Domingo, 6 de marzo de 2016 | Hoy
MúSICA > KANYE WEST
Su ascenso desde el mundo del hip hop a la cultura pop global fue imparable y plagado de escándalos, desplantes, mucho drama y mucha fama: hijo de un ex Pantera Negra, diseñador de moda y esposo de la hipermediática Kim Kardashian, sus peleas con Taylor Swift, su defensa de artistas, sus declaraciones políticas y sus exabruptos a veces opacan su enormidad como artista. Con 21 Grammy y colaboraciones con artistas tan importantes como Paul McCartney, los discos de Kanye West vienen expandiendo los límites de la música negra y ahora acaba de lanzar uno nuevo, The Life of Pablo, que está solo disponible online en Tidal, la plataforma tipo Spotify que fundó Jay-Z, otro afroamericano superpoderoso. Con colaboraciones de Rihanna, Chris Brown, Kendrick Lamar y The Weeknd, reúne gospel, rap y pop siempre bajo el inigualable sonido West, lleno de genio y desembozada ambición.
Por Micaela Ortelli
Una madrugada de octubre en 2002, Kanye West se quedó dormido al volante y se estrelló contra un auto, a cuadras del hotel donde se hospedaba en Los Ángeles. Tenía 25 años. Como no perdió el conocimiento inmediatamente, pudo ver por el espejo retrovisor cómo la mitad de su cara se hinchaba y la otra se hundía bajo una catarata de sangre. La mandíbula se había partido en tres y hubo que reconstruirla. En la cama del hospital –el mismo donde murió la leyenda Notorious B.I.G.–, Kanye pensaba en sus raps y los practicaba moviendo los labios. Cuando le dieron el alta dos semanas después, lo primero que hizo fue ir al estudio y grabar “Through The Wire” (a través del metal). “Debo tener un ángel porque mirá cómo erró la muerte”, dice en la canción, una de las 35 que eligió para el mixtape Get Well Soon (2003), donde incluyó varias que había producido para los consagrados Nas, Talib Kweli, Mos Def y otros. Sobre todo Jay-Z, el MC más importante del mundo.
Cuando ocurrió el accidente, Kanye tenía un nombre por ser uno de los créditos principales de The Blueprint (2001), todavía el disco más aclamado del esposo de Beyoncé, y uno de los más recordados del rap en general. Por eso fue noticia que casi se matara; él no era la estrella en ese momento: era un prodigio de Chicago fanático del soul y el house, que había empezado vendiendo beats a 50 dólares y del que sólo se esperaban más y mejores instrumentales. MCs talentosos sobraban en Roc-A-Fella, el sello co-fundado por Jay-Z que lo firmó después de mucho esfuerzo por conseguir un contrato. A nadie le interesaba escuchar a Kanye rapear, ver lo que tenía para decir. Pero él insistía, practicaba sin parar y mostraba sus líneas a todos los que se cruzaba en el estudio. Era siempre el que más tiempo encerrado pasaba, el más obsesivo, y así fue que se durmió manejando esa noche después de una sesión con Beanie Sigel y The Black Eyed Peas: estaba sencillamente cansado.
En la última edición de los VMA, Kanye West recibió el premio Michael Jackson Vanguard Award, un reconocimiento a la obra integral de los artistas por su impacto en la cultura MTV. Como es un premio sin terna, el momento televisivo lo crea el famoso estratégico que lo entrega (Jay-Z e hija a Beyoncé, Lady Gaga travestida como Jo Calderon a Britney Spears, en otras ocasiones). Esta vez la encargada fue Taylor Swift, en referencia al episodio más picante de la cadena en este siglo, cuando en 2009 Kanye la interrumpió mientras agradecía su primer VMA –ella tenía 19 años–, y gritó que al premio lo merecía Beyoncé. Dicen que Taylor lloró a los gritos tras bambalinas, pero en público mantuvo su imagen impoluta y nunca elevó la voz al respecto. Meses atrás fue ejemplar una vez más: lo presentó como su amigo, dijo que tenía una de las carreras más brillantes de todos los tiempos, y escuchó el agradecimiento al lado de Kim Kardashian.
Kanye subió a buscar el premio con un conjunto liso de su línea Yeezy para Adidas, que va por su tercera colección, agota zapatillas y está reinventando el color marrón. Dio más de un minuto para los aplausos. Después contó del partido de béisbol en el que lo abuchearon 60 mil personas, y se preguntó si hoy volvería a subir a un escenario y sacarle el micrófono a alguien como aquella vez. Dijo: “Lo contradictorio es que yo lucho por los artistas, pero en esa lucha puedo ser irrespetuoso. No supe decir lo correcto”. Mencionó otros premios injustamente negados, dijo que en verdad no entiende las entregas de premios y cómo logran hacer sentir unos perdedores a artistas que trabajaron toda la vida y venden discos y entradas a shows. El editado de You Tube supera los diez minutos y Kanye en ningún momento habla de su carrera o al menos de sus videos. Siguió: “Tengo fe, creo en mí mismo. No sé qué voy a perder después de esto, pero no importa, porque no se trata de mí, se trata de las ideas, de personas con ideas, de personas que creen en la verdad”. Cerró anunciando su candidatura a Presidente en 2020 y la confirmó en una entrevista con Vanity Fair un mes después: “Odio la política, no soy un político para nada. A mí me importa la verdad y las personas. El punto es que haya alguien creativo en el cargo”.
