Domingo, 13 de febrero de 2005 | Hoy
VALE DECIR
Tal como anticipaba el final de La Pasión de Cristo de Mel Gibson, a los tres días resucitó, y ahora Jesucristo está de vuelta. De la mano de su director Mad Max, por supuesto, que tiene programado un reestreno pascuense para el próximo mes de abril (las salas argentinas se cuentan entre las afortunadas que serán testigos de la resurrección), en versión recut: recortada, con cinco o seis minutos menos de escenas especialmente “violentas”. Los motivos de este segundo “corte del director” no son precisamente personales, sino que están destinados a que Icon –la productora del actor de Arma mortal—, Newmarket –la pequeña distribuidora norteamericana que el año pasado se sacó la grande con esta película que la crítica vaticinó que sería el ocaso definitivo de una estrella– y el propio Gibson se forren, si es posible, de una vez y para siempre. Si bien la película recaudó 370 millones de dólares el año pasado sólo en los cines norteamericanos, los susodichos parecen estar convencidos de que aún pueden ordeñarse unos cuantos dólares más entre aquellos que no se le animaron a la primera versión por sus baldazos de sangre. Pero la verdadera controversia de la semana en el mundo del espectáculo está en realidad en las declaraciones que Michael Moore hizo a la revista Vanity Fair acerca de la película, las cuales sonaron a vendetta para todos aquellos que recuerdan que Moore se sintió profundamente decepcionado porque Icon habría retirado su apoyo financiero a Fahrenheit 9/11. A lo cual se sumaría un segundo desaire poco después, cuando Gibson luego se rehusó a juntarse con Moore para una discusión con los editores de la revista Time, quienes habían considerado dedicarles una tapa compartida a el/los Hombre/s del Año. Será o no será el resentimiento, pero lo cierto es que Moore le dijo a la Vanity Fair que “si yo fuera a hacer una película (religiosa), sería sobre poner la otra mejilla”. Moore agregó que se sentía perturbado por la facilidad con que pueden ser manipulados los vulnerables, torcidos por las imágenes en la pantalla. No se sabe si estará presente en la avant première del reestreno en versión recut. Ni, para el caso, si lo invitaron.
Las celebridades que se opusieron a George W. Bush a lo largo y ancho de toda su campaña reelectoral del año pasado serán “homenajeadas” en la noche de la entrega de los Oscar, el último domingo de febrero, por un grupete de personajes de simpatías republicanas. ¿Por qué? De agradecidos que son, nomás: es decir, para “agradecerles” a los famosos unidos contra Bush el haber atacado públicamente al presidente ya que, argumentan, tales ataques lo ayudaron a ganarse una temporada más en la Casa Blanca. Citizens United (Ciudadanos Unidos: así se llama la entidad que anunció el agasajo) planea llenar de carteles los alrededores del Kodak Theater en Los Angeles y publicar avisos gigantes alabando a las stars holywoodenses que cumplieron un rol central en la reelección al desaprobar al candidato de la derecha. Whoopi Goldberg, Ben Affleck, Michael Moore, Chevy Chase, Martin Sheen, Barbra Streisand, Sean Penn y un enorme reparto secundario se cuentan entre los famosos a los que Citizens United dará crédito con su iniciativa. Que es una más bien costosa –un gasto de publicidad seguramente nada despreciable– puede ser, pero, claro, ahora que ya saben que son gobierno por al menos cuatro años más, ¿por qué iban a andar reparando en gastos?
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