Domingo, 13 de agosto de 2006 | Hoy
MIRá
Hoy: cuatro estrenos en dvd
Por Mariano Kairuz
Empire Falls es la quinta novela de Richard Russo, la que le valió el premio Pulitzer que algunos creyeron que ese año se llevaría Las correcciones de Jonathan Franzen, y la que según muchos críticos consiguió cristalizar como ninguna de sus obras anteriores una visión de la Norteamérica imperial a través de las historias de pueblo chico, de la desazón y frustración de sus “laburantes” de mediana edad, de sus crisis matrimoniales y de los conflictos entre padres e hijos. El propio Russo dijo alguna vez que “si hay un tema recurrente en mi trabajo, probablemente sean los efectos de clase en la vida norteamericana. Mis libros son elegíacos en el sentido de que son odas a una nación que a veces yo mismo creo que no existe más excepto en mi memoria y mi imaginación”. Y Empire Falls es el pueblo que soñó con el progreso y al que el “progreso” le pasó por encima, dejando poco más que una estampa espectral de trabajadores desocupados, en la que “todo lo que valía la pena” pasó a engrosar el patrimonio de una corporación (en este caso, de la matriarcal, villanesca Francine Whiting).
De alguna manera, Russo logró trasladar al guión basado en su propia novela, esa sensación de Historia grande que da contexto, significado y largo aliento a las diversas historias íntimas de los protagonistas de Empire Falls. Esto es, al guión que le fue encargado por Paul Newman, quien produjo esta adaptación de algo más de tres horas para HBO el año pasado, y que ya había colaborado con el escritor previamente, como actor de las películas Las cosas de la vida y de Crepúsculo, la primera basada en una novela (Ni un pelo de tonto) y la otra en un guión original de Russo. Puede que en el pasaje a la televisión, el libraco (que hoy es un saldo de 540 páginas por 10 pesos en las librerías de Corrientes) haya cobrado cierto efecto de telenovela berreta; pero la salvan casi siempre su reparto de famosos integrado por Helen Hunt, Philip Seymour Hoffman y Robin Wright Penn, y encabezado por el gran Ed Harris.
Empire Falls acaba de llegar a los videoclubes, editada por AVH sin pasar aún por la televisión local.
La leyenda negra de los Red Sox, el equipo bostoniano de béisbol que desde 1918 hasta el 2004 no consiguió ganar la Serie Mundial que fanatiza a tantos norteamericanos, ha inspirado varias películas, documentales y de ficción. De las cuales tal vez la más simpática de todas sea la reciente Amor en juego, versión libre de la novela de Nick Hornby, Fiebre en las gradas, dirigida por los hermanos Farrelly y protagonizada por Jimmy Fallon y Drew Barrymore. En ella, el protagonista carga con ese trauma y esa frustración que hasta hace dos años ya aspiraba a centenaria, y que motoriza todos sus conflictos románticos y hasta existenciales. Algo de eso, en una nota un poco más oscura y más tensa, hay en Game 6, la película que Michael Hoffman (el director de Sueño de una noche de verano, con Michelle Pfeiffer, y de Lección de honor, con Kevin Kline) filmó sobre un guión que el escritor Don DeLillo escribió a principios de los ‘90. Su protagonista, Nicky Rogan (Michael Keaton), también arrastra el estigma fatal de ser un seguidor incurable de los Sox, y todo el asunto transcurre en un único día en octubre de 1986, el de la final del campeonato que su equipo habrá de perder una vez más. Pero hay otro evento concurrente que parece destinado a terminar de definir el aura trágica de la jornada, al menos en la cabeza del pobre tipo: Rogan es un dramaturgo, y esa misma noche se estrena en Nueva York su última obra, con la que siente que se juega todo su prestigio. Como una suerte de fantasma de la ópera, operando en las sombras, acecha un tal Stephen Schwimmer (Robert Downey Jr.), crítico de teatro muy temido que ya ha pulverizado las carreras de otros dramaturgos. Hacia el anunciado encuentro de Schwimmer y Rogan se dirige Game 6, un largo viaje del día hacia la noche que avanza entre conversaciones de café y adentro de taxis atascados en las caóticas y sobre todo muy paranoicas calles neoyorquinas, filmadas tres años después pero ambientadas quince años antes del 11-S.