“Kanye” es un nombre nigeriano que significa “el único”, y elegirlo fue de las pocas decisiones que tomaron juntos sus padres Ray y Donda West. Él es un ex Pantera Negra y reportero gráfico; ella fue profesora universitaria hasta que en 2004, cuando el hijo lanzó su exitoso debut The College Dropout, se jubiló para ser su manager. El disco se llama así (“dejar la universidad”) porque a los 20 años Kanye –un becario de la American Academy of Art– abandonó los estudios para dedicarse a la música. En la portada hay un chico con traje de oso de peluche sentado pensativo en unas gradas. Y adentro aquella canción sobre el accidente –la que finalmente convenció a la discográfica de que Kanye podía rapear– comparte cartel con una como “Jesus Walks”, donde habla de su fe sobre un coro que parece un canto esclavo. El track ganó un Grammy, y otro fue para el disco como el mejor del género, en una terna contra The Black Album de Jay-Z. The College Dropout fue un trabajo hermoso lleno de voces femeninas, que no llegó a todo el mundo como el sensual Get Rich Or Die Tryin –del ex marginal y más frívolo 50 Cent–, pero convirtió a Kanye en toda una personalidad en su país.
En septiembre de 2005, días después del huracán Katrina, se hizo un concierto a beneficio televisado para casi nueve millones de personas. Muchos famosos participaron del evento, incluido Leonardo DiCaprio. A Kanye le tocó hablar junto a Mike Myers, y ver la cara del actor cuando Kanye empieza a salirse de libreto y termina diciendo: “A Bush no le interesan los negros”, es mejor que cualquier gag de Austin Powers. Hacía un mes había lanzado Late Registration, un disco más orquestal que trabajó con el compositor cinematográfico Jon Brion (Magnolia). Allí el oso de la portada –ya sin forma humana– está parado frente a un gran portón de madera entreabierto, y sus hits son variados: “Gold Digger” habla de chicas interesadas, “Diamonds From Sierra Leone” fomenta la compra de diamantes libre de conflicto, “Hey Mama” es una carta de amor a Donda West: “Sos fuerte, única y tan capaz. Gracias”.
A ese disco lo presentó como show apertura de U2 en su gira Vertigo, y las ovaciones que recibía Bono lo inspiraron para que el siguiente fuera más expansivo. Graduation (2007) de alguna manera cierra la trilogía universitaria, con el oso –ahora un dibujo tipo animé de Takashi Murakami– expulsado al espacio. La ambición mainstream fue notoria en tracks como “Stronger” –sobre un sample de “Harder, Faster, Stronger” de Daft Punk–, la colaboración con Chris Martin (Coldplay), y el caramelo que todavía suena “Flashing Lights”. Con Graduation volvió a ganar el Grammy al mejor álbum de rap, y fue por entonces que se perdió interés por 50 Cent –o quedó vieja la pose gangsta en general–. Pero el año terminó de la peor manera: en noviembre Donda West murió por complicaciones por una cirugía estética. Al poco tiempo se terminó el noviazgo de seis años con Alexis Phifer, una diseñadora, la chica con la que su madre quería que se case. Así cargado armó en tres semanas 808s & Heartbreak (2008), su obra más íntima, donde cantó mayormente y procesó con Auto Tune cuando todavía apenas se usaba la técnica. Con ese disco diluyó los límites entre el MC y la estrella pop; Kanye West alteró géneros y estereotipos y la industria no es la misma desde su intervención.
Fue tan reprobable la interrupción a Taylor Swift en los VMA que hasta Barack Obama se refirió al tema –dijo que Kanye era un imbécil–. Él compensó la hostilidad con el deslumbrante My Beautiful Dark Twisted Fantasy (2010), el disco de las guitarras eléctricas, calificaciones perfectas, extensa lista de créditos. Un ramo de flores frescas para siempre. Es increíble que no estuvo nominado al álbum del año (Kanye ya cuenta 21 Grammy, pero todavía ninguno fuera de la categoría R&B). Después lanzó Watch The Throne junto a Jay-Z (2011) –el disco que inauguró el gusto por el rap de Paul McCartney (ya colaboraron en tres canciones)–. Y regaló el corto Runaway (2012), donde se enamora de una mujer pájaro que no puede lograr su potencial entre los humanos y debe regresar al mundo de las criaturas espléndidas. Fundó su compañía de diseño Donda, de actividad desconocida –no tiene sitio web–, pero que, según Kanye, arrancó donde dejó Steve Jobs. Hasta ahora el único producto que firmó fue el corto Cruel Summer (2012), que dirigió el británico Steve McQueen con música de los artistas de la crew G.O.O.D. Music, el sello que Kanye lleva desde hace años (casa de John Legend, Pusha-T, Travis Scott y más).
