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La curiosidad no mató al gato; lo hizo el microondas. La semana pasada, un joven británico de 19 años admitió haber asesinado a su mascota al calentarla a pura onda electromagnética durante tres minutos. Empero, la particularidad del caso no reside en el cruel atentado animal sino en los motivos detrás del crimen: el malhechor asegura que mató al minino porque habían estado discutiendo.

La historia comenzó a fines de septiembre cuando Jamie Blake, el malvado de turno, encontró un gatito callejero y lo hospedó en su sitio de residencia, un espacio de vivienda para adultos sin hogar y en situación de riesgo llamado John House Room, ubicado en Thetford, Inglaterra. Además de darle techo, lo proveyó de atún y queso, le dio agua, lo bautizó “Buddy”.

La convivencia, sin embargo, no tardó en volverse oscura: según Blake –que ha sido diagnosticado con problemas de salud mental–, el gato comenzó a hablar y a calentarle la oreja con rumores dañinos. Pero cuando el parlanchín animal le dijo que su mamá estaba siendo drogada por una ex pareja –que le estaría inyectando heroína–, el muchacho descarriló. Ni siquiera pudo distinguir que la murmuración del gato era una mentira (visto y considerando que el ex novio de su progenitora... está muerto) y, peleadísimo con el animal, lo tomó del lomo, lo ubicó dentro del microondas y lo puso a funcionar. Buddy fue encontrado más tarde por el personal de la residencia y el horno eléctrico, enhorabuena, arrojado a la basura.

Ahora, Kieran Dunphy, abogado defensor de Jamie, alega que el muchacho no estaba en su sano juicio a la hora de pergeñar el crimen. Habrá que ver si la explicación convence al juez el próximo 30 de octubre, cuando salga la sentencia. Mientras tanto, Blake pasa sus días (cuatro semanas, en honor a la exactitud) en la cárcel. Sin mascota, valga la aclaración.