Domingo, 16 de enero de 2011 | Hoy
Por Guillermo Saccomanno
Quizá convenga hablar aquí de una fe: la confianza en el arte como un oficio transformador que no se desentiende de las tensiones sociales. Pensando así su trabajo, Lestido convive con sus personajes, respira sus olores, secretos y estados de ánimo. La forma de comprometerse con los seres y el territorio a narrar remiten a Van Gogh internado en la cuenca del Borinage para pintar sus personajes, los obreros del carbón. No se trata, como se dice, de poner el cuerpo, frase que se ha vuelto cliché. Se trata, en todo caso, de bloquear el yo y ponerse en el lugar del otro, encontrar su voz, comprender su cotidianidad, adoptar su perspectiva. Ni más ni menos, asumir sus historias y sentirlas propias. Ahora, en Interior, Lestido se dedicó a recorrer el país de norte a sur. Convocada por el Grupo Insud, estuvo en los lugares donde sus fundaciones se consagran a la preservación del medio ambiente y el combate de enfermedades como el Chagas. Todo un viaje el de Lestido. Y aquí está el resultado.
Aunque en este libro abundan los paisajes, el territorio ninguneado por lo urbano, no falta lo humano. Sus personajes están curtidos por la intemperie, porque la intemperie, con sus luces y sombras, lo domina todo. En ocasiones, como una digresión, surge una visión íntima: una flor en un vaso. A veces la visión puede aspirar a la abstracción. No sólo flores sino también árboles, troncos, el ramaje, se transforman en signos de una forma austera de expresar. Una estrategia de Lestido: en el despojamiento, menos es más. Y cada aparente desvío pasa a ser una variación del tema.
Ahora el tiempo de Lestido es otro. Es un tiempo interior. El tiempo “del interior”, como se llama a las provincias, y a la vez el interior alude al sentimiento de la artista. Daría la impresión, en estas imágenes, que la desolación y la turbulencia controladas de su obra anterior dieron paso a un armisticio con la realidad. Si aquella expresaba tanto la furia contenida como una ternura pudorosa, acá lo que impera es una reconciliación de la mirada con lo que se le cruza. Lo que persiste, rasgo de estilo: una concepción austera de la existencia, un entendimiento del amor y la belleza como asuntos de la conciencia. Una conciencia que no deja de ser, conviene aclararlo, de clase. Quiero decir, todo lo que en este libro se aprecia como afuera responde a un interior no sólo geográfico –la patria grande– sino un interior más íntimo y personal. En este libro está la mirada de las mujeres presas, pero ahora en libertad. Está también la mirada que enfocó madres a hijas, pero ahora, exorcizado este pathos, está dando vida con aire nuevo, aire libre, a todo lo que encuentra a su paso: un bosque, unos yacarés, unos chanchitos, un avestruz. También, el mundo de la infancia, el trabajo y la vejez inexorable. En este tránsito pueden escucharse el rumor del agua, el viento, risas de chicos, los sonidos del campo nocturno. Lestido es una subjetividad que se busca a sí misma en el camino a veces desierto. Sin embargo en la tierra que puede ser de nadie hay alguien: la viajera que observa el paisaje.
A menudo se ha dicho que la poesía del interior es elegíaca. Como género, la elegía evoca la inocencia perdida, un paisaje idílico, que ya no será lo que fue, un mundo que hemos extraviado. Considerada así, esta nueva serie deviene, en un sentido, elegíaca. Como Lestido procede de los ’70, su punto de vista es residencia en la tierra, percepción instintiva de la sobreviviente que, en vez de culpa, experimenta gratitud. Esa gratitud de los campesinos de Millet rezando en el Angelus. Digo: Lestido constituye su estilo narrando con un lirismo visual, una mirada de reconciliación y, lo vuelvo a subrayar, gratitud –¿acaso la gratitud no es muchas veces patrimonio de los pobres?–, gratitud con el mundo y la vida, una dulzura y una crudeza a la vez. También un despojamiento de toda retórica. Sus personajes, hombres, mujeres y chicos transmiten los sentimientos de los humildes. No hay ni compasión ni testimonialismo fácil en estas fotos. Hay dicha y alegría. Hay soledad y circunspección. Y esos rostros, en su expresión, irradian una dignidad. Porque la dignidad de los humildes –Van Gogh, que amaba a Millet, lo sabía–, esa dignidad, digo, resulta sanadora.
Son pocos los artistas que pueden transmitir: “Si yo estoy ahí, vos también, conmigo”. Entonces la soledad se atenúa, se siente la presencia de alguien: la mirada de un artista que por carácter transitivo, generosa, se vuelve la nuestra, la de quienes contemplamos su obra. Porque la suya es una mirada que procura compartir las percepciones de un instante que puede escurrirse en una distracción. Pero Lestido nunca está distraída. Y, vale aclararlo, nos hace ver con sus ojos siempre alertas. Es que su modo de captar lo fugaz es irrepetible.
Fíjense.
Estas líneas conforman el prólogo a Interior, el libro en el que Adriana Lestido compila las fotos que sacó después de haber recorrido todo el país.
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