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Domingo, 23 de diciembre de 2012

INTERVENCIONES > UN PUENTE SOBRE EL MONUMENTO A ROCA EN BARILOCHE

Roca y camino

Invitado junto a otros nueve artistas por el Ministerio de Cultura de la Nación a producir una intervención artística en la ciudad de Bariloche, Tomás Espina tuvo la compleja y peregrina idea de enfrentarse al monumento del General Roca en el Centro Cívico. ¿Cómo intervenirlo? ¿Cómo hacerlo parte de una obra que diera lugar a las contradicciones de su figura, a las posiciones ideológicas e históricas que despierta, y que a la vez permitiera decir algo más que el repudio o la adhesión? El mismo artista lo explica en la semana que empezó la construcción de la idea que finalmente lo conformó: un puente.

 Por Tomas Espina

Antes de ir de lleno a la propuesta para la que fui convocado, quisiera hacer una pequeña crónica que creo va a ayudar a entender la razón y el sentido de este proyecto.

Lo primero, si no lo único, que me llamó verdaderamente la atención del recorrido que hicimos por Bariloche para pensar una intervención artística en esa ciudad –fui invitado junto a otros nueve artistas por el Departamento de Artes Visuales del Ministerio de Cultura de la Nación– fue el monumento dedicado a Julio A. Roca. Debo reconocer que en un principio me produjo sentimientos encontrados, una mezcla de rechazo o repugnancia con intriga y algo de compasión. No era sólo lo que el monumento representaba lo que me produjo esas impresiones, sino también las características estéticas de la escultura en sí y el vandalismo al que había sido sometida. Sin dudas no es una mala obra (no tengo dudas del talento del escultor) pero a contramano de otros monumentos ecuestres, este pareciera estar muy lejos de representar a un héroe o un prócer. Muy por el contrario, todo en su composición pareciera denotar una enorme infelicidad. Todos los elementos que la componen remarcan el carácter desolador de la representación con respecto a su entorno y eso la hace, aunque patética, sumamente interesante.

Intuitiva y en cierto modo ingenuamente me propuse limpiar la escultura sin tener muy claro cuál sería el objetivo final. Imaginaba el bronce reluciente como un portero eléctrico. Algo que resultara estéticamente entre fascista y kitsch. Sin embargo intuía que no sería tarea fácil e incluso podía ser peligrosa. Atraído por la idea, comencé a diseminarla entre mis pares y colegas para que me dieran su opinión. También me dispuse a buscar información sobre ese monumento, recopilar datos y anécdotas que me ayudaran a dar forma y contenido a la idea.

Así es como fui enterándome de las controversias que últimamente han suscitado este y otros monumentos dedicados a Julio A. Roca. Supe que existe un proyecto presentado por Osvaldo Bayer para desplazar el que está en la ciudad de Buenos Aires y poner en su lugar uno que represente a una mujer originaria. También leí que hay un petitorio llevado adelante por Fernando Chain en el que pide al gobierno de Bariloche sustituir el monumento del Centro Cívico por una escultura que represente a una familia mapuche.

Toda esta nueva información reafirmó la idea de que limpiar ese monumento ya no era una mera intervención estética y que incluso podía ser controversial.

Permítaseme hacer aquí un gran paréntesis antes de continuar con la crónica que nos ocupa.

Quisiera aclarar, para que no queden dudas de lo que pienso con respecto a lo que Roca representa: concuerdo absolutamente con la descripción que Bayer y Chain hacen de él. Sin embargo, creo que ambos proyectos (tanto el de Bayer como el de Chain) encierran un enorme error conceptual, que puede incluso resultar perjudicial a cualquier proceso democrático. Insisto en que estoy de acuerdo con que el monumento a Roca representa, simboliza y encarna una ideología muy clara y sin dudas de las más nefastas y despiadadas que hayan existido en esta parte del mundo. Creo que por esa misma razón lo tenemos que tener siempre presente y más ahora, que estamos viviendo en democracia. Roca sin dudas representa el mal encarnado en la ambición desmedida, en la explotación de los seres humanos, el terror y la negación de la diferencia. Pero todo lo que él representa está también dentro de nosotros en potencia. Si no lo aceptamos, nunca saldremos de la dicotomía de creernos mejores que los demás.

Al mal hay que acecharlo y para ello tenemos que tenerlo siempre presente. Y tengo la convicción de que el arte es una gran herramienta para ese propósito. El arte no está al servicio de conmemoraciones ni es la aprobación de la bondad de ninguna figura, sea Roca o un originario. El arte es la posibilidad de ver que nada de lo que está dado por supuesto es así y por eso no somos dueños de nada, ni siquiera de nuestras convicciones. Todo es una construcción colectiva. Y solo aceptando nuestro pasado podemos iluminar sus oscuridades.

