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Domingo, 17 de julio de 2016

VALE DECIR

VENTA CÓSMICA

Hasta la coronilla de que consparanoicos la interroguen sobre la presunta participación de su padre en la supuesta puesta en escena del primer aterrizaje lunar que, según cierta teoría, habría sido grabado en un hangar, Vivian Kubrick –hija de Stanley– se refirió recientemente a la controversia en una carta que echó a rodar por las redes, deviniendo fenómeno viral. En ella, la indignada dama descarta que “el gran paso para la humanidad” del 20 de julio de 1969 fuese un ardid pergeñado por el reconocido director, anotando: “¿¡Clamar que la llegada a la Luna fue un montaje que filmó mi padre!? Sencillamente no puedo entender cómo alguien creería que uno de los grandes defensores de la humanidad (sic) podría cometer semejante traición a su propio pueblo”. Con el 47° aniversario del histórico momento a la vuelta del calendario, empero, astronautas de la NASA y cosmonautas de la Unión Soviética no han hecho mención de la mentada epístola, preocupados en cambio por celebrar el mítico día con una empresa que sí les concierte e interesa: ¡Una gigantesca venta de garaje! O, en honor a la exactitud, una subasta espacial donde hombres espaciales de sendas nacionalidades pondrán a la venta adminículos de toda índole, para desmayo de fans en la materia.

Los cientos de objetos, por cierto, incluyen: un plan de vuelo original del Apollo 13 autografiado por el piloto Fred Haise (el verdadero, ningún Bill Paxton); el del Apollo 11, firmado por Buzz Aldrin; manos de yeso utilizadas para la confección a medida de guantes; protectores de ventanas de módulos lunares; la esfera celeste de navegación usada por el comandante ruso Pyotr Klimuk en la misión Soyuz 18, de 1975; un traje cosmonauta de la ISS Expedición 6, de 2002; paneles de control de naves; altímetros; el orbitometer que Aleksandr Ivanchenkov transportó a la estación espacial soviet Saliut 6; modelo a escala del satélite Sputnik, creado para pruebas en tierra, aún operacional; insignias de distintas tripulaciones… Oscilantes entre algunos cientos y muchos miles de dólares, los precios son estimativos –es una subasta después de todo– y, según aclara la web de la institución que la llevará adelante (Bonhams, en Nueva York), el grueso de los ítems es propiedad de los astronautas que los vistieron, cargaron, manipularon, y que los han puesto a disposición para vaciar sus placares y, en el ínterin, hacerse unos mangos.

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