Domingo, 28 de abril de 2013 | Hoy
Por Cees Nooteboom
Nada. No sucede absolutamente nada. Me he escapado de una película con un final previsible y mi universo ha adoptado el aspecto de un café en Buenos Aires. El menú está escrito con tiza en una pizarra, pero yo no tengo hambre. En la calle el tráfico es intenso, buses y taxis circulan por la Avenida del Libertador. Fuera todo es normal. Son las siete y cincuenta y siete minutos de la tarde. Aquí es invierno y por lo tanto ha caído ya la noche. Veo las luces de un tren y luego las de un gran avión que despega. La mujer sentada a la mesa contigua lee La Nación y a continuación Clarín. En la pantalla del televisor, reflejada en el espejo que cuelga en una pared, aparece uno de esos matrimonios de conveniencia, un hombre y una mujer que en la vida real no tienen nada que ver el uno con el otro, pero que forman una pareja estable en la pantalla para informarnos a diario de las noticias del mundo: batallas, muertos, ministros, manifestaciones, vehículos incendiados, fútbol, el efectismo de las Bolsas que no hay quien siga. Las manos de la pareja se mueven, mas sus voces son inaudibles. Miro la gran manecilla blanca del reloj y observo el fino segundero avanzando al ritmo del corazón con pequeños brincos contenidos. Ayer me llegó la noticia de la muerte de un amigo. Imagino su cuerpo yaciendo en esos momentos en alguna funeraria al otro lado del mundo. Dado que siempre fue un hombre de buenos modales, ha muerto sentado ante su pequeño escritorio en la planta baja de su antigua casa en Amsterdam. Si la muerte lo hubiera sorprendido en el piso de arriba, habrían tenido que bajar su cuerpo por las escaleras. El volumen de su cuerpo contrastaba con su afición a los más frágiles objetos de vidrio antiguo. A veces tengo la impresión de que estoy destinado a vivir una vida larga precisamente para eso, para honrar la memoria de mis amigos muertos. Se ha escrito de mí que viajo constantemente para escapar de la muerte. Se equivocan. Uno no puede escapar de la muerte, ni de la propia ni de la de los amigos, esté donde esté. Los únicos inmortales son los dioses, aunque tengo mis dudas. No me gusta decirte estas cosas, aunque en realidad poco importa, porque de todos modos no me respondes nunca, lo que por otro lado es una de tus mejores cualidades. La mujer que estaba leyendo la prensa se ha marchado. Ahora que ella no está, veo frente a mí a una chica pelirroja que lee un libro. Tú habrías deseado a una mujer como ella y seguro que la habrías conseguido, como conseguiste a Alope y a todas las demás, aunque fuera transformándote en un semental, como hiciste con Démeter. La chica lleva el cabello recogido en una trenza y levantado como una especie de torre, una arquitectura efímera que le confiere un aire de sacerdotisa. Como está sentada debajo del espejo, veo la frágil torre de su cabello por partida doble. Estoy seguro de que la habrías poseído para después transformarla en una fuente o en una estrella. Tiene las manos finas, como Alope. No me preguntes cómo lo sé. Dejo a la chica sola con las palabras de su escritor mientras la transformo en palabras que ella jamás leerá. ¿Fue amor lo que sentiste por Alope? ¿O fue una violación perpetrada mediante lisonjas, ese perverso privilegio de los dioses? Autobús 92, autobús 101, el negro y naranja de los radiotaxis bajo el gélido neón de las luces del exterior, imágenes bélicas, fragmentos de música y las voces despreocupadas de la gente, un hombre de negro con una bolsa de plástico blanca, el séptimo avión que despega, un amigo muerto muy lejos de aquí. No, no sucede nada.
Este texto pertenece a Cartas a Poseidón (Siruela), una colección recién editada de misceláneas y cartas que el escritor holandés Cees Nooteboom le escribe al dios Poseidón cada fin del verano, cuando deja la isla donde veranea... O cuando tiene ganas de hacerlo, como en este caso, que registra sus impresiones de Buenos Aires. Ahora mismo Nooteboom está en la ciudad, como invitado de la Feria del Libro. El próximo miércoles 1º de mayo a las 19.30 dará una conferencia sobre el encuentro entre Amsterdam y Buenos Aires. Para más actividades de Nooteboom, consultar www.el-libro.org.ar
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