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Se dice que sus últimas palabras fueron: “No quiero nada más que la muerte”, que tenía 41 años y —para tan temprana edad— ya había legado obras definitivas (Orgullo y prejuicio, Emma, Persuasión). Se dice que la fulminó un problema de segregación de hormonas que, bajo el título “enfermedad de Addison”, le atacó los riñones. Se dicen muchas cosas y, ahora, se dice una más: que, en realidad, Jane Austen podría haber sido envenenada con arsénico.

Casi 200 años después de su muerte, la hipótesis es obra de la novelista criminal y periodista británica Lindsay Ashford, autora que -–para trabajar en su nuevo libro— se mudó a la casa de Jane durante tres años y allí descubrió cartas escritas por la responsable de Sensatez y sentimiento, donde la mujer relataba: “Estoy considerablemente mejor, recuperando mi aspecto poco a poco. Este ha sido malo; tuve manchas negras y blancas de un color cada vez peor”.

Habiéndose documentado sobre técnicas forenses y venenos para sus novelas, Ashford emprendió una investigación para arribar a tamaña conclusión: los síntomas responden al insumo de arsénico, producto fácilmente disponible en el siglo XVIII, en tanto era utilizado para tratar enfermedades como el reuma —del que Austen se quejaba vía correspondencia— o sífilis. Y que, por cierto, producía cierta pigmentación en la piel.

Maravillada por ser la primera en documentar el (posible) hallazgo, Ashford atribuyó la novedad a su agudeza de lectora: “Miré sus cartas desde otro punto de vista”, explicó. Y fue aún más lejos porque, como explicaría en su próximo libro, titulado La misteriosa muerte de la señorita Austen, no descarta que el envenenamiento fuera intencional. “A principios del siglo XIX, muchas personas usaban arsénico como arma en asesinatos”, aseguró a un medio británico. La idea no tiene mucha aceptación en el mundillo literario inglés, pero eso no le impedirá a Ashford facturar por su libro.