Domingo, 26 de mayo de 2002 | Hoy
PLASTICA
Un retrato de Amalita hecho con perlas. Uno de Jorge Glusberg con caramelos Media hora. Otros con fósforos, sacarina, jabón, cuero y hasta comida para perro. Y todos juntos despidiendo su particular fragancia en una misma sala. Tras las 120 máscaras mortuorias de personajes vivos con que debutó hace dos años, el grupo Mondongo volvió a la carga retratando a lo más selecto de los jurados artísticos locales, y ya se convirtió en la sensación de la temporada (incluso para sus retratados).
Por Santiago Rial Ungaro
1 - Sergio De Loof (hecho con botellas de vino y de cerveza) “Es uno de los más lindos. Es tentador tocarlo porque es suave al tacto. Pero es peligroso: sí lo tocás te cortás porque hay vidrios que no perdieron el filo.” 2 - Ruth Benzacar (hecha con fósforos) .“Estuvimos agujereando el dibujo durante un mes y medio sin saber si se iba a ver o no, porque los fósforos son un material que hacen sombra. Lo hicimos con fósforos por la pasión. Habíamos pensado en prenderlo fuego, pero al final nos dio lástima. Está hecha con mucho respeto y la compró Orly Benzacar.” 3 - Jorge Glusberg. “Está hecho con 4233 caramelos Media hora; son miles de horas de Glusberg. Por otro lado, parecen soretes de oveja. Lo que no sabíamos es que se le iba a derretir el cerebro. Y si le hacés un seguimiento, está cada vez está más derretido.” 4 - Amalia lacroze de fortabat (hecho con perlas) “da olor a perlas.” |
A medida
que uno va subiendo la escalera y se va acercando a la sala, va sintiendo
el olor. “Es el espíritu de Mondongo”, explica serio pero
divertido Manuel Mendanha, que junto a su esposa Juliana Laffite y Agustina
Picasso forman el grupo Mondongo, algo así como la sensación
(sensación dura y jugosa) del ambiente plástico porteño. Recorriendo la sala, el aroma cambia según donde uno se ubique, alcanzando su máximo hedor sobre la superficie de una de las obras, un retrato de Pablo Suárez, hecho con pedazos de carne picada y luego cubiertos de resina. La instalación, al margen de sus estímulos olfativos, gira alrededor de una serie de retratos. Por más que la muestra se complete con una escultura con los integrantes del grupo caracterizados como linyeras tirados en un colchón (que también apesta a orín y a putrefacción) y por un retrato digital que muestra los rostros de los integrantes de Mondongo deformados y entremezclados, los retratos se imponen. Todos ellos son personajes del mundo artístico. En las palabras de los Mondongo: “personajotes” del pequeño “mundillo” artístico. Esos que suelen integrar los jurados y decidir, aunque sea por un rato (que puede durar horas, meses, años o décadas), qué es arte y qué no es arte. La curiosa elección de los personajes se ve potenciada por la elección de los materiales. A cada personaje le corresponde un material: Jorge Glusberg, el director del Museo Nacional de Bellas Artes, fue hecho con 4233 caramelos Media hora; Patricia Rizzo (curadora), con 4785 trozos de jabón; Florencia Braga Menéndez (la dueña de la galería donde los Mondongo exponen durante el mes de junio), con cereales; Amalita Lacroze de Fortabat fue hecha con 3525 perlas; Gustavo Bruzzone (el alma pater de la revista ramona, mecenas y coleccionista vinculado al llamado “arte light”), con sacarinas; Ignacio Gutiérrez Zaldívar está hecho con pedazos de comida para perro; Ruth Benzacar, con 6589 fósforos; y Sergio De Loof, con trozos de vidrio de botellas de vino y de cerveza. Todos fueron hechos sobre acrílico y sellados con resina (lo que hace que los materiales no se pudran completamente), salvo Federico Klemm, hecho con tachas sobre cuero, “por razones obvias”. (Mención a la omisión: entre el jurado de “personajotes” estaba también Roberto Jacoby, pero los Mondongo confiesan que no lo retrataron porque no encontraron el material adecuado para hacerlo.) El gesto de los Mondongo es tan desafiante como atrevido: si los retratos y la instalación no estuvieran tan bien logrados, tanto en lo conceptual como en lo estético, su actitud podría considerarse kamikaze. Y, de hecho, sería muy extraño que Glusberg ya los tenga en cuenta para el MNBA. Los retratos tienen una presencia fuerte y captan con sutileza algo que va más allá de la efigie de cada persona. Y, en algunos casos, no es difícil predecir que se van a convertir, les guste o no a los modelos, en los retratos definitivos de algunas de estas personas, sean personajes o personajotes. “Nosotros el sentido del humor nos lo tomamos muy en serio”, aclara, ahora sí, con total seriedad, Manuel Mendanha. Y para confirmarlo, su autorretrato, justo detrás suyo, lo muestra muy similar al “Turco” Claudio García, mítico jugador de fútbol de Huracán, Racing y Vélez. El sentido del humor se aplica entonces a todos por igual, aunque, vale decir, no en todos los retratos se perciben los mismos sentimientos. Igualmente, las interpretaciones, así como el punto de vista para cada retrato (de lejos se forman las figuras con mayor nitidez, pero de cerca se ve de qué están hechos), corren por cuenta del espectador. Aunque a simple vista, a algunos de ellos, el azar (o el Espíritu Mondongo) les ha jugado una mala pasada. Gutiérrez Zaldívar, por ejemplo, está roto en varios pedazos: cuando lo estaban haciendo la resina se pegó a la madera, algo que no pasó