsión del ciego que amenaza hacer bullir el empacho de manera inminente, surgen detrás de estas bellezas, varias fotografías de muñecas de plástico que parecen sonreírles a unas gigantescas copias de autitos de vívidos colores, situadas enfrente, que se me ocurren útiles para decorar cuartos enormes de niños ricos que tienen tristeza. Tuercas, deben ser los niños ricos y tristes, claro. Para entonces, todo intento de evitar el tsunami anunciado resulta imposible.

Es innegable, hoy otros lenguajes que se entremezclan con el arte fotográfico. Mucho. Fuerte. Demasiado. Y gratuitamente. A algunas fotografías de aparente factura sencilla, la pluralidad de lecturas encerradas en cierto instante mágico en el que fueron tomadas, las hace crecer. A otras, en cambio, el gran desierto yermo que aparece en el sitio donde debería morar la sensibilidad de sus autores, las revela. Pareciera que hacer fotografía hoy se tratara de realizar piezas publicitarias, más que obras de arte. Ser efectista, alejar a la fotografía de su relación con el mundo e imbuirla de un halo que resulte casi incuestionable por lo ambiguo o incierto, pareciera la técnica más repetida en algunos autores emergentes. Pero eso es justamente lo que no es la fotografía. Podrá ser un nuevo arte para el que propongo un nombre: Personal Advertising Art, ya que de fotografía verdadera, eso no tiene nada. Dejar de lado la materia misma de la que se nutre nuestra disciplina, es decir las imágenes que nos proporciona el mundo, y taponar con ruido formal la ausencia absoluta de discurso insistiendo en la repetición agobiante de estereotipos conceptuales, es convertir a la fotografía en un idioma que empieza y termina en lo fotográfico. Y la fotografía no es sólo fotografía. La fotografía es mucho más que la imagen que se exhibe. Es, ante todo, un lenguaje útil para hablar de la vida que pasa frente a nuestros ojos, de las circunstancias que nos tocan y, por carácter transitivo, de nosotros mismos. En este sentido, es más que extraño que la gran ausente en la mayor feria argentina de fotografía sea justamente la Argentina. Curioso. Y también revelador.

REFLECTORES DE LA ESCUADRA ANCLADA EN EL PUERTO DE BUENOS AIRES 1937. DI SANDRO.

Pero no se acobarden. Todo ese zoológico que espanta, y reconozco cae fatal, se mezclaba en realidad con excelentes obras de arte. Aunque sea difícil encontrarlas en el pajar y que la buena fotografía presente esté equiparada al marasmo de imágenes infaustas que remedan la nada monumental que coloniza la imaginación de muchos de los autores que creen haberse convertido en fotógrafos en los últimos años. Siento comunicarles que están equivocados. Todos estos ejercicios acrobáticos visuales, émulos locales de la globalización del artificio, que apoyan en las facilidades técnicas brindadas por las cámaras de última generación que aseguran la obtención de una foto correcta hasta a un ciego, no tienen absolutamente nada que ver con la fotografía. Sólo su apiñamiento ingente con otras obras que enaltecen la feria, puede disimular la superficialidad que sustenta a esos simulacros. Es sabido que toda aglomeración multiplica la importancia de aquello que no lo tiene y esconde lo valioso. Pero no deberíamos olvidar que, en fotografía, menos es más.

Ahora, lo mucho que hay de positivo en la feria. Buenos Aires Photo ha sido siempre un acto de fe. Ante todo de los fotógrafos, luego de los galeristas y, también, por qué no decirlo, de sus organizadores. Las autoridades del centro Cultural Recoleta, encabezadas por su director general, Claudio Massetti, y por su director de programación, Elio Kapsuk, decidieron hacer una apuesta grande, en conjunto con Diego Costa Peuser y Gastón Deleau, responsables del evento. Y lo lograron. No hay en Sudamérica una feria de fotografía más amplia y concurrida. “Hacer que estas cosas ocurran”, como dice Kapsuk, ayuda a reavivar con esta nueva edición de la feria una industria cultural quizá no tan visible como otras, pero de enorme crecimiento en nuestro país, como es ésta dedicada a la fotografía.

