Según propia descripción, Alexis Arnold explora “la disposición visual del tiempo, la memoria y la historia natural a través de la transformación de materiales u objetos reconocibles”. Tan reconocibles como un libro, o varios. Después de todo, ellos han sido la materia prima a la que esta muchacha de San Francisco, Estados Unidos, rinde (relativo) tributo en un (poético aunque fútil) intento por inmortalizar tomos varios. Ocurre que, de pocos años a la fecha y tras rescatar caja tras caja de obras literarias desechadas en entornos urbanos, la dama tuvo un eureka, y procedió a accionar en consecuencia. De cara a la carrera contra el ebook y con la intención de congelar el reloj en el devenir de los libros, Arnold comenzó a cristalizarlos. Tal cual suena: usando una solución sobresaturada de cristales de bórax en agua hirviendo, la señorita empezó a sumergir y manipular diarios, revistas, libros, secando y moldeando a posteriori, generando curioso efecto. El efecto de convertir todo tipo de material en esculturas fósiles, evidentemente inservibles a la hora de ser leídos, pero ciertamente bellos, cargados de melancolía.

“Al seleccionar qué adminículos cristalizar, mi preocupación era eternizar a aquellos que hubiesen perdido su función, rol o lugar, y lamentablemente cualquier ejemplar impreso hoy día encaja en esa descripción”, explica esta hacedora de “especímenes geológicos imbuidos de historia y nostalgia” que, a su propio decir, “transforma los libros en objetos estéticos, no funcionales, dejando que las historias permanezcan como recuerdos”. Recuerdos más y menos felices. Porque, así como Crimen y castigo, Matar a un ruiseñor o El guardián en el centeno han “perecido” en sus manos, una laxa selección también incluye manuales Linux, guías telefónicas y cantidad de ejemplares de National Geographic, entre otras bondades no tan... emocionantes.