Domingo, 6 de marzo de 2016 | Hoy
SALí
Por Rodolfo Reich
De excentricidad de aires anglosajones a figurita repetida hasta el hartazgo, el brunch -ese acrónimo entre breakfast y lunch destinado a alargar los mediodías de los fines de semana- ya es parte del paisaje gastronómico porteño. Los hay de todo tipo, color y precio, incluyendo clásicos (con sus huevos revueltos e infaltables Bloody Mary) y modernos (desde ceviches y tiraditos a carnes a la parrilla). Entre tanta oferta, el Recoleta Grand Hotel suma su granito de arena.
Servido en el restaurante Club 31 de la planta baja, bajo un techo vidriado que felizmente permite el paso de la luz solar, este brunch incluye decenas de opciones al alcance de la mano, en equilibrio entre los desayunos americanos de los hoteles cinco estrellas y el almuerzo caliente. El lugar es tranquilo y relajado, ideal para llevar el diario y leerlo de punta a punta. Del lado salado, el recorrido puede comenzar por variedad de quesos (con un brie bien maduro y sabroso), junto a jamones y embutidos. Se puede seguir por la tortilla de papas o apuntar al salmón, en versión ahumada o en gravlax. También ofrecen variedad de tapeos, desde terrinas o buñuelos de vegetales a pinchos tipo caprese, desde ensaladas varias a canapés con anchoas, guacamole o jamón crudo. Luego, es el turno de lo caliente: siempre hay dos opciones, por ejemplo huevos revueltos con salmón ahumado y un vacío braseado tiernísimo, servido con papas rostie. Finalmente, es el turno de lo dulce. Facturas y medialunas con miel en panal, dulce de leche intenso y mermeladas, o postres más preparados, desde una pana cota con frutos rojos a los muffins. Todo por un precio único y que se podría considerar como razonable para la clase de oferta ($380 por persona, menores entre 3 y 16 a $190), sumando un completo set de bebidas: café Nespresso o té Tealosophy, jugos frutales, yogur natural, dos copas de vino por persona (Terrazas de los Andes Reserva), una copa de espumante (Chandon Delice) y una bebida sin alcohol (el agua es libre). Entre tantos brunch porteños, el del Recoleta Grand Hotel es una opción a tener en cuenta.
Recoleta Grand Hotel queda en Av. Las Heras 1745. Teléfono: 4129-9880. Horario de brunch: sábados y domingos de 12:30 a 15:30. Estacionamiento dos horas liberado.
La Confiture nace de la añoranza. Añoranza por el país natal y por los sabores de la infancia. Así, Vinciane Smeets, nacida en Bélgica y viviendo desde hace ya dos décadas en Buenos Aires, armó un pequeño proyecto personal, llamado La Confiture. Empezó en su propia casa, haciendo mermeladas caseras, respetando la receta familiar. Luego, el gran salto se dió con las galletitas, deliciosos spéculoos (típicas galletas navideñas belgas), crocantes gaufrettes (pequeños waffles de manteca con canela) y las biscuits maison citron, de masa sablé de limón, todos elaborados para especialmente para Le Pain Quotidien. El crecimiento de Le Pain obligó al crecimiento de Vinciane, y así mudó materias primas y sumó herramientas profesionales (incluyendo una imponente wafflera belga, de 70 kilos de peso) a un séptimo piso en Recoleta, con cocina integrada al living, fotos en las paredes de Bruselas y de Buenos Aires, y un amplio balcón abierto al cielo. Con el nuevo lugar, llegaron nuevas propuestas. Hoy, La Confiture ofrece una vez al mes -pronto duplicará la frecuencia- cenas de cuatro pasos, cada uno con su respectiva copa de vino, a $390. El menú cambia cada vez, incluyendo por ejemplo la salade Liégeoise, una ensalada tibia de chauchas con panceta crocante y papas; o una carbonnade flamande, con carne cocida en cerveza negra con tomillo y azúcar negra. La capacidad máxima es de apenas 12 cubiertos en una mesa comunitaria, que si el clima lo permite se ubica en el balcón. A estas cenas se suman talleres de cocina (los próximos serán sobre chutneys, wafles y pastelería con chocolate belga) y la realización de degustaciones, comidas y mini eventos privados.
La cocina belga es pariente cercano de la francesa, si bien utiliza muchos ingredientes típicos de países como Alemania y Holanda. Platos calóricos, con cerveza, chocolate, manteca, azúcar negra. Vinciane no busca una cocina sofisticada. En cambio, apuesta por revivir y transmitir los sabores caseros de aprendidos en su infancia.
La Confiture queda en Recoleta. Para más información y agenda de cenas y talleres, contactarse a través de www.laconfiture.com.ar.
Es la tercera mudanza que realiza en sus años de vida el restaurante Páru, y esta vez parece haber encontrado su lugar con el mundo. Nació en Palermo Hollywood; se mudó al Raquet Club, donde ganó privacidad pero perdió estética, para recalar finalmente en el bajo de Belgrano, recuperando su merecido brillo y elegancia, con una vereda aterrazada, un interior íntimo con toques de diseño moderno, un enorme sillón de estilo Chesterfield y una barra donde trabajan los sushimen.
Páru es sinónimo de cocina nikkei, ese mix de sabores peruanas con técnicas japonesas que une platos de ambos lados del Pacífico. A cargo está el chef peruano Jann Van Oordt, especialista en el tema, el mismo que estuvo detrás de Osaka en su ya lejana apertura. Y en este lugar logró mantener la calidad impecable de las materias primas, así como los productos icónicos que tanto gustan a sus seguidores. Por suerte, más allá de cierta sobreabundancia de sabores agridulces, la carta de Páru permite armar la propia aventura. Allí están best sellers como el tiradito Car-Passion (delgados cortes de pescado con miel de maracuyá y lima, con hilos de masa filo crocante, $235) pero también el clásico Olivado ($265), de pulpo con crema de aceitunas negras. Entre los rolls, el Mosqueta Maki ($200) lleva langostino crocante, palta y queso con láminas de salmón y salsa de rosa mosqueta, mientras que los mariscos al fuego ($190) en manteca japonesa y lima hipnotizan por llegar encendidos a la mesa. Entre las novedades, el ceviche a las brasas (mariscos sellados con leche de tigre al estilo Bloody Mary), las vieiras servidas en nidos de papa crocante y la parrillada de mar, directa del grill, con salsa a elección. Todo acompañado de buenos vinos o, mejor aún, de un Pisco Sour (vale la pena exigirlo poco dulce) o un Parú Punch (pisco, maracuyá, jugo de piña y amaretto).
La carta es amplia, los precios altos -si bien sensiblemente menos que Osaka-, los caminos a seguir son muchos. Un muy buen exponente de la cocina nikkei, que encontró su lugar en la ciudad porteña.
Páru queda en La Pampa 717. Teléfono: 4778-3307. Horario de atención: lunes a sábados de 20 al cierre.
Fotos: Pablo Mehanna
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