Domingo, 13 de agosto de 2006 | Hoy
FENóNEMOS > MIAMI VICE, EL CINE QUE LE GANó A LA NOSTALGIA
Mucho antes de ganarse el respeto de Hollywood, Michael Mann produjo para la televisión División Miami. Y hoy, cuando la serie es recordada como una parodia de sí misma e impera el revival nostálgico de los ‘80, Mann volvió a Florida para aclarar los tantos: con una filmación violenta, accidentada y latinoamericana, hizo una película actual y en serio. A un mes de su llegada a los cines locales, éstos son los entretelones de un fenómeno que arrasó en su estreno norteamericano.
Por Martín Pérez
Cada vez que le preguntan por qué su película Miami Vice no se parece a la serie de televisión, Michael Mann contesta algo diferente. Puede explicar, por ejemplo, que así como en los ‘80 no miraban al pasado al hacer la serie, nunca se le ocurrió mirar hacia los ‘80 para hacer algo ambientado en la actualidad. También confesar que, sí, en una de ésas hubiese sido un gran reto estilístico ambientar la película veinte años atrás, pero que seguramente se hubiese aburrido al poco tiempo. O que los nostálgicos de la serie pueden verla cada vez que la pasan por la televisión (como ahora en el canal VH1) e incluso comprar las dos temporadas remasterizadas que acaban de editarse en DVD, y quienes quieran ver cómo sería Miami Vice en la actualidad pueden ir al cine. Otra de sus respuestas elige el camino contrario y explica que no le parece que esta Miami Vice sea tan diferente de la original. Acto seguido, puede recordar un diálogo del piloto de la serie, obra de Tom Yerkovich, en el que una mujer le pregunta a Crockett algo así como: “¿Alguna vez te olvidás de quién sos?”, a lo que él responde: “Querida, hay veces en que me acuerdo de quién soy”. Pero tal vez la respuesta más breve y más sincera sea la que Mann le dio a Jamie Foxxx cuando lo asaltó con la idea en medio del cumpleaños de Muhammad Ali. “Debés estar bromeando: ¿para qué voy a querer hacer Miami Vice otra vez?”, le dijo Mann a un Foxxx entusiasta, que incluso imaginaba la canción original de Jan Hammer reversionada por el rapper Jay-Z para los títulos.
Cuatro años después de aquella charla, Jay-Z finalmente aparece en la banda de sonido de Miami Vice, pero no ha quedado nada de la ingenua idea de Foxxx. Es más: ni siquiera hay títulos, ya que esta Miami Vice versión 2006 va directamente a la acción, sin tiempo para perder –en sus más de dos horas de metraje– en cosas secundarias como presentaciones, explicaciones o detalles cool como los trajes blancos de sus protagonistas. “Cuando yo hago una película, hago una película”, explicó en su momento Mann. “Eso implica tomar decisiones, como decidir que no iba a haber ningún prólogo en esta historia, que debe ser narrada sin respiro, y que para eso uno debe entrar de golpe en las vidas de sus protagonistas e irse de la misma manera. Creo que el público es lo suficientemente inteligente como para entrar sin prólogo alguno, sin que haga falta explicarles nada”. Habrá que esperar hasta el mes próximo para testear la respuesta del público local a la propuesta del nuevo Miami Vice de Mann, pero la taquilla norteamericana dice que el director de películas como El último de los mohicanos, Fuego contra fuego, Colateral y El informante no estaba tan equivocado. Aun cuando en el mundo de las megaproducciones norteamericanas, sostener semejante tesis revolucionaria –que el público es, ejem, inteligente– significa nadar contra la corriente. “Mi idea siempre fue hacer Miami Vice en serio: una película para mayores de 18, con violencia real, sexo real, y hablada en el lenguaje de la calle”, explicó Mann. “En principio, el estudio se mostró muy interesado en el proyecto. Pero cuando se dieron cuenta de que lo que yo quería hacer estaba en el polo opuesto de lo que consideran como tradicional en estos casos, que es que una megaproducción de cine descartable, pensada para un público adolescente, se asustaron un poco. Pero parte de mi trabajo como director es sentarme en la mesa de negociaciones y convencerlos de que tengo razón. Además, en el último tiempo películas como las que yo quería hacer habían tenido éxito en el verano. Así que cierta parte de Hollywood estaba empezando a pensar que tal vez la gente se estaba cansando de ver siempre lo mismo. Por eso logré convencerlos de lo mismo que yo creía: que nadie quería ver otra remake nostálgica de una serie de televisión, con cameos de viejos protagonistas y lo que siempre se usa en estos casos”.
