Domingo, 23 de diciembre de 2012 | Hoy
FAN › UN ARTISTA ELIGE SU OBRA FAVORITA: LUCAS MERCADO Y “LA GALLINA DEGOLLADA”, LA ADAPTACIóN DE ALBERTO BRECCIA Y CARLOS TRILLO DEL CUENTO DE HORACIO QUIROGA
Por Lucas Mercado
La adaptación por Alberto Breccia y Carlos Trillo del cuento de Horacio Quiroga “La gallina degollada” me quedó grabada en la memoria de una forma particular. Cada tanto, cuando cierro los ojos, se me aparece como una visión, o como algo atrapado entre la pared y el machimbre: la cara de esos cuatro personajes y Berta (¡Bertita!). Y por sobre todo, ese color y esa palabra: rojo.
Una constelación de posibilidades y relaciones: la Bandera de Artigas con esa franja roja que la atraviesa, la República de Entre Ríos, el rojo vestido de Manuelita Rosas, el rojo de la flor de ceibo, la estrella roja de la gorra que vi en una peña del partido... el rojo punzó. Podríamos conversar mil años sobre aquello que pensamos en un solo día.
Hace un par de años recibí como regalo de un amigo un álbum titulado Breccia Negro y volví a encontrarme con “La gallina degollada”. Todavía no sé bien por qué me gusta tanto esta historia, pero intuyo que es por lo siguiente: el protagonismo de La Casa, ese lugar de resguardo lleno de intrigas. Tal vez la única casa verdadera sea la de los padres, y cuando decimos “quiero” o “no quiero volver a casa”, es a ella a la que nos referimos. En mi caso no la recuerdo, aunque estoy seguro de que tenía canastas de mimbre, o algunas, o al menos una, o algo parecido al entramado de sombras con que Breccia arma los claroscuros. Pero también me gusta esta obra porque aborda las relaciones que se establecen entre las personas, y sobre todo por las que son para mí las relaciones más misteriosas: las que hay entre padres e hijos. En “La gallina degollada” me atrae la tensión en la forma en que se miran los personajes, en cómo hablan, las cercanías y distancias. Pienso en la transformación a rojo de los ojos de los cuatro hermanos en el transcurso de la historia: primero cuando observan el sol, segundo mientras ven cómo le cortan el pescuezo a la gallina y, por último, cuando atacan los cuatro juntos a Bertita.
Las cuatro viñetas finales, que arrancan con el “BER...” que el padre no termina de pronunciar, y terminan con la repetición de las dos últimas viñetas acentuando la angustia y dramatismo, inevitablemente forman parte de esas cosas que te quedan marcadas de manera indeleble.
De chico y en mis primeros años de facultad, el único (un poco autoimpuesto) acceso a algo parecido a las artes visuales era en las casas de canje, revolviendo, cachivacheando libros ilustrados, revistas de policiales, ciencia ficción, modelismo y la revista Fierro de la primera época, a la cual llegué tarde pero fue parte, sin duda, de mi formación. Es ahí donde conocí a Breccia en todas sus facetas. Podía pasarme horas mirando esos dibujos, imitándolo, copiándolo, aprendiendo a dibujar orejas, bocas y manos, dibujar como si nada importara y como si importara todo, cada cosa en su lugar exacto, un universo hecho de blancos, negros y rojos plenos que podían caber en la mesita de luz o en un cajón del escritorio.
De ahí surgió mi amor por la historieta y los fanzines. Andaba con la mochila cargada de revistas fotocopiadas o impresas en una calidad berreta, salía con amigos y las canjeábamos en los bares de Paraná por cerveza. Creo que todos los que comenzamos haciendo algo de historieta (así sea en los bordes de las mesas de la escuela) comenzamos por puro fanatismo, por querer ser otros, o como otros, o nosotros mismos pero de otra manera. “La gallina degollada” fue la posibilidad de Breccia y Trillo de ser otros a su manera, de ponerse ambos en la piel de Horacio Quiroga e intentar llevar un clásico literario hacia la historieta. Recuerdo hermosas adaptaciones: “El corazón delator”, de Breccia y “La pata de mono”, de Breccia/Trillo.
Me encanta la palabra “devolución”. Creo que la historieta nos enseñó a devolver, y no conozco a ningún historietista que no sea, a su modo, generoso. La historieta se conforma como un saber compartido: revistas y dibujos que pasan de mano en mano, consejos mutuos y la atractiva posibilidad de que cualquiera puede, con un poquito de tiempo y esfuerzo, hacer páginas que combinen dibujos y textos.
Al igual que los recuerdos, “La gallina degollada” entra en el terreno de lo inabarcable. Mis recuerdos están construidos con los mismos trazos de Breccia: gruesos a fuerza de pinceles gastados de tinta china, manchas grotescas pero a la vez precisas y, por sobre todas las cosas, el amor al dibujo.
Alberto Breccia nació en Montevideo, Uruguay, un 15 de abril de 1919. Cuando tenía tres años su familia se mudó a Mataderos, Buenos Aires. Allí, Breccia se desempeñaría como obrero en la industria de la carne. “Hacía un trabajo muy desagradable –diría Breccia al respecto–, era rasqueteador de tripas.” Al terminar la jornada en el matadero, Alberto iba a su casa y dibujaba todo lo que podía. Desde 1938 publicó en la revista de barrio Acento, editada por sus hermanos y por amigos. Sus primeras historietas fueron una tira cómica muda llamada Mr. Pickles y Mufa, sobre un detective chino. En los años ’40 empezó a colaborar con ilustraciones e historietas en la revista TitBits, adaptando Las aventuras de Rocambole. Un día, su amigo Hugo Pratt le dijo: “Vos sos una puta barata, porque estás haciendo mierda pudiendo hacer algo mejor”. No tardaría entonces en surgir su primera gran obra: Sherlock Time, creada a finales de los años ’50 con Héctor Oesterheld. Volvería a trabajar con Oesterheld en Mort Cinder (1962), Vida del Che Guevara (1968) y una nueva versión de El Eternauta (1969), originalmente ilustrado por Francisco Solano López. En 1974, el Viejo, como se lo conocía en el mundo de la historieta, inició una duradera colaboración con el guionista Carlos Trillo. Un tal Daneri (1974), ambientada en Mataderos, fue una de las realizaciones conjuntas, lo que para Breccia significó “recuperar un poco mi infancia y mi adolescencia”. De la mano del guionista Juan Sasturain, Breccia realizó Perramus en 1983. Entre la aventura y el humor absurdo, en esta obra ridiculiza y denuncia la dictadura argentina. Breccia tuvo tres hijos y todos ellos se hicieron también historietistas: Patricia, Cristina y Enrique. Maestro de historietistas como José Muñoz, tuvo gran reconocimiento por su labor docente. Un grupo de sus alumnos, unidos por la admiración al maestro y la devoción a la historieta contemporánea, se reunieron para crear la Revista El Tripero. Con su estilo expresionista, sus escorzos y brutales contrastes de colores plenos, Breccia, artista de una versatilidad y potencia singular, instaló la historieta de autor y obtuvo reconocimiento mundial por su prolífica labor. Alberto Breccia murió en Buenos Aires, el 10 de noviembre de 1993.
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