PáGINA 3
Adiós al maestro
Por Laura Vales
POR TONY VALDEZ
Recuerdo que tendría siete u ocho años cuando descubrí accidentalmente (como sucede casi siempre en esa época de la vida) a un dibujante llamado Hugo Pratt. Creo que fue el primero que me enseñó a mirar, a ver que las cosas tenían otra forma. Luego crecí y en la adolescencia, esta vez ya no tan accidentalmente, descubrí a Julio Cortázar, que me mostró que la vida se podía contar de otra manera. Así siguió mi vida, acumulando descubrimientos. Y en esa acumulación apareció Federico Fellini, que me permitió saber que había otro mundo, más mágico, dentro del mundo en el que yo vivía.
Casi en esa misma época –la época en que uno se va formando, va buscando saber quién es y dónde está su camino– cayó en mis manos una revista con unas fotografías de un fotógrafo que hasta entonces yo desconocía: Cartier-Bresson. Entre esas imágenes había una en la que tres mujeres de algún lugar de la India, de espaldas a la cámara, ejecutaban una coreografía formidable. Ahí fue donde terminó de dibujarse en mí la tan mentada “orientación
vocacional”. Todo lo que en su momento Pratt, Cortázar y Fellini me habían enseñado se sintetizó en esa imagen y en la fotografía, esa herramienta para ver y contar la vida. Y decidí ser fotógrafo.
No sé todavía si llegué a serlo, pero sí sé, en cambio, que con el paso de los años fui viendo y aprendiendo de ese hombre, no sólo a partir de sus imágenes sino también de su conducta y su actitud con la herramienta que había elegido. En eso Cartier-Bresson se hermanaba con mis maestros anteriores.
Un día, Cortázar se fue. Después hicieron lo mismo Federico Fellini y Hugo Pratt. Y cada vez que algo así pasaba yo sentía que se iban perdiendo pedazos de mi vida. Hoy, que Cartier-Bresson decidió abandonarnos del todo, siento que me quedé huérfano. Y, como todo huérfano, siento angustia y unas terribles ganas de llorar.