con las otras obras. En vez de hacerlo de nuevo, los Mondongo lo despegaron y, al hacerlo, se les rompió en dos pedazos. Luego, siguiendo los oscuros designios del destino, lo siguieron rompiendo y lo volvieron a pegar hasta dejarlo tal como está ahora. Pero sin lugar a dudas, el retrato más inquietante es el de Jorge Glusberg: su rostro, solemne y con mueca de prócer, debe soportar el progresivo derretimiento de los caramelos Media hora en la parte superior de su cabeza. “Nunca pensamos que se le iba a derretir el cerebro”, comenta asombrada Juliana y recuerda que cuando la hicieron “no sabíamos cómo iba a quedar. Se fraguó mal la resina y ahora le cae por la cabeza. Estábamos trabajando a ciegas, así que la excitación era enorme. Y cuando la terminamos vimos que era una obra maestra”. Con esta obra se inició la producción de Mondongo 2002. En su primera exposición, realizada en 2000, en el Centro Cultural Recoleta, el extraño sentido del humor del grupo ya se podía intuir en la decisión de mostrar 120 máscaras mortuorias de yeso, que incluían a personajes del mundo artístico como Fogwill, Oscar Bony y Charly García, así como a familiares y a personas elegidos al azar. Los grotescos rostros de las máscaras, con sus ojos cerrados, modificados y sellados con resina, definían la estética de Mondongo, sucia y desprolija. Habían copado una sala del Recoleta y le imponían su “espíritu”. Como escribió Alejandro Margulis cuando cubrió para ramona aquel atentado estético, el mondongo es “correoso y difícil de masticar”. Aunque también, como bien señala Manuel Mendanha, es “muy argentino, pobre, barato, muy rico y sacia el hambre”. Antes de ser parte de Mondongo, los tres se dedicaban a la pintura. Pero “pintar es un acto muy solitario, y era muy difícil organizarse para hacer muestras”, recuerda Juliana. Así que lo que fue una idea original de organizar las exposiciones entre los tres devino en un proceso mucho más rico y barato. “Trabajando en grupo estás todo el tiempo levantando las apuestas y tomando las ideas de los otros, y en ese proceso dejamos de pintar y agarramos para otro lado. Entonces quedó que todo valía.” Desde esa incertidumbre inicial, las características que cada uno de ellos tenía en sus pinturas se potenciaron: el excesivo uso de pasta en las pinturas de Picasso, el sentido del humor y del kitsch de Lafitte y el interés de explorar todo tipo de materiales de Pablo Mendanha ya coincidían en su interés por explotar los materiales y hacer uso y abuso de la dinámica de éstos. “Nos gusta la dialéctica que se forma con un grupo. Funcionamos como una banda”, comenta Agustina Picasso. Y si cada uno de ellos supo desarrollarse bajo la disciplina del dibujo y la pintura, en grupo la disciplina pasa por hacer cualquier cosa. Un par de ejemplos al azar por los propios Mondongos mirando un catálogo con obras anteriores: “Esta obra la hicimos buscando hacer un Op Art con cigarrillos quemados sobre una alfombra. En un momento dado habíamos fumado tanto que pensamos que íbamos a explotar, así que inventamos un dispositivo para que fumara la aspiradora”. Otro: “En un momento dado empezamos a trabajar con chicles: compramos todas las marcas de chicles que había en el mercado y empezamos a ver los tonos que tenía cada uno, para hacer una paleta de chicles. Lo más interesante es que según quién los masticaba tomaban un color diferente, según si habías fumado, o si habías tomado mate o no habías hecho nada...”. La relación corporal entre los integrantes del grupo y los materiales que usan son una de las claves que les permite comprometerse físicamente con sus propias obras: la elección del material es, en cada uno de estos retratos, la clave del significado de cada obra. Dispuestos a dejarse llevar por sus ideas, y a experimentar con cualquier formato, los Mondongo se reconocen como “cualquieristas”, algo que probablemente esté más relacionado con un estado que una corriente estética, por más que el grupo tenga una estética propia. Un estado de atención que, en este caso, permite crear con cualquier tipo de objetos y que se ajusta bastante bien con la total libertad estética con la que se manejan. Y que, por alguna razón, parece ser un sello local. Sin duda, otra de las curiosidades del grupo Mondongo es su identidad, que además de ser bien argentina no responde a la historia del arte. En cambio, a lo que sí responden los Mondongo, con sólo dos años de vida, es a su propia historia, y a su experiencia como retratistas-retratados. Allí, por ahora, el Espíritu Mondongo se impone a cualquier vaivén del mercado. Los Mondongo trabajan de día y producen su obra de noche. Dicen los Mondongo: “Con los retratos nos está yendo bien, pero nos han dicho cualquier cosa. La otra vez uno nos decía: Tienen que hacer a Mozart. O: Tienen que hacer a Evita. Pero lo mejor fue un tipo, del que prefiero no dar el nombre, que nos dijo: Tienen que hacer a Piazzolla. El tango anda bien en Japón. Pero ya estamos hartos de pegar cosas. Lo único que sabemos es que lo próximo que hagamos va a ser cualquier cosa menos retratos”. La muestra puede verse en Galería Braga menéndez - Schuster. Darwin 1154 primer piso dto C. Sector A. Sábados de 15 a 19hs. De lunes a viernes solicitar entrevista al 4711-6418 |
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