Domingo, 24 de julio de 2005 | Hoy
SALí › VACACIONES DE INVIERNO
Ya no hay narices coloradas, ni gags, ni golpes, ni chistes con baldazos de agua. Es tiempo del circo contemporáneo o “nuevo circo”. La risa es reemplazada por la fascinación; los leones, por bailarines. Poco queda de aquella imagen embrutecida de “pan y circo” en este tipo de espectáculos que ya comenzó a desarrollarse en la década del ‘70. Hermanado con el teatro y la danza, cede protagonismo al cuerpo y sus destrezas. La Argentina, que cuenta con exponentes del área como Gerardo Hochman, entre otros, ahora recibe una visita internacional imperdible. La Escuela Nacional de Artes del Circo de Rosny, fundada por Bernard Turin, presenta su proyecto Circo efímero, una creación realizada en tiempo record de diez días. Jóvenes artistas franceses participan de esta experiencia junto a colegas del Centro de las Artes del Circo de la Provincia de Buenos Aires y de la Escuela El Coreto, de Capital Federal. Treinta acróbatas, malabaristas y bailarines dirigidos por el coreógrafo Gilles Baron desmienten la sustancia ósea de los humanos y despiertan la exclamación admirada de “¡son de goma!”.
Belleza y plasticidad son las características de las imágenes de Baron. Aquí, acompañadas por un cuarteto de tango. Al son de la queja de un bandoneón, cuerpos como anguilas se enroscan alrededor de una barra coreana; acompañado del violín, otro hace y deshace nudos de la tela colgante que lo sostiene; mientras, un dúo de piso combina un gancho con un flic-flac, una sentada con un mortal. Todo es asombro y fluidez aérea. Unas clavas, una vuelta, una quebrada y chan, chan.
Circo efímero. Gratis. Domingo 24 a las 15 en Espacio Dorrego, Dorrego y Zapiola. Viernes 29 y sábado 30 a las 20 en Anfiteatro Martín Fierro: en Calleja Prossi y Boulevard Iraola, ciudad de La Plata. Transporte gratuito saliendo desde Soler 4635 (Cap. Fed.). Informes y reservas: 4832-6777.
Siniestro. Detrás de una calma tensa, el sonido relajante de las gotas de lluvia al caer esconde historias familiares de insoportable crudeza. Voz y movimiento se conjugan en Llueve, singular obra de Gabriela Prado y Eugenia Estévez que se resiste a ser clasificada ni como danza contemporánea, ni como teatro, ni como teatro-danza y sus combinaciones alternativas. La peculiaridad de la propuesta radican en su lenguaje original que cruza textos con coreografías. “¡Claro, danza-teatro! –dirá usted–. ¡Claro, una de Pina Bausch!” Y, sin embargo, no. La relación cuerpo/palabra no es explicativa, ni ilustrativa, ni siquiera absurda. Es todo y nada a la vez.
En el interior de una casa derruida, Prado y Estévez, junto al actor Luis Biasotto, transitan el espacio metafórico de la memoria. Mientras, reconstruyen el pasado dibujando sobre la pared la silueta de dos nenas y un nene. Los recuerdos se agolpan: un padre violador, un matrimonio deshecho, la desesperación en soledad. Todo amenaza con caer violentamente, todo se desmorona. Los trazos argumentativos son una excusa para crear un clima de insoportable pasividad donde en lugar de una llovizna sucede una tempestad. Y, sobre todo, una excusa para ver bailar a Prado y Estévez, a cual mejor. Un placer intraducible. Con la misma cualidad para simular dramáticamente que está todo bien, estas dos bailarinas se mueven con una fluidez pasmosa atravesando posturas complejas, creando formas cuando la imaginación parecía agotada. El resultado ostenta una pureza y una perfección capaz de despertar la envidia a la mejor tradición clásica, pero con las marcas de un evidente proceso de experimentación.
Llueve. Viernes a las 23 en El Portón de Sánchez, Sánchez de Bustamante 1034. Reservas: 4863-2848.
Squash. Escenas de la vida de un actor, la octava obra del ciclo Biodrama que dirige Vivi Tellas en el Sarmiento, no es tal vez la más espectacular ni la más “teatral” de las variadas y algunas brillantes propuestas que pasaron por el ciclo. Pero el debut como guionista y director teatral del cineasta y escritor Edgardo Cozarinsky sí trae algunas novedades. Cuando en el rodaje de Ronda nocturna Cozarinsky se enteró de que su actor secundario –Rafael Ferro– había ingresado al mundo de la actuación de manera tardía y que en su infancia y adolescencia había descollado como jugador de squash y tenis profesional, no dudó más y lo convirtió en protagonista y en el primer actor del ciclo que actúa su propia vida. Con ese gesto, Squash no sólo se hace eco de la propuesta de Tellas (llevar a escena la biografía de una persona viva, cosa que hizo en Mi mamá y mi tía y Tres filósofos con bigotes) sino que redobla la apuesta con un plus escalofriante. ¿En qué sentido? En primer lugar porque tal condición pone en suspenso todo ritual de expectación clásico. Porque... ¿cómo evaluar un personaje y aún cuestionar/criticar la pericia de un actor si lo que está mostrando no es ni más ni menos que su propia vida?, ¿cómo enfrentarse con las armas tradicionales de la crítica a un actor que cuatro veces por semana desnuda y repite su propia historia? Y además, ¿qué se puede decir del director que asume tal misión? Como única escenografía, Cozarinksy eligió una cancha de squash que montó en medio del escenario. Y esa gran caja de vidrio es la que deviene set de juego, disco electrónica, cápsula y médium por donde se persiguen realidad y fantasía de esta palpitante saga vital. Una caja de vidrio por donde espiar el extraño devenir de una vida.
Se podría decir también que en Squash no falta nada: hay quiebres místicos, concupiscencias macabras, incesto, traiciones, suicidio, muerte, mucha gimnasia y mucha pelota. Pero sobre todo hay un vértigo, una suspensión temporal, una inquietud, una “verdad” que acompaña los 60 minutos de ¿obra? El problema es que esa “verdad” es la que gran parte de la crítica omitió reseñar en sus no del todo halagadores comentarios sobre la obra. Y no se trata de una omisión menor: es justamente el principio y el conflicto fundante planteado en la misma idea de Biodrama: un estado de extrañeza agregada que descubre la fatalidad documental de una vida.
Una cosa más: Ferro prohibió terminantemente a su familia acercarse a la sala del Teatro Sarmiento. ¿Una ficción performática? ¿La dimensión non fiction del teatro? Tal vez. Sobre el escenario, Ferro da un pista: “Por momentos me sentí miserable haciendo esto. Siento que traicioné a mi padre y un poco me arrepiento. Pero volvería a hacerlo”. ¿Confiesa? ¿Finge? Las opciones construyen distintos espectadores del teatro y, por qué no, de la vida. Hay quienes entran y también quienes quedan afuera. De dejarse llevar, un remolino lo sorprenderá y lo sacará a pasear de su butaca y hasta tal vez lo lleve a empuñar una raqueta y subir al escenario para participar del baile final.
Squash, Escenas de la vida de un actor se puede ver de jueves a domingos, a las 21, en el Teatro Sarmiento, Avda. Sarmiento 2715, Jardín Zoológico. Platea $ 10. Jueves $ 5.
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