Game 6 fue editada semanas atrás en video y DVD por el sello Quality Films.
Aunque está basada en su propia novela homónima, publicada en el 2000, era inevitable ver en Shopgirl (que va directo al video y DVD por estos días con el título Chica de mostrador) un intento de Steve Martin por repetir el esquema que tan buenos resultados le dio a Bill Murray con Perdidos en Tokio (2003): comediante veterano (también ligado veinticinco años atrás a “Saturday Night Live”) se reinventa con cierto halo melancólico, haciendo pareja con chica encantadora en película sensible. Hasta la elección de Jason Schwartzman (el protagonista de Tres es multitud, de Wes Anderson) como alternativa romántica de la protagonista parece confirmar esa impresión. Sin embargo, hay varias cosas, más allá del dato de que el libro es previo a la película de Sofia Coppola, que indican que Chica de mostrador late con (algo de) pulso propio: por ejemplo, que la espigada y algo depresiva Mirabelle Buttersfield, la aspirante a artista cuyos días transcurren detrás del glamoroso y frío mostrador de una tienda Saks de Los Angeles, sí es encantadora, al menos por momentos y a su muy extraña manera, y que la película se lo debe enteramente a Claire Danes. O que el sexagenario, pulcro, correcto y por sobre todo multimillonario Ray Porter nunca llega a ser un personaje verdaderamente querible (a diferencia del Bob Harris de Murray) y que ésa ha sido probablemente la decisión más arriesgada de Martin como autor y como actor. En alguna crítica norteamericana se le reprochó a la película el haber sido diseñada como un objeto tan elegante, pulido y delicado (y frío) como el mostrador de Saks, y en general tuvo una recepción bastante negativa en su estreno. Pero está claro que en Shopgirl hay, cada tanto, indicios de que existe un Steve Martin mucho más interesante y sincero que el cada día menos tolerable protagonista de las recientes Más barato por docena 2, La Pantera Rosa y esos otros bodrios que parecen ser lo único que Hollywood tiene en carpeta para él.
Chica de mostrador se consigue en una edición de DVD local desde hace unos días.
Josh Lucas es una suerte de arma secreta en un Hollywood que necesita una transfusión urgente: un tipo capaz de interpretar con convicción papeles de acción, dramáticos, románticos, del tipo de los que veinte años atrás hacía, por ejemplo, Kevin Costner, quien parece no haber tenido relevo. Fue la pareja de Reese Witherspoon en No me olvides y un criminal en Legado de violencia; hizo un dúo dinámico perfecto con Kurt Russell en la reciente Poseidón y salió más que airoso de un emocionante coprotagónico con dos monstruos como Michael Caine y Christopher Walken en Lazos de familia. Por alguna razón, sin embargo, a pesar de su versatilidad no se convirtió en una estrella como lo fue Costner a fines de los ‘80 y principios de los ‘90: será porque no hay películas ni productores que sepan aprovecharlo. Mientras tanto, tal vez a la espera de alguna película que termine de revelarlo a un público verdaderamente masivo, funciona como una gran opción B que hace lo suyo como si todas las películas fueran buenas y que, por ejemplo, sabe inyectarle dignidad a un papel rutinario como el del coach Don Haskins, protagonista de Camino a la gloria. Que es una de esas películas de hazañas deportivas de las que Disney ha producido unas cuantas, y que narra (como su antecesora, Duelo de titanes, también del productor Jerry Bruckheimer y con varios de sus mismos lugares comunes) una historia “real”, la del inesperado triunfo, en 1966, del Texas Western, equipo de básquet universitario integrado principalmente por jugadores negros. El asunto tiene todos los ribetes heroicos de este tipo de producciones, centrada como está, mucho menos en la competencia deportiva que en el mensaje que presuntamente la victoria en el juego le enrostró a la racista Norteamérica de la época. Y al archinémesis de Haskins, un legendario entrenador de Kentucky llamado Adolph Rupp y jugado con el estilo crispado y la “jeta” cada vez más masiva y perruna de Jon Voight.
Camino a la gloria fue editada por Gativideo en video y DVD sin pasar por los cines.
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