Aunque Mann asegure haber convencido a los responsables de su película de que nadie quería otra Miami Vice con Don Johnson incluido, lo cierto es que en cada nota previa e incluso en algunas reseñas de la película enEstados Unidos, muchos cronistas parecen extrañar la vieja serie. Por eso tantas preguntas al respecto, y tantas quejas en las críticas más dubitativas –que no son mayoría, eso sí–, cuyos cuestionamientos van desde que no es tan comprometida como Traffic (¡por suerte!) al por qué la llamaron Miami Vice si no tiene nada que ver con la serie. La respuesta más contemporizadora de Mann es que sí tiene que ver, que la serie original –aunque sea recordada más como una parodia de sí misma, del estilo cool Miami– en su momento era un policial televisivo bastante duro, que no se caracterizaba por sus finales felices. Aquella imagen del Miami retratado por la serie bien puede ser la que tanto sedujo a aquel Tony Montana interpretado por Al Pacino en Scarface. Pero una respuesta más verdadera es que Miami Vice –la película– no sólo no tiene nada que ver con aquella serie o el recuerdo que se tiene de ella, que es casi lo mismo. Sino que no tiene nada que ver con una industria que filma películas como si el cine estuviese entre la última de sus prioridades. Una industria que ha abrazado la moda de las remakes porque así no hay que jugarse por nada, sólo preocuparse por hacerle llegar al público un espectáculo recalentado. Y que filma escenas de acción como si película y director fuesen intercambiables, como si todo fuese parte de un gran videojuego. Alcanzan dos o tres escenas de esta nueva Miami Vice –o de cualquier película de Mann, en realidad– para darse cuenta de que esto es otra cosa. Desde ese comienzo sin títulos ni respiro, Mann demuestra que el buen cine bien puede ser personal y a la vez espectáculo. Que la nostalgia tiene límite, pero la aventura no. Que su mundo supuestamente realista en realidad es profundamente idealista, al permitirse seguir peleando por su derecho a imaginar historias en las que poner toda su pasión, y gastar toda la chequera de sus jefes. Como pocos en el Hollywood actual, Michael Mann piensa que no tiene sentido hacer películas que no iría a ver como espectador. Es una suerte que aún haya héroes así.
Por Mariana Enriquez
Ni bien comenzó la filmación, se complicó Miami, que entró en la temporada de huracanes más grave de la historia. Fue un crescendo: a la asesora de vestuario de Farrell un pedazo de bote le pegó en la cabeza, un viento cargado de granizo destrozó las ventanas de un edificio y los vidrios casi les dan a los protagonistas, que filmaban en una Ferrari, y finalmente Mann declaró que, por cábala, el color rojo quedaba prohibido en toda la película, el set y las inmediaciones. Pero lo que obligó a mudar la película fue el huracán Wilma: su poder destrozó las oficinas de producción de Miami Vice y se perdieron páginas del guión, los libros contables y las tortugas-mascotas Crockett y Tubbs, que vivían en el acuario.
Mientras tanto, Colin Farrell decidió hacer una buena obra y ayudar a las víctimas del huracán Katrina. Organizó una subasta, donde lo ofrecido era su propio cuerpo. Se hizo en el hotel Delano, y como las mujeres presentes eran un poco tímidas, Jamie Foxxx propuso que ofertaran en grupo. Diez chicas ofertaron 10.000 dólares, pero saltó una mujer decidida desde atrás, ofertó 20 mil, y Farrell fue suyo por una noche. Foxxx, mientras tanto, ofertó un retrato de Ray Charles, al que interpretó la película que le valió el Oscar el año pasado. Lo terminó comprando Farrell, por 50 mil dólares.