En este sentido, el público que circula habitualmente por el Centro Recoleta ayudará a dar cada vez más visibilidad a la fotografía argentina y añadirá nueva atención y nuevos coleccionistas a nuestro arte. Antes o después, vendrá también con ello una mayor mirada crítica sobre las obras y la gente no especializada podrá decir sus verdades. Esto también será positivo. “Los ojos crueles son los más ciertos”, escribe sabiamente Mercedes Solá. Todos los fotógrafos tendríamos que prestarle atención a su frase. En arte, la mirada incauta es muchas veces la más verdadera.

Esta edición de la feria se enriqueció además con la presencia de galerías de Uruguay, Bolivia, Perú, España y Estados Unidos. Joan Fontcuberta, parte indisoluble del movimiento fotográfico español de los últimos treinta años, es el invitado de honor. La extrañeza surreal de un Buñuel de la primera época que exhibían sus fotografías en los años ’80, se transforma hoy en sus “Orogénesis”, “Googlegramas” y “Gastrópodas”, en donde reflexiona sobre los nuevos lenguajes de transmisión de imágenes: un ejercicio singular, adecuado a la actualidad.

Hay también que destacar muy especialmente la elección de una fotografía de Cayetano Arcidiácono como la ganadora del primer premio del concurso Petrobras. Este magnífico fotógrafo residente en Mendoza, que ha venido desarrollando una obra de una coherencia admirable y de una austeridad ejemplar durante años, ha dado a todos, con este premio, una lección de sencillez. Su lomo de un caballo en blanco y negro, que es lomo, es paisaje y es metafísica al mismo tiempo, nos enseña que, en fotografía, la realidad es a veces mucho más rica que cualquier artificio.

Pero también hubo otros aportes visuales admirables a la feria: los vintage de Juan Di Sandro y la carpeta Ringl+pit (el hallazgo de la feria) que expuso Vasari, las fotografías del siempre reconfortante proyecto colectivo de la Fundación PH15 realizadas por habitantes de la villa Ciudad Oculta, los trabajos de Cecilia Lutufyan en la galería Casa Florida, la fotografía que Jorge Miño presentó al premio Petrobras, el hilarante zoológico de las imágenes de Juan Erlich y las tomas más sobrias de Eduardo Grossman expuestas por Archimboldo, varias de las fotografías de Roberto Riverti que mostró el Espacio Foto Arte, diversos clásicos del Espacio Makarius, los felinos de Malena Pizani de Foster Catena, dos fotos de Hugo Aveta presentes en GV Consultora de Arte, una fotografía de Gillermo Strodek-Hart en Matilde Bensignor, el retrato de Spilimbergo realizado por Anatole Saderman y expuesto en Sasha D Espacio de Arte, varias fotografías de cine ofrecidas por la galería española Arte Mínimo, algunas piezas de la serie de Julio Le Parc que ofrecía Del Infinito Arte, y un ensayo de cuatro fotografías de interiores de Rocío Frías expuesto en el Espacio OSDE-Arte joven.

Sólo me queda festejar la vigencia de una Feria como Buenos Aires Photo, renovada hoy en un sitio tradicional para el arte como es el CC Recoleta. Y también aplaudir a muchos fotógrafos argentinos que conozco, y a otros que no, pero a quienes igualmente admiro, que siguen dando batalla a las tergiversaciones, tretas y mordiscos a que la fotografía es sometida por la tenaza que agitan en conjunto curadores extra fotográficos y mercado. Dos actores que presionan con la fuerza que les brindan sus dos principales características: el oscurantismo crítico y la anomia. Un tándem que puja por llevar a la fotografía argentina a un sitio en donde globalización, concepto y artificio son las condiciones sine quibus non para “ser contemporáneos”. El mismo erial de Yanañahui que don Alvaro Amenábar ofrecía como única alternativa a los comuneros a quienes él había despojado de sus tierras en El mundo es ancho y ajeno, de Ciro Alegría. Un desierto tan ancho y tan ajeno a la fotografía, como el que propone una buena parte de las imágenes que se exhibieron en ésta, siempre esperada y bienvenida, Babel de la fotografía argentina.


Buenos Aires Photo fue del 26 al 29 de octubre en el Centro Cultural Recoleta.

NIEBLA EN MIRAMAR 1993. EDUARDO GROSSMAN.

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Una foto de la carpeta.
 
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