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Domingo, 26 de mayo de 2002

PáGINA 3

Lo que sé

Por Pepe Soriano
Sé por qué siempre viví en Colegiales, donde nací. El barrio es mis primeros raspones, la primera pelota corriendo con los chicos, la billarda, un juego que ya no existe más: un palo de escoba cortado, de 20 centímetros, al que se le sacaba punta de los dos lados, como un lápiz; con otro palito había que pegarle en la punta y en el aire, y cuanto más lejos mejor. Ahí tuve el primer carrito, ésos que hacíamos con los rulemanes de los talleres. Ahora el barrio son algunos vecinos que quedan y una casa llena de ángeles. En esa casa no sólo vivo con una mujer y una hija: en esa casa vivo con mis padres, con mis abuelos. Están todos ahí.
Sé que ser actor es un hecho de resistencia. Ahora y siempre. El Estado argentino nunca tuvo nada que ofrecer en el orden cultural. Pero el teatro goza de buena salud. Por eso, teatro siempre habrá.
Sé que vivo en la contradicción: hice de Franco y de anarquista alemán. Pero los dos son siempre pedazos de uno. Negar que uno tiene zonas oscuras es ridículo.
Sé que el personaje de La Nona salió de la casualidad. Y del talento de Tito Cossa. Es uno de los mejores personajes que vi, un personaje que no da la solución sino la posibilidad. La nona es el poder, los militares, los réditos, el hambre. Es lo que cada uno quiere ver.
Sé que hay personajes que son peligrosos. Lisandro de la Torre, por ejemplo. La incomprensión y algún componente de locura personal lo llevaron a pegarse un tiro.
Sé que yo conocí la locura en el ‘77, cuando me encontré en un medio que me era adicto pero que no entendía nada de lo que yo hablaba, que no era inocente pero que tampoco era abiertamente culpable. La persecución y las circunstancias personales me llevaron a una internación.
Sé que la locura es como un asalto, hasta que se te va la idea de que te pusieron un revólver en la cabeza. Volví, con miedo, pero volví. Me quedó el violín de un loco al que amo: Jacobo Fijman. Lo tengo en mi casa. Regalo de Nina Cortese. Cada vez que lo veo pienso en El molino rojo, en que “el patio del loquero es un largo muro”.
Sé que tengo tiempo.
Sé que Teatro Abierto fue la experiencia más importante de mi vida. Las críticas son tinta fresca hoy y papel amarillo mañana. Doscientas y pico de almas frente a la prepotencia militar fue el primer acto contestatario que se tuvieron que aguantar. Que después nos encontráramos con un éxito es coyuntural. Que después nos volaran el teatro, también. Pero Teatro Abierto es un hito. Seis Martín Fierro, en cambio, lo tiene mucha gente.
Sé que el país nunca me fue hostil. Acá están mis amigos, mis compañeros, los autores, los tipos con los que discuto la vida. En España me recibieron muy bien y estoy muy agradecido pero esos olores no son los mismos y esos cafés no son los míos. En los bares, a mí me gusta estar sentado y allá, salvo con Alterio, tenía que estar siempre parado en la barra.
Sé que el exilio interno fue un acto inconsciente. Y me fui a contarle a la gente del interior quién soy, de dónde vengo, que no soy producto de una revista, ni de la manipulación de algunos medios sofisticados. Estuve 26 años recorriendo pueblos. Me habrán visto 200 mil personas, en pueblos de 1200, 1500 habitantes. El año pasado fue la última gira. La gente en vez de entrada traía comida.
Sé que ahora tengo menos perentoriedades, que vivo con lo del teatro y que no hago televisión porque no me interesa. Y que puedo decirlo.
Sé que las leyendas terminan devorándose todo.
Sé que soy un cómico, un actor con altibajos, no una estrella. Fidel Pintos decía que un actor es aquel que hoy come faisán y mañana se come las plumas. Sé que sufro todos los días como el resto de la gente, que puteo y que quiero echar a más de uno a patadas en el culo, como el resto. A patadas en el culo.
Sé que van a terminar barridos por el viento, en la miseria de las osamentas tiradas por el campo. La plata no les va a servir de nada, son cadáveres vestidos, les queda poco por robar. Y en los tiempos de la historia, nada por joder. Sólo tienen palacios en medio del desierto. Palacios llenos de clavos y también se les acaba. Lastimosamente llegarán al 2003. Se la podrán rebuscar cinco años más, seguirán estafando, robando. Pero después serán barridos. Seguro.
Sé que los argentinos, como decía Discépolo, somos la mueca de lo que soñamos ser. Morocho y argentino rey de París. Por eso podemos hablar de todo.

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