PáGINA 3
En medio de la guerra
POR EFRAIM MEDINA REYES
Cuando se está en las entrañas de un conflicto no es fácil reflexionar sobre el futuro de éste; tampoco se tiene plena conciencia de su dimensión y menos aún de las posibles soluciones. Uno simplemente trata de seguir el curso de los acontecimientos, un poco a la deriva, igual que en un naufragio. Sin embargo, hay varias cosas bastante claras: el origen del conflicto está en los altos niveles de injusticia social y corrupción que atraviesan la historia del país. Injusticia y corrupción gestada, promovida y ejecutada desde el Estado mismo. El conflicto creció ante la indiferencia de ese Estado, del poder privado (encarnado en los grandes grupos económicos) que han controlado y controlan el país, y de una sociedad que habita en su mayor parte en las grandes ciudades y consideró que aquélla era una guerra de campesinos, lejana y sin posibilidad de afectarlos. Durante décadas, muchos, en Colombia y el mundo, aceptaron que la lucha de los diversos grupos insurgentes era una vía legítima de tomar el poder y devolver la dignidad a millones de colombianos sumidos en la miseria. Hoy han cambiado muchas cosas, entre otras, la muerte de ciertas utopías y el nuevo orden mundial, donde Estados Unidos parece ser, más que nunca, amo y señor de nuestros destinos. Sin embargo, aunque ya nadie siente en Colombia la guerra como algo ajeno y lejano, las razones del conflicto siguen intactas. La injusticia y la corrupción campean, los desplazados por la guerra se multiplican y las ONG extranjeras se disputan el territorio para desarrollar sus proyectos que dan trabajo, con sueldos bastantes atractivos, a cientos de europeos. Después de los intentos fallidos de varios gobiernos por llegar a un acuerdo con los grupos armados, el actual presidente Alvaro Uribe ha prometido enfrentarlos y derrotarlos. Lo primero, de hecho, lo está haciendo; lo segundo, todos sabemos que será muy difícil. Dentro de sus iniciativas, el presidente Uribe cuenta con la amistad y el apoyo de los Estados Unidos, pero ya sabemos lo ambiguo y peligroso que es ese apoyo. Los intereses imperiales de los norteamericanos nunca han respetado pactos ni amistades, basta recordar la amistad y el apoyo que alguna vez le dieron a Hussein y a Bin Laden. El otro aliado, según el gobierno, debería ser la Unión Europea, esto en caso de que existiera tal comunidad. Antes que hablar de la Unión Europea, podríamos mencionar algunos países de Europa con posiciones diversas, unos más esquivos que otros, frente a nuestro conflicto. Por ejemplo, Francia parece más obsesionada con el secuestro de Ingrid Betancourt, a quien le han otorgado miles de honores y convertido sus libros en best seller, que en apoyar a una cada vez más abandonada e indefensa sociedad civil. Deploro ese secuestro, pero hay que recordarles a los franceses que si estar secuestrado da de inmediato la categoría de héroe, en Colombia son miles de héroes y la cifra aumenta cada día. Desde inocentes y anónimas amas de casa, niños y madres comunitarias hasta industriales y políticos. Sin embargo, a pesar de los atentados, las masacres, el fuego cruzado, la fumigación de cultivos ilícitos (que mata más niños y cultivos normales que otra cosa), el creciente desempleo, la corrupción y la supuesta ayuda de la Comunidad Internacional, los colombianos tratamos de seguir adelante. Hay una extraña fuerza, una alegría mítica, unas salvajes ansias de vivir, que sostienen la esperanza. Pero se trata de una esperanza lúcida, sin expectativa de milagros y cansada de promesas. No somos tan tontos de pensar que Europa y menos Estados Unidos nos van a sacar del hoyo o que los grupos armados tengan un plan diferente que perpetuar la guerra y el terror. Así como las desgracias no convierten al estúpido en genio, tampoco la guerra, el secuestro y la muerte han frenado la voracidad de poder, la deshonestidad y el egoísmo de nuestra clase política. Pero, al mismo tiempo, esa destrucción (y la que aún vendrá) nos ha dado a la mayoría de colombianos (incluyendo sectores de la alta sociedad) una conciencia de país y la certeza de que ya nadie es intocable, que no se trata de una guerra de campesinos, que todos estamos involucrados y que, por cruel y estúpido que sea el conflicto, ha desnudado nuestras terribles miserias. Los colombianos comunes y corrientes, los que no somos industriales ni políticos de mierda, los que no recibimos honores ni conversamos con los delegados del primer mundo, sabemos que estamos solos. Ninguna ayuda humanitaria, que muchas veces sólo sirve para que vengan aquí gordos, viejos y feos europeos a conseguir amantes jóvenes y bellas vencidas por la pobreza, resolverá el lío. Debemos asumirlo nosotros, aunque cualquier noche, regresando del trabajo, explotemos en el aire y nos convirtamos en lacónicos titulares de la prensa mundial sin saber qué putas hemos hecho para morir así.
El escritor colombiano Efraim Medina Reyes pasó recientemente por nuestro país para presentar su libro Técnicas de masturbación entre Batman y Robin.