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Michael G. trabaja como telemarketer en Colonia, Alemania. Vende participaciones de una lotería estatal, algo tan imposible de ganar que casi equivale a una estafa. De ganar, el premio se comparte entre muchos; y si el premio es menor a cincuenta euros, no se cobra sino que se acumula.

Claro que la persona al otro lado del teléfono nunca sabe esto. La empresa que lo contrata a Michael G. gana muchísimo dinero, obviando la letra chica, según cuenta el website lainformacion.com

Una de las llamadas de Michael es con un anciano que dice que no, que los 12 euros del boleto los necesita para comer, que en la casa no tiene ni un pedazo de pan. Michael pide disculpas y cuelga. Su jefe de equipo se enoja con él: “¡Qué sentimental! La conciencia, mejor, la dejás en casa”.

El salario de Michael depende de lo que venda, así que esos escrúpulos no lo van a llevar a ningún lado: su sueldo de base es ínfimo. Si falta por enfermedad, sufre todo el equipo, ya que los puntúan en grupo.

¿Por qué trabajan ahí? No hay otra cosa. Encima, como vienen reclutados del Ministerio de Trabajo, una renuncia o un despido por bajo rendimiento puede significar el fin del seguro de desempleo.

Michael, por suerte, no se llama Michael; su nombre verdadero es Günter Wallraff y es un periodista de investigación. Toda esta historia es de un capítulo de su libro Con los perdedores del mejor de los mundos (Anagrama, 2010).

Wallraff se especializa en el periodismo de investigación: en el primer capítulo de su libro se disfraza para descubrir el racismo oculto entre sus compatriotas. Así, de incógnito, es como va destapando la explotación oculta en la industria del telemarketing, en una panificadora que provee a los supermercados Lidl e incluso en la multinacional Starbucks.

“Aprendan de los triunfadores”; así dice el jefe de Michael G., señalando a uno de sus compañeros que, sin importarle nada, consigue vender, vender, vender. Sin remordimientos y en el mejor de los mundos.