Domingo, 1 de abril de 2007 | Hoy
PáGINA 3
Por Camille Paglia
Hillary Rodham Clinton lidera todas las encuestas en Estados Unidos como la primera mujer candidata con una oportunidad real de ser elegida como presidente por un partido mayoritario. Ha habido varias mujeres intendentes, gobernadoras y senadoras, e incluso una candidata a vicepresidente no exitosa, Geraldine Ferraro, pero el ejercicio del poder político por mujeres en Estados Unidos todavía es un work in progress.
En cambio, otras naciones han tenido mujeres líderes desde los años ‘60 –desde Indira Gandhi hasta Golda Meir, pasando por Margaret Thatcher y Benazir Bhutto–. Los ejemplos desde los años ‘90 incluyen a Mary Robinson (Irlanda), Kim Campbell (Canadá), Angela Merkel (Alemania), Michelle Bachelet (Chile) y Tarja Halonen (Finlandia).
Lo lejos que han llegado las mujeres el siglo pasado puede ser apreciado leyendo Hedda Gabler, la gran pieza de Henrik Ibsen, que escribió durante su exilio en Munich en 1890. La ególatra protagonista de Ibsen les pareció monstruosa a muchos en su momento. Pero lo que vemos en Hedda son las energías reprimidas de generaciones de mujeres talentosas a quienes les faltó oportunidad de conseguir sus logros en la esfera pública.
Como Nora Helmer en la anterior pieza de Ibsen, Casa de muñecas, Hedda está atrapada en un matrimonio burgués, pero le falta el instinto maternal y el espíritu divertido de Nora. Significativamente, la pieza se llama Hedda Gabler y no Hedda Tesman, su nombre de casada. Como Hillary Rodham, cuya negativa inicial a usar el apellido de su esposo le pudo haber costado al gobernador Clinton una pérdida de votos en su primera campaña para la reelección en la conservadora Arkansas, Hedda se identifica con su padre militar, el general Gabler. Hay una parte de ella que permanece, como la diosa guerrera Atenea, siempre virgen.
De la misma manera, la militancia dura de Hillary (disfrazada por sus sonrisas alegres y sus trajes color pastel) ciertamente proviene de su padre, un instructor de la marina de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial que fue muy severo con sus dos hijos varones. La primogénita Hillary, con su poderosa ambición, se convirtió en su verdadero hijo.
El símbolo del deseo de poder masculino de Hedda Gabler es su posesión favorita, una colección de hermosas pistolas heredadas de su padre difunto. Uno de los más graciosos e inquietantes momentos de la obra es cuando ella practica tiro al blanco en el jardín y casi le acierta a un juez que pasea por ahí.
Pero sin ubicación para la autoridad en el mundo, la energía e inteligencia de Hedda se vuelven destructivas. Incapaz de amar, ella está desconectada de las satisfacciones ordinarias. Juega con las vidas de otros, una manipulación maliciosa que le trae el desastre.
Como Casa de muñecas, Hedda Gabler termina de forma impactante. Después del repentino abandono de su esposo e hijos, Nora da un portazo y se va, sola. Pero el estruendo en Hedda Gabler es un disparo. Ella elige la radical libertad de la muerte antes que una existencia mediocre bajo el control de otros.
El poder político antes de que las mujeres modernas obtuvieran el derecho a votar estuvo reservado a una elite real. Hay cantidad de biografías de Leonor de Aquitania, Isabel I, Catalina la Grande y Cristina de Suecia. Por su ángulo diferente, recomiendo Hatchepsut: la faraona mujer de Joyce Tyldesley.
Quizá porque aún no se hizo una película sobre ella, Hatchepsut es poco conocida. Reinó sobre Egipto por dos décadas (hacia 1473-1458 a. C.) y fue miembro de la ilustre Dinastía XVIII del Nuevo Imperio. Hija del faraón Tutmosis I, se casó con su medio hermano, Tutmosis II, con quien tuvo una hija (el incesto era común entre la realeza egipcia, quienes eran considerados dioses vivientes). Cuando el joven hijo de su hermano con otra esposa lo sucedió como Tutmosis III, Hatchepsut ingresó a escena como regente y reclamó el poder agresivamente, sola.
Insistía en que no era sólo una reina, sino una faraona –el único ejemplo de esta curiosidad de género en 3000 años de historia egipcia–. Sus esculturas la muestran con senos femeninos, pero usando los ropajes reales masculinos, e incluso la barba ceremonial del faraón. Después de su muerte, los monumentos a Hatchepsut fueron desfigurados o destruidos y su nombre fue borrado de la lista de reyes. Como mujer, evidentemente había ido demasiado lejos.
Un paralelo se encuentra en Antonio y Cleopatra de Shakespeare, basada en la vida de Marco Antonio, de Plutarco. Seguramente le atrajo la historia de la imperiosa última reina de Egipto por la presencia de una determinada y carismática mujer en el trono de su tiempo. Su Cleopatra representa la imaginación mercurial y la pasión volcánica. Es señorial pero dada a la ira física y su impulsividad pone en jaque sus juicios políticos.
En la batalla de Actium (31 a. C.), una de las bisagras de la historia occidental, Cleopatra forzó al hábil oficial de infantería Antonio a pelear por mar, a pesar de los pedidos de sus veteranos asesores. Un año después de la humillante derrota ante Octavio César (el futuro Augusto), Antonio y Cleopatra se suicidaron en Egipto.
Esta profunda pieza, que comprende a los amantes aunque los condena por su falta de realismo, me convenció de la necesidad de que las mujeres políticamente ambiciosas estudien historia militar y estrategia. Discutí sobre esta posición –con pocos efectos– desde los primeros años ‘90, cuando las feministas, en mi opinión, estaban demasiado consumidas con los asuntos domésticos sobre políticas sociales y con cursos de estudios sobre la mujer que predicaban ataques al hombre y victimización femenina.
El presidente de los Estados Unidos también es comandante en jefe de las fuerzas armadas. Por eso la primera mujer presidente, especialmente después del 11 de septiembre, debe tener experiencia militar. Después de que fue elegida senadora por primera vez siete años atrás, Hillary Clinton astutamente formó parte de la Comisión de Servicios Armados. Este es el nuevo feminismo. El camino hacia el poder para las mujeres atraviesa territorio masculino.
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