En 2013 fue padre por primera vez –de una niña, North– y al mismo tiempo vino Yeezus, un disco negro cromo que reunió el soul con el industrial y expandió la música para toda la humanidad. Kanye lo sabe: es consciente de su importancia en la cultura y que puede hermanarse con los personajes más importantes de la historia. El problema es que lo hace –menciona a Pablo Picasso, Walt Disney, Howard Hughes, Michael Jordan– y eso cae mal. Pero él dice que si no se autodefine como un genio creativo y un visionario entonces las etiquetas las ponen los demás y lo llaman “celebrity”, “negro”, “rapero”, categorías que no lo identifican. Para Kanye la cuestión de la raza está superada: somos todos primos, una gran familia; el nuevo racismo es la exclusividad, dice, y empieza con la información. No soporta a los que la escatiman, los que se guardan las ideas: “Para mí es al revés, para mí yo tengo que compartir la mayor información posible con A$AP, Kendrick, Taylor y todos los artistas jóvenes para que haya mejor música en el futuro”.
Le costó que lo tomaran en serio en el mundo de la moda. Pero Kanye se fija en la ropa desde los cinco años; para él es una expresión humana más, básica e imprescindible: “La moda es meramente opinión y yo tengo muchas opiniones”, dice. No pudo estudiar porque es demasiado famoso, pero se instruye y viaja cuatro veces por año a China para trabajar en la fábrica. El camino recién empieza –“voy por la etapa de los mixtapes” –; la intención es crear ropa que de tan perfecta sea invisible, que se funda con la personalidad del que la lleva. Y que la pueda comprar el ciudadano común: “Mi trabajo es crear cosas hermosas para la mayor cantidad de gente posible. Lo mínimo que puedo hacer es tratar de darle a las personas un poco de lo que se llama ‘buena vida’”, dijo en la revista Vogue. Su sueño sería ser director creativo de GAP. Kanye necesita estructura; ya le pidió a Mark Zuckerberg por Twitter que, siendo él uno de sus artistas preferidos, por favor invierta mil millones de dólares en sus ideas porque sabe que puede hacer del mundo un lugar mejor.
En diciembre nació Saint, el segundo hijo de Kanye y Kim. A ella el mundo la mira con recelo porque se hizo famosa por un video porno casero. Hoy es una de las estrellas del reality Keeping Up With The Kardashians, que muestra la vida de la familia ensamblada Kardashian-Jenner y lleva once años en el aire. En el episodio más visto de 2014, Kanye se arrodilló en un estadio de baseball mientras una orquesta de 50 piezas tocaba “Young And Beautiful” de Lana Del Rey, y le ofreció un anillo de diamantes de quince quilates de diseño exclusivo por Lorraine Schwartz. Para él los reality shows son una nueva forma de arte y considera que su esposa ya debería tener una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood. “No quieren ver que te ame”, dice en “FML”, el track más fino de su nuevo disco, que rebautizó cuatro veces hasta finalmente llamarlo The Life of Pablo.
En Argentina la única forma de escucharlo es descargándolo por Torrent porque Kanye no tiene pensado venderlo y únicamente lo habilitó en Tidal, la plataforma tipo Spotify que fundó Jay-Z y los artistas apoyan porque aparentemente paga mejor y la calidad del sonido es superior (todavía no funciona en todos los países). TLOP reúne al menos dos caras musicales de la negritud –la más antigua y la más actual–, el góspel y el rap. Rihanna, Chris Brown y The Weeknd aportan los momentos pop; Kendrick Lamar convierte otro tema en suyo en “No More Parties in LA”. En “Father Stretch My Hands” Kanye recuerda el accidente que lo dejó con la mandíbula llena de metal, y en “Famous” vuelve a provocar a Taylor (“yo la hice famosa”). Hay que hacer el esfuerzo y recibir su soberbia con gracia porque, después de todo, alrededor de él crecieron muchos artistas. En una entrevista por My Beautiful Dark Twisted Fantasy contó lo difícil que fue aceptar que en su mejor disco una chica se destacara más que él. Hablaba del verso de Nicki Minaj en “Monster”; dijo: “Uno de mis grandes talones de Aquiles fue siempre mi ego. Y si yo, el mismo Kanye West, puedo con él, creo que hay esperanzas para todos”.
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