Domingo, 16 de agosto de 2015 | Hoy
VALE DECIR
“Yo soy el imperio al fin de la decadencia”, versaba el decadentista Paul Verlaine, poeta maldito y autor, sí, de Los poetas malditos. Y aunque el pintor irlandés Ted Pim bien podría adoptar tal presentación de poderío, bueno sería aclarar que no es aquella la corriente artística que signa su obra. Finalmente, en cuanto estilo, cualidad devocional y dramatismo, el joven varón se inspira en el barroco. Nada novedoso bajo la lluvia de agosto, de no ser porque el muchacho de 28 realiza sus murales fantasmales en paredes negras y alicaídas de espacios abandonados de Europa y Estados Unidos, contrastando el entorno sombrío con “piezas que se esfuerzan por alcanzar la alta hermosura”. “¿Hay algo más siniestro que una pintura solitaria de estilo siglo XVII, colgando de edificios semidesmantelados?”, se preguntan voces varias frente a las intervenciones urbanas de quien se define como un auténtico aficionado a Rembrandt y Caravaggio, pintores de quienes toma léxico visual, diferenciándose así de otros artistas callejeros que optan por geometría colorida, gráficos audaces, símbolos políticos. Nacido en Belfast, “oriundo de una de las zonas más afectadas por la pobreza de Europa Occidental, siempre me ha fascinado el concepto de riqueza. Me gusta ser capaz de crear un producto de lujo de la nada”, advierte Pim, que gusta de “yuxtaponer bello arte palaciego con arquitectura sórdida, amén de activar reacciones fuertes en la mente de los espectadores desprevenidos”. Entre ellas, ¡shock! Y, por qué no decirlo, un cachito de miedo. Después de todo, ¿hay algo más siniestro que una pintura solitaria de estilo siglo XVII colgando de edificios semidesmantelados?
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