de verdad Las primeras escenas de Miami Vice en República Dominicana se hicieron en un barrio pesado de las afueras de Santo Domingo, y la producción no encontró problema alguno, gracias a que negociaron con las pandillas que controlan el lugar. Pero no bien se movieron hacia el centro histórico de la ciudad, a metros del mejor hotel de la capital, se desató un tiroteo. La producción había contratado a militares dominicanos para cuidar el set, y todo anduvo bien hasta que un hombre borracho, pistola en mano, exigió que lo dejaran pasar. “Cuando le dijeron que no podía entrar al set, el tipo empezó a disparar”, cuenta Michael Mann. “Así que también le dispararon. Le dieron en el costado, no fue grave, y llegó una ambulancia. Podría haber pasado en Sunset Strip, en Los Angeles.”
Pero dentro del set, los actores y el equipo no estaban enterados de que era una situación controlada. “Me di cuenta enseguida de que eran disparos de verdad”, recuerda Colin Farrell. “Pensé que había un escuadrón listo para secuestrarnos y que iba a pasar la semana siguiente en un sótano, con una capucha sobre la cabeza, a pan y agua.” Con todo tranquilo, el rodaje siguió al día siguiente. Pero Jamie Foxxx estaba un poco malhumorado.
y vicios Se suponía que Ricardo Tubbs, el personaje de Jamie Foxxx, debía ser un experto piloto. Pero el actor les tiene fobia a los aviones y detesta volar, así que esas escenas se complicaron mucho. Foxxx concede, además, que la fiesta era continua. “Muchas veces nuestro reloj despertador fue la música electrónica. Quedarse sin dormir y de tragos muchas veces trae problemas.”
“En la lista había 236 ítem que eran munición, armas y explosivos. La burocracia del Departamento de Estado por supuesto no estaba exactamente apurada por darle permiso de entrada a un montón de AK-47 a una zona relacionada con Hamas y Hezbolá.”
Foxxx, sin embargo, terminó el rodaje en buen estado. A Farrell no le fue tan bien. Aunque Mann insiste en que los dos actores siempre se presentaron a horario y él no tuvo ningún inconveniente, lo cierto es que después de filmar seis días de escenas de amor en Uruguay con Gong Li -las que pusieron punto final a la producción– Colin Farrell pasó una noche en Buenos Aires –con visita a Niceto y encuentro con Diego Maradona incluidos– y doce horas después estaba en un avión para internarse en un centro de rehabilitación. La prensa del espectáculo ardió: un rumor persistente dice que, en la clínica, consta que Farrell consumía “veinte pastillas de éxtasis, cuatro gramos de cocaína, seis de anfetaminas, media onza de hash, tres botellas de Jack Daniels, doce de vino tinto y sesenta cervezas por semana”. En Wikipedia, la biografía de Farrell es sorprendentemente dura: “Es conocido por su promiscuidad sexual y uso habitual de malas palabras. Bebe de forma extrema y es adicto al tabaco”. Quizá para defender a su amigo de la mala publicidad –ignorando que cualquier publicidad es buena, y que la gente de prensa de Farrell debe estar feliz por la exposición–, Jamie Foxxx salió a decir que su compañero no estaba internado, y que se estaba quedando con él en su casa de Los Angeles. “Colin está bien. Todo lo de la rehabilitación es falso, lo tengo en casa. Todo el mundo lo persigue porque es un tipo agradable, le gusta divertirse y disfruta del mundo.”
A esta altura, el propio Farrell reconoció que en efecto estuvo en un centro de rehabilitación. Y también contó que su mayor problema en el rodaje fue su adicción a los cigarrillos. La gente de vestuario tuvo que hacerle un traje especial con parches de nicotina incluidos, porque Mann había decidido que Sonny Crockett no fumaba, y además prohibió el vicio en el set, entre otras cosas por la cantidad de explosivos y material inflamable. “Los parches se derretían por el calor, y la pobre gente tenía que coserlos de vuelta todo el tiempo”, contó Farrell. “Fue terriblemente difícil. Yo fumo cuarenta cigarrillos por día.”