Desplazar una escultura no ha representado ningún cambio sustancial o evolución en ninguna sociedad. Solo se aprende y se superan situaciones aceptando que tanto lo bueno como lo malo forman parte constitutiva de nuestra historia y de nosotros mismos. Creo incluso que reemplazar el monumento de Roca por una escultura de una mujer originaria sería el acto más amnésico, indiferente e irrespetuoso que podríamos hacer hacia las culturas que aún le rinden culto a la Pachamama.

Pensemos primero que esas culturas nunca hicieron ni se les ocurrió hacer un monumento conmemorativo de ningún tipo: la costumbre de hacer monumentos metálicos la hemos heredado de ese Occidente que, mal que nos pese, tan bien representa el General Roca. Tanto los mapuches como los tehuelches y otros pueblos de América y el mundo no solo no hacen monumentos, sino que no manejan la noción de propiedad ni de nación que esos monumentos detentan.

Por otro lado, esas culturas no representaron nunca la figura humana del modo que se pretende hacer con la mujer originaria y estoy seguro de que eso tiene sus profundas causas en la cosmología de esos pueblos.

Ese solo hecho debería ser suficiente argumento para señalar que hacer un monumento de esa índole es sin dudas una falta total de consideración hacia el pensamiento más profundo de esos pueblos.

El proyecto de Chain de edificar una familia mapuche y emplazarla en lugar de la escultura de Roca presenta problemas más complejos aún. Pues ya no solo es un error monumentalizar a la cultura mapuche sino que también da por sentado que esta cultura rinde culto a los núcleos familiares, como una familia de obreros católica (religión que, nuevamente, tan bien representa el General Roca). Hacer ese monumento entonces sería la manifestación más cabal de indiferencia hacia el pueblo mapuche y su especificidad. Y demostraría el triunfo definitivo de Roca y de todo lo que él representa sobre cualquier otra forma de pensamiento u organización.

UNA PLACA

Ahora que aclaré mi posición con respecto a la polémica en torno al monumento a Roca, quisiera retomar mi crónica.

Si bien todas estas argumentaciones reafirmaban que la idea de limpiar el monumento era cada vez más sólida, sabía que corría el grave riesgo de ser acusado de roquista y por ende de defender la ideología que él representa.

¿Cómo iba a hacer para que quedara claro que mi intención al limpiar esa escultura era un acto de aceptación que ayude a trascender lo que ahí estaba representado?

Sin embargo, aunque tuviera claro que lo que al fin y al cabo representaba Roca era una parte muy oscura de nuestra propia historia y que limpiar el monumento debía simbolizar claramente el reconocimiento de que esa parte aun nos constituye, sabía que mi acción seguramente sería mal interpretada por un enorme sector de la sociedad y que corría el riesgo garrafal de ser acusado de roquista, fascista, pro-militarista, neoliberal, racista, etc.

Me sugirieron entonces que agregara a la limpieza del monumento una placa que señale lo que para mí representa Roca, y así poder disuadir a los que seguramente reaccionarían en mi contra. Decidí entonces agregar una placa. No sabía bien cómo lo iba a hacer y pensé en varias alternativas. Ya con hacer una placa descriptiva que enumerara las acciones que había llevado adelante Roca, desde las matanzas de miles de seres humanos hasta las propiedades que se adjudicó, los intereses que representó, etc., hubiera sido más que suficiente.

Pero si bien esa placa me parecía un acto de justicia, no podía dejar de sentirme una suerte de alcahuete con poco vuelo. Incluso me parecía que era una idea bastante inquisidora, que me ubicaba en el mismo lugar de resistencia y negación del que señalaba que debíamos salir; la dicotomía entre bien y mal, víctima y victimario, opresor y oprimido, etc.

Otra alternativa, un poco menos obvia, era hacer un análisis estético y descriptivo de la escultura y de ahí desprender lo que en el fondo representa Roca. Porque, como señalé anteriormente, las características estéticas de esta escultura están muy lejos de la figura ecuestre de un héroe. Como si el escultor mismo, en un acto inconsciente, hubiera dejado las claves para que en el futuro pudiéramos desprender del propio análisis de su obra todos los males que había causado ese hombre en las tierras que ahora lo rodeaban.

La falta de conexión entre el jinete y el caballo –como si lo hubieran puesto para la foto– dan la idea de alguien que ni siquiera sabe montar. Eso ya podía servir para hablar de su vínculo (y el de casi todo Occidente) con los espacios naturales. La mirada amarga y perdida en sí mismo, la actitud de sus manos, la postura del caballo, que está con las cuatro patas clavadas en la tierra y la cabeza extendida y gacha, eran todos elementos que me podían servir para describir la falta de armonía de esa figura en torno al espacio que lo rodea. Y de ahí derivar en su afán de dominio y posesión de lo que no puede ser propiedad de nadie, y todas las atrocidades de las que fue responsable.

