Domingo, 16 de noviembre de 2003 | Hoy
VALE DECIR
¿Sabes
quién no viene a cenar?
Debe haber sido un momento algo humillante para una estrella del modelaje y
de la actuación como es ella. Pero lo cierto es que el asunto fue todo
un fracaso: el asunto viene a ser una subasta a beneficio del departamento de
bomberos de Nueva York en que se ofrecía una velada de unas tres horas
–una cita para la cena– con Liz Hurley en la ciudad que nunca duerme.
A la chica la dejaron plantada, a pesar de que, mientras ella esperaba en el
restaurante, su amigo Dennis Leary, que conducía el evento simultáneamente
desde un hotel, se esforzaba denodadamente por estimular al público.
“Ahora sí que están decepcionando mucho a los bomberos”,
dijo Leary después de un rato de escuchar nada más que silencio
de parte de los presentes. Mientras tanto, Hugh Grant, ex pareja de la Hurley,
gozaba de un éxito considerablemente mayor, recaudando más de
15 mil dólares de un público bien dispuesto a pasarse una tarde
jugando al golf con él. Lo que se dice ser un quemo y quedar caliente
a la vez.
Ripley:
aunque usted no lo quiera creer
Sigourney Weaver, la actriz consagrada y condenada a su vez por el personaje
de Ripley, la tripulante con temple de acero de la nave Nostromo en Alien, el
octavo pasajero, no se caracteriza por aparecer públicamente con demasiada
frecuencia ni por ser un figurín de los programas de chismes de Hollywood.
Tampoco es el tipo de personaje favorito de ese show de escándalos y
miserias de celebridades que es E! True Hollywood Story. Sin embargo, sus revelaciones
recientes para la revista alemana Gala no pueden menos que llamar la atención
sobre la dama del bajo perfil. El tenor de los hechos relatados por su protagonista
no amerita escándalo alguno sino que resulta más bien inexplicable
como dato autobiográfico. La Weaver, de 54 años de edad, anduvo
rememorando sus años universitarios, más específicamente
la temporada en que vivió con su novio en un árbol en la Universidad
de Stanford. “No en una casita en un árbol –aclaró–
sino en una plataforma montada sobre sus ramas.” También contó
que solía disfrazarse para asistir a clases y ponencias académicas:
“A veces me vestía de elfo, otras de tigre”, confesó,
muy suelta de cuerpo, tal vez intentando tentar a los productores de El Señor
de los Anillos para que extiendan la trilogía y le permitan protagonizar
un cuarto episodio. Todo indica que, después de todo, el octavo pasajero,
el verdadero alienígena, era uno muy distinto del que todos creyeron.
Mea
culpa de sobremesa
Los residentes de Nabutautau, Fiji, saben que nunca es demasiado tarde para
pedir perdón. Y no es la primera vez que lo hacen, pero insistir, creen,
no está de más. Todo se remonta a 1867, cuando los miembros de
una tribu local se comieron a un grupo de misioneros ingleses y cristianos,
creyendo que eran víctimas de una maldición. El plato principal,
en aquella ocasión, tuvo nombre y apellido (y cargo): Reverendo Thomas
Baker. Baker fue tal vez el primer hombre blanco que los aborígenes veían
en sus vidas, por lo tanto se sospecha que les resultó un tanto llamativo.
Hoy en día los aldeanos siguen disculpándose por el hecho, casi
siglo y medio después, convencidos de que sus disculpas previas no han
dado resultado a la hora de darle al espíritu del reverendo un merecido
descanso. Su última disculpa pública había sido en 1993,
cuando los nativos le entregaron a la Iglesia Metodista de Fiji las botas de
Baker, apellido inglés que, a la sazón, se refiere a la cocina
con horno. Lo cual al menos permite reconstruir, mentalmente, qué tipo
de banquete se dieron los fijianos en aquella memorable fecha de 1867.
Cuando
pegan los que pegan
Winnipeg, Manitoba, Canadá. La ciudad está gastando algún
dinero extra en proteger al intendente y a varios de los miembros del Consejo
de las agresiones de contribuidores (esos que pagan sus sueldos mediante los
impuestos) “enfurecidos”. Mike O’Shaughnessy, del comité
que autorizó el gasto, alegó que “había que proteger
a los consejeros de la ira del público. Mucha gente se está volviendo
cada vez más extraña. Llega enfurecida. Pero esto es el Ayuntamiento”.
Entre los nuevos dispositivos destinados a la protección del funcionariado
público se cuentan unas cuantas cámaras de video, un sistema de
registro mediante tarjetas y algún que otro patovica. Será de
lo más moderno, aseguran, y costará el equivalente a unos 30 mil
dólares estadounidenses. Algunas voces disidentes se escucharon esta
semana en la ciudad: “Es ridículo: ¿estamos enfrentando
una amenaza terrorista o algo así?”, preguntaron aquellos que van
a seguir pagando para que su dinero vaya a parar, cada vez más, a modernísimos
artilugios destinados a separarlos de sus representantes. Algo así como
pagar por el palo para recibirlo después en la cabeza.
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