Como Miami no se recuperaba de la temporada de huracanes, Mann decidió dejar Santo Domingo y mover la producción a la Triple Frontera y ubicarse en Ciudad del Este. El encargado de la movida fue Stephen Donehoo, director del estudio para asesoría política internacional Kissinger-McLarty. Hacer entrar a Mann y los suyos le costó casi un año de negociaciones. Habló con integrantes del gobierno, mafiosos locales, contrabandistas y altos oficiales de aduana. Uno de ellos, fan de División Miami, la serie, los dejó pasar con sólo una inspección visual a cambio de una foto autografiada.
La escena planeada era el gran final: un enorme tiroteo que cerraría la película; además, algunos días de rodaje en un centro comercial y tres semanas en un edificio abandonado de las afueras. “No fue fácil llegar”, explica Donehoo. “En la lista había 236 ítem que eran munición, armas y explosivos. La burocracia del Departamento de Estado por supuesto no estaba exactamente apurada por darle permiso de entrada a un montón de AK47 a una zona relacionada con Hamas y Hezbolá. Pero lo logramos.”
Y de nada sirvió. Porque mientras tanto, Jamie Foxxx se iba de Santo Domingo y desde Estados Unidos anunciaba que él no pensaba filmar ni una sola escena más en Centroamérica, y mucho menos en Paraguay. Mann se enojó y le mandó decir a Foxxx que se quedara en casa, que él se las arreglaba sólo con Farrell. Los estudios Universal intervinieron y obligaron al director a mover toda la producción de vuelta a Estados Unidos, con tal de no perder a una de las estrellas. El director hizo caso a regañadientes. Hoy, Foxxx sólo dice sobre el incidente: “Algunas cosas se negocian, otras no”. Farrell, por su parte, insiste en que él hubiera preferido mantener el plan original, y que no tenía problemas en quedarse en Ciudad del Este.
Cuando los estudios presionaron a Mann para que volviera a Estados Unidos, por suerte para todos, tenía un final alternativo, y se dispuso a rodarlo en Miami, menos de una semana después de volver. Y tuvo su dulce venganza contra Foxxx. “Estábamos rodando en un muelle. Y de repente escucho tiros. Lo que pasó fue que cinco policías de incógnito de narcóticos se estaban tiroteando en un estacionamiento a cinco cuadras. Tuvimos que parar la producción porque la locación no era segura.”
Michael Mann no quiso que Don Johnson y Philip Michael Thomas hicieran cameos para Miami Vice, entre otras cosas porque nunca pretendió hacer una remake nostalgiosa. Pero los nuevos Crockett y Tubbs quisieron ponerse en contacto con los originales. Jamie Foxxx logró una pequeña conversación con Johnson en un restaurant de Los Angeles. “Me dijo: Cuando Colin termine de usar mis calzoncillos, que me los devuelva”. Un insulto velado. A Farrell le dio risa. “Todavía estoy esperando sus slips. Hubieran agregado algo interesante al personaje. Lo llamé, pero jamás me respondió. La verdad es que nunca pensé demasiado en el pobre Don para el personaje. Pensar en su Crockett hubiera sido un problema. Me tendría que haber peleado por los trajes que quería usar, y si los quería usar con medias...”
El apocalíptico rodaje acaba de tener su recompensa, no sólo en el éxito comercial –Miami Vice desbancó a Piratas del Caribe II del primer puesto en Estados Unidos– sino de crítica. Salvo por excepciones menores, la respuesta fue unánime: hasta los más exigentes tuvieron que reconocer que Miami Vice, si no es genial, al menos es pertinente y mucho más interesante que cualquier otro film de acción en años. Por ejemplo, en el quisquilloso Village Voice Scott Foundas escribió: “Ninguna descripción puede prepararlos para el impacto visceral de Miami Vice”. Dana Stevens, en Slate: “El mundo de acuerdo a Mann es gritón, peligroso, moralmente ambiguo y más que sucio, pero durante las dos horas que pasamos ahí, no quisiéramos estar en ningún otro lado”. Y A. O. Scott consideró en The New York Times: “Mann mezcla música, colores pulsátiles y alto drama en algo que ocasionalmente no tiene sentido y con frecuencia es sublime. Es la película de acción para quienes gustan del cinearte experimental, y viceversa”.
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