Domingo, 25 de mayo de 2014 | Hoy
VALE DECIR
De un tiempo a la fecha, el cementerio Greyfriars de Edimburgo, Escocia, se ha vuelto un inesperado punto turístico por motivos —por lo menos— insólitos. Semanalmente cantidad de aficionados a la saga Harry Potter se acercan, a menudo disfrazados de magos, para dejar cartas y tributos al malo malísimo Lord Voldemort, némesis del héroe adolescente, creyendo que se trata del verdadero sitio de descanso del personaje... ficcional. Un detalle que no parece ser una traba para los hechiceros de cabotaje que arriban con notas y obsequios a la tumba de un tal Thomas Riddell, fallecido en 1806 a la edad de 72.
La ridiculez viene a cuento de dos factores: a) el nombre “civil” de Voldemort era (repetimos: en la ficción) Tom Marvolo Riddle, que al parecer se acerca lo suficiente al del señor de carne y hueso (o polvo, a esta altura del partido); b) JK Rowling escribió buena parte de la historia en un café ubicado en las cercanías de la necrópolis y declaró haberse inspirado en distintos sitios de la ciudad, por lo que los fans están convencidos de que el caballero del siglo XIX (Riddell) fue quien inspiró el nombre del famoso Lord. Así, con los –dudosos– motivos a la orden del día, las visitas se multiplican.
A punto tal que el gobierno local está desesperado, pidiendo solícitamente que los fans no dejen más notas, avisando recientemente que las quitarán para resguardar el eterno descanso del don original y para, eso también hay que decirlo, “preservar la apariencia” del histórico cementerio. Porque, a saber: jóvenes encapados con varita mágica y cartas en mano no dan con la solemnidad que un camposanto requiere. Quién lo hubiera dicho.
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