Domingo, 13 de febrero de 2005 | Hoy
INSTALACIONES > CHRISTO TOMA EL CENTRAL PARK
Se llama Christo y, aunque ninguna de sus obras encierra mensajes políticos, cada una es verdadero milagro burocrático que lleva años de negociación con banqueros, políticos y autoridades de las más diversas ciudades del mundo. Su infinita paciencia le ha permitido empaquetar el Reichstag de Berlín, cubrir acantilados en Australia, acorralar con nylon unas islas de Florida y envolver el Pont Neuf. Ahora, tras 25 años de reuniones y 20 millones de dólares de su propio bolsillo, la dupla Christo-Jean Claude finalmente pudo inaugurar su obra en la capital del mundo.
Por María Gainza
A.C.
El mundo parecía un decorado inaccesible de edificios públicos severos como estatuas griegas, de paisajes distantes que cortaban el aliento. Aunque al alcance de la mano, las cosas se podían mirar pero no tocar.
D.C.
El mundo se volvió un juguete o, por lo menos, un museo interactivo. Con un gesto simple, como quien cubre con una funda un viejo sillón, el artista belga Christo tiró una lona sobre los acantilados de Australia, acorraló con nylon rosa flamenco unas islas de la Florida, colgó un pedazo de cortina naranja a través del desierto norteamericano, envolvió el Pont Neuf y sofocó, como un paquete de UPS, al Reichstag de Berlín. “El mundo puede vivir sin mis obras. Son ridículas e inútiles. Pero a mí me gusta tenerlas. Cuando aparecen traen con ellas esa tremenda libertad que emana de las cosas irresponsables.” Christo insistió entonces y aún hoy lo hace: su arte termina ahí donde se ve, no hay mensajes políticos ni metáforas pretenciosas, sólo una extravagancia visual: un proyecto efímero e inútil. Como mucho, un capricho de los dioses.
I
En la mañana del 14 de febrero pasado, los neoyorquinos vieron mutar esa almohada verde que llaman Central Park. Aquel lugar que las fotos estereoscópicas de principios del siglo XIX muestran como una zona pantanosa e inhóspita antes de que los paisajistas Frederick Law Olmsted y Calvert Vaux lo transformaran en el principal respiradero de la ciudad, cambió de estación antes de tiempo. The Gates, el nuevo proyecto de Christo y Jean-Claude (su inseparable Robin), cubrió 35 kilómetros de camino en Central Park con cientos de trapos de color azafrán sujetos a arcos de acero. Desde arriba The Gates parece un ondulante río dorado que aparece y desaparece entre las ramas de los árboles; desde abajo, ofrece a los visitantes un inesperado cielo otoñal.
El proyecto, desarrollado a partir de una idea que tenía Christo de pavimentar las calles de Manhattan con una tela dorada, es la versión arty del maratón de Nueva York. Se estima que la instalación, de entrada gratuita, genere un beneficio económico de 80 millones de dólares. La compañía de acero Charles C. Lewis se pasó dos años cortando 15.000 postes –”la orden más grande que hemos recibido en la historia”. El merchandising incluye relojes, posters, medias y buzos. Un mapa con el recorrido de la instalación cuesta cinco dólares y el hotel Mandarin Oriental ofrece un paquete por 1500 dólares. Incluye habitación con vista al parque y binoculares.
De lo recaudado, 3 millones serán donados al Central Park. Ese fue el arreglo con el alcalde Bloomberg, que finalmente dio luz verde a un proyecto postergado por años. En 1981 Nueva York había rechazado la primera versión de The Gates y sugerido amablemente al artista que envolviera la Trump Tower. Pero como la negociación es parte del asunto, como algo similar ya le había ocurrido con el Reichstag y como tanto los parques como los edificios (aunque eso ya no es tan seguro) no se van a ninguna parte, Christo esperó. Casi un cuarto de siglo más tarde, logró llevar a cabo su primera obra pública en su ciudad adoptiva. Y para mantener la autonomía artística y probablemente para separar su instalación de lo que por instantes podría confundirse con un evento publicitario con sponsors, Christo pagó el proyecto íntegramente de su bolsillo. Un costo de 20 millones de dólares que incluye 1100 obreros, 300 guardias de seguridad y un seguro que resguarda a la ciudad en caso de quealgún caminante distraído termine con una de las cortinas voladoras incrustada en el ojo.
II
Primera viñeta: Snoopy se para frente al Reichstag de Berlín empaquetado por Christo y se pregunta: ¿qué vendrá después? Tres viñetas más tarde: Snoopy se da de bruces con su propia casita envuelta en telas y atada con sogas. En 1978 Charles M. Schulz homenajeaba así al artista.
Porque para Christo, que como Madonna lleva un nombre sin apellido, todo era empaquetable. Nacido en Bulgaria, a los veintidós años Christo huyó a París, donde se ganó la vida pintando retratos. Uno de sus encargos fue para la mujer de un general francés que tenía una hija, Jean-Claude. Tres meses más tarde, el artista se casó con la joven y la convirtió en su principal colaboradora. De empaquetar botellas, carretillas y latas, escalaron hasta edificios públicos y accidentes geográficos. Con 69 años, nacidos el mismo día, el 13 de junio de 1935, Christo y Jean-Claude hoy parecen gatos siameses.
Radicados en Nueva York, su trabajo entronca con lo que se conoce como land art, la quintaesencia de la forma artística norteamericana de posguerra. Algo que empezó en los años ‘60 con un grupo de conceptualistas desencantados con el callejón sin salida del modernismo y empujados por la avidez de comprobar si las obras de arte podían sostenerse aisladas del cubo blanco. Preocupados por cómo el tiempo y las fuerzas naturales impactan sobre los objetos y las acciones y, a la vez, críticos y nostálgicos de la idea de Edén, los artistas que comenzaron a trabajar en el paisaje –Michael Heizer, Robert Smithson, Robert Morris, Dennos Oppenheim, Walter De Maria– estaban unidos por la convicción de que los espacios exteriores debían ser activados. Salieron al mundo a buscar nuevos materiales: hicieron del desierto un gran lienzo blanco; de los acantilados, un bastidor; y de los ríos, pomos de pintura. Pero, como dijo Robert Smithson, en lugar de usar un pincel eligieron utilizar una grúa.
El significado político de los actos de Christo y Jean-Claude no radica tanto en los edificios que eligen sino en las negociaciones políticas, la infinita burocracia –reuniones con banqueros, políticos, audiencias, informes– que es necesaria para obtener los permisos. Se pasan años intentando llevar a cabo sus ideas y cada etapa es minuciosamente registrada. “Nos llevó 25 años envolver al Reichstag; 10 años, el Pont Neuf. Hemos llevado a cabo 18 proyectos: The Gates será el número 19. Pero hemos fracasado, fra-ca-sa-do en 37.” Porque cada uno de estos proyectos es tan o más complicado que construir una autopista. Y nunca se sabe cuándo sucederá. Entonces, como los milagros, si uno no estaba allí, probablemente se lo perdió: el 27 de febrero The Gates será desmantelado para siempre.
¿Qué vendrá después? Es incierto: hay quienes piensan que la alfombra roja que como una vena de sangre patricia corre por la Avenida Alvear las noches del inefable Alvear Fashion & Arts es una de sus instalaciones. Pero no. Lo que se rumorea es que la próxima aparición de Christo cubrirá los 11 kilómetros del río Arkansas, en Colorado.
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