No es novedad que Stephen King nunca se mostró demasiado conforme con la adaptación cinematográfica que Kubrick realizó de su novela El Resplandor. Sin más, hace poco más de un año, el autor despotricó contra el personaje de Shelley Duvall argumentando que era “uno de los roles más misóginos vistos nunca en una película”. Pero ése es apenas uno de los muchos dires y diretes sobre la adaptación, que incluyeron un despelote por el color del escarabajo Volkswagen que conducía Jack Torrance, por el número (cambiado) de la famosa habitación de hotel, por el –ejem– sentido total de la obra (adulterado, a criterio de King), por mencionar unas pocas cuestiones. Cuestiones como el famoso Hotel Stanley de Estes Park, en Colorado, que inspiró al maestro del terror a escribir la mítica historia, pero que Kubrick ni quiso pisar, optando por filmar en estudio y en un albergue de Oregon.

Como fuera, cuentan las crónicas que Stephen pasó una noche en la habitación 217 del Stanley una noche invernal del ‘73 y, ante la desolación del fastuoso lugar (que ha sabido albergar a presidentes y realeza desde su inauguración en 1909), se le prendió la lamparita. Y es que, acorde con la leyenda del edificio histórico, es habitual escuchar el ruido de niños/fantasmas corriendo en los pasillos, que una mucama/fantasma ordene sin que nadie lo solicite, que una pianista/fantasma toque melodías en el salón de música... Lo que no es tan habitual es perderse en un jardín-laberinto, pero sólo porque el Stanley no tiene ninguno. Al menos, hasta el momento. Y es que, cansados de ser consultados por el mentado espacio de encrucijadas, sus dueños han abierto una convocatoria pública e internacional y reciben potenciales diseños hasta el 31 de enero. El mejor, que deberá contemplar los 5700 m2 dispuestos, será construido y tendrá miles y miles y miles de arbustos... Mal que le pese a quien intente escapar de una muerte inminente, de presentarse la ocasión.