Esta idea me parecía mejor que la anterior, pero sin embargo seguía sin convencerme. Aunque resultaba algo más poético y menos inquisidor, me parecía muy extenso y descriptivo. Entonces una terrible duda me asaltó: ¿quién era yo para decir algo sobre una figura como J. A. Roca? Con todo lo cuestionada que puede estar su imagen hoy, sigue siendo una figura importante de la historia de Argentina, una parte nefasta, pero una parte que no se puede negar. Sentía que mi proyecto seguía encerrado en la disyuntiva negación-aceptación, y que debía salir de ahí de algún modo.

Comencé a buscar textos, discursos, documentos pertenecientes a la historia de Argentina que me ayudaran a dar cuenta de lo que quiero decir. Documentos anteriores incluso a Roca y otros más recientes. Estaba seguro de que ahí encontraría una ayuda para encarar el problema.

Me sorprendí al enterarme de que Juan Bautista Alberdi escribió un texto que perfectamente podía funcionar a mi propósito. Si bien es un texto que le dirige a Sarmiento, Alberdi hablaba allí de lo que a mí más me ocupaba: la aceptación del mal como parte constitutiva de nosotros y nuestra historia. He aquí el fragmento del texto de Alberdi:

“Con cuanto contiene y forma la desgraciada República, se debe proceder a su organización, sin excluir ni aun a los malos porque también forman parte de la familia. Si establecéis la exclusión de ellos, la establecéis para todos, incluso para vosotros. Toda exclusión es división y anarquía. ¿Diréis que con los malos es imposible tener libertad perfecta? Pues sabed que no hay otro remedio que tenerla imperfecta y en la medida que es posible al país, tal cual es y no tal cual no es.”

A medida que seguía meditando el texto de la placa, más me convencía el fragmento de la carta de Alberdi. La única duda que aún tenía era que seguramente iba a prestarse a confusiones. Probablemente algunos creerían que el texto pertenecía a Roca, y otros, que el que estaba representado en esa escultura era Alberdi. Sin embargo eso no me preocupaba tanto. La confusión me parecía que ayudaría a disolver la separación entre buenos y malos, incluso con cierta gracia.

UN PUENTE

De pronto encontré algo que hizo que el proyecto diera un vuelco definitivo. A medida que seguía buscando documentación, me topé con un texto escrito por Eva Perón que resultó ser el que me dio la clave para salir definitivamente de mis propias contradicciones:

“Sólo reconozco dos palabras como hijas predilectas de mi corazón: el odio y el amor. Nunca sé cuándo odio ni cuándo estoy amando, y en este encuentro confuso del odio y del amor frente a la oligarquía de mi tierra –y frente a todas las oligarquías del mundo– no he podido encontrar el equilibrio que me reconcilie con las fuerzas que sirvieron antaño entre nosotros a la raza maldita de los explotadores”.

Cuando leí ese fragmento confieso que quedé algo perplejo. Todo mi propósito se desdibujó y estuve a punto de abortar el proyecto.

El problema no era entonces la separación entre el bien y el mal. El asunto realmente giraba en torno a la imposibilidad de discernir entre el amor y el odio.

Me di cuenta de que era yo el que se resistía y no lograba salir de esa misma partición. Y que “este encuentro confuso del odio y del amor” era al fin y al cabo todo lo que se ponía en juego.

Limpiar el monumento se transformó por ende en un acto desinteresado hacia una figura que representa a la raza maldita de los explotadores.

¿No era eso acaso lo que buscaba a fin de cuentas, interceder sobre esas fuerzas –que, asumo, forman parte de cada uno de nosotros– para así reconciliarme con todo el resto de la humanidad?

Pero, ¿cómo trascender esa contradicción? ¿Cómo encontrar el equilibrio que medie entre un amor y un odio indiscernibles? ¿Qué se debe hacer para estar por encima del rencor acumulado en tantas toneladas de bronca(e)?

Entendí que para salir de la dicotomía entre amor y odio que sigue alimentando esa figura debía mirar las cosas desde otra perspectiva. Para trascender ese rencor había que estar por encima de él. Me propuse entonces diseñar un puente que pase por arriba del monumento a Roca.

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Algunos de los bocetos de Espina y el comienzo de la construcción del puente, interrumpida por los disturbios que hubo en la ciudad esta semana.
Imagen: Natalia Di Cienzo
 
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