Domingo, 17 de abril de 2016 | Hoy
VALE DECIR
“Antes de acceder a la tecnología digital, el FBI parecía el depósito de un almacén gigante”, anota la web MessyNessiChic, previo a compartir curiosa historia: que en década del 20, el Buró Federal de Investigación solo empleaba a 25 trabajadoras para catalogar sus 800 mil tarjetas con huellas dactilares. En 1943, el salto abismal: 20 mil empleadas (eran mayoritariamente mujeres) entrenadas en la susodicha clasificación, con más de 70 millones de tarjetas entre manos. Un abrumador laberinto de pianitos, que acabó mudándose a una instalación de la Armería de la Guardia Nacional, en Washington DC, donde comenzó a ser conocida como “Fingerprint Factory”. Mote adecuado si los habrá, en tanto –durante el apogeo de la Segunda Guerra Mundial– el organismo ya no solo se encargaba de crímenes locales de Estados Unidos: también seguía a sospechosos de espionaje, desertores, incluso a sus propios agentes y miembros de las Fuerzas Armadas… Cualquiera, paranoia mediante, podía ser un potencial saboteador, y todos debían dejar sus huellas fichadas. Incluidas las valiosas chicas, que pasaban 10 horas diarias, seis días a la semana, clasificando manualmente miles de huellas según sus características fisiológicas, asignando valores números a cada espiral, arco o grietita de las respectivas marcas. Una tarea titánica por la que recibían formación, una lupa y salario en forma de bonos de guerra. También la satisfacción de escapar de la cocina y huirle al encorsetado destino de “ángel del hogar”, eso también hay que decirlo. Por lo demás, las imágenes –como de costumbre– hablan por sí mismas…
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