Domingo, 31 de julio de 2011 | Hoy
VALE DECIR
Quién sabe si fue por afán cinéfilo, casualidad o ubicación que la organización criminal calabresa ‘Ndrangueta compró el Café de París, en Roma, tiempo atrás. Como fuere, en un arrogante golpe de efecto, el grupo mafioso se hizo del mítico local italiano de Via Veneto, aquel que sirvió de set para escenas clave de La dolce vita, de Federico Fellini, y lo volvió sede de operaciones.
En la mítica película de los ’60 –la misma que dio fama mundial al término “paparazzo”–, Marcello Mastroianni y Anita Ekberg se entregaron a inspirados arrumacos en el café, sellándolo como destino turístico obligado. Pero, en un giro irónico, el lugar emblemático terminó como feudo de la familia Alvaro, clan histórico italiano, famoso por controlar buena parte del tráfico de drogas y armas.
Sin embargo, la semana pasada, el rincón típico se las ha visto aún más negras: a causa de una investigación de la Fiscalía de Reggio Calabria, la policía le ha puesto candado, volviéndolo uno de los bienes incautados por la Justicia a la ‘Ndrangueta (también conocida como Famiglia Montalbano, Onorata Società, la Santa o la Picciotteria) y disfrazándolo con cintas y fajas de clausura. Lo que se creía propiedad de una sociedad terminó siendo, en efecto, una tapadera. Y hubo que cerrarlo.
Pero ¿por qué eligió la mafia un lugar tan visitado? Al parecer, los centros gastronómicos son presa habitual de las organizaciones criminales, que los usan para lavar dinero rápida y efectivamente. Y aunque el Café de París tuviese un valor comercial de 55 millones de euros, los mafiosos pueden darse esos lujitos, en tanto facturan el doble que firmas como Fiat. En otras palabras, los criminales son la mayor empresa del país, con un total estimado en 130 mil millones de euros (léase, el 6 por ciento del producto bruto interno).
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