Domingo, 28 de abril de 2013 | Hoy
FAN › UNA FOTóGRAFA ELIGE SU FOTO FAVORITA: KARIN IDELSON Y “EN EL ANDéN”, DE GRETE STERN
Por Karin Idelson
La primera vez que vi la obra de Grete Stern fue en la Fundación Banco Patricios. Pasé a visitar a una amiga que trabajaba en la librería. Mientras estábamos charlando me pasó un libro que recién llegaba al local. Era celeste y traía una pequeña foto de papel pegada en la tapa. Se llamaba Sueños.
Cada montaje era impredecible. ¿Cómo se atrevía a retratar los sueños? No había visto, hasta ese momento, una imagen que llegara desde tan lejos.
Hablé tanto de ese libro que lo recibí dos veces cuando cumplí 18.
Ese verano estuve en Valencia y fui al IVAM, el Instituto Valenciano de Arte Moderno, donde se había editado su libro. Estaba buscando alguna otra cosa que existiera sobre su trabajo. Encontré el afiche de una retrospectiva. La imagen ilustraba el sueño de trenes: “En el andén”.
Fue esa foto una de las más imperecederas. Grete Stern sacaba de su imaginario un tren descarriado que con cabeza de tortuga amenazaba a una mujer parada en una playa de-sierta en un día nublado. Con cuánta claridad trabajaba. Necesitaba apenas tres elementos para evocar sensaciones rabiosas.
La foto estuvo colgada en la casa de mis padres –en mi dormitorio– hasta que me fui a vivir sola, y entonces pasó a ocupar el living. Al tiempo también la estampé en una remera, era una especie de militancia por el Inconsciente.
Tiempo después supe que las revistas originales de Idilio –donde se habían publicado las fotos cincuenta años atrás existían y se conservaban en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional. En una pila de revistas gastadas y amarillas me encontré con fotos inéditas que ilustraban esos sueños que mandaban las señoras para la sección “El psicoanálisis le ayudará”, pidiendo que Gino Germani, bajo el nombre de Richard Rest, los interpretara.
Todo estaba ahí: las mujeres anónimas de la clase media, las represiones de la época y los miedos cotidianos. Temas que, tiempo después, intenté trabajar en mi propia obra.
Cuando supe que Grete Stern estaba viva y que, además, residía en Argentina, conseguí el teléfono para ir a verla. Me atendió Silvia, su hija. Amablemente me explicó que Grete estaba enferma y que ya no salía de su casa. Ya era tarde para conocerla. Sin embargo, planeaba organizar su archivo fotográfico y me invitaba a participar mientras lo hacía.
A los pocos meses murió. Y ya no me animé a llamar a Silvia. Pero todavía puedo sentir el impacto que me generó ese primer contacto con la fotografía. Una puntada que me cuesta nombrar con palabras, provocada por la poesía perturbadora de los sueños evocados en vigilia.
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