Domingo, 1 de abril de 2007 | Hoy
FOTOGRAFíA UNA ENTREVISTA A DAVID LACHAPPELLE
Desde su más tierna infancia de provincia soñaba con llegar a la cima del mundo, y lo consiguió. A los 17 años empezó a trabajar con Andy Warhol en Interview y desde entonces no dejó de subir: trabajó para los medios culturales más influyentes, fotografió a todas las grandes estrellas del entretenimiento (Madonna, Britney, Naomi Campbell, Pamela Anderson, Michael Jackson y un larguísimo etcétera), se aventuró en la filmación con algunos videoclips magistrales y capturó como pocos la empalagosa fealdad de la belleza de nuestros tiempos. Pero cuando estaba ahí arriba se quebró, y ahora quiere abandonarlo todo. De paso por Buenos Aires para presentar una muestra en el Malba, aprovechó una entrevista con Radar para contar por qué.
Por Mariana Enriquez
David LaChappelle ya no quiere retratar a nadie. Es decir, a nadie famoso. El, el más buscado de los fotógrafos de celebridades, y el más controversial, se cansó. No se aburrió, insiste: siente que, algo repentinamente, se desvaneció la pasión por su trabajo tal como lo venía haciendo hasta hace poco, apenas un año. Sus retratos de alguna manera prenunciaban esa sobredosis. Imágenes recargadas, plásticas, como recubiertas de una capa de látex que las distanciaba de la realidad; los sujetos entonces quedaban atrapados en esa burbuja colorida, envidiable pero en el fondo fea, de la fama extrema. Como su maestro Andy Warhol –que descubrió a LaChappelle cuando el fotógrafo tenía 17 años– hizo un culto de la artificialidad hasta los límites del grotesco. Y, en algunos casos, sus famosas fotos de celebridades bordearon el peligro; ése era su encanto, y también el motivo por el que algunos editores de revistas en ocasiones se asustaban. “El mundo en el que trabajaba era el de las celebridades y la moda. Allí las fotos no deben tener, o no hace falta que tengan, contenido, narrativa; salvo lo que estás vendiendo. Nunca fue suficiente para mí”, explica LaChappelle en charla con Radar. “Siempre traté de contar lo que estaba en mi cabeza, subvertir la imagen e introducir facetas de contenido. Hay un punto de vista y una historia, una idea.”
Repasemos aquellas imágenes paganas de los tan pero tan famosos que no necesitan ser nombrados con apellido. Britney antes de la mayoría de edad, con shorts blancos y, sobre las nalgas, escrita la palabra baby; lleva de la mano una bicicleta de nena, rosada, y los ojos muertos. Paris con un chupetín, llegando a la cima del podio de las it-girl; Angelina con la enorme boca abierta, en un orgasmo bajo el sol, sobre un campo de flores; Angelina con el torso desnudo, la cabeza echada hacia atrás, y un caballo besándole las tetas (ambas fotos hechas antes de que ella se reconvirtiera en activista, supermadre y mujer de Brad); Cher de aborigen norteamericana, con un caballo detrás (¿una yegua?); Shakira dentro de una planta carnívora para Vanity Fair, metáfora de su explosiva sexualidad y su inteligencia, burda puesta en escena de la misógina idea de vagina dentada; Madonna en traje de Bollywood, transformada en diosa, con cisnes míticos a su lado; Pamela saliendo de un huevo, la mujer más artificial, la más perfecta.
“Mis fotos son muy pop –explica LaChappelle–, pero muestran el lado feo de la belleza, del consumo y el exceso. Quizá sean los grandes temas de la cultura pop. Pero, desde hace un tiempo, la figura que me obsesiona ya no es la del icono pop: es la del héroe. Creo que cerré mi etapa de fotografiar celebridades cuando retraté al héroe más importante de Estados Unidos, el año pasado: Mohammed Ali. Desde entonces, no tengo deseos de retratar a nadie más. Se terminó.”
David LaChappelle nació y creció en Carolina del Norte, y a la primera persona que fotografió fue a su madre, en el balcón, con un martini en la mano. Como adolescente en los años ‘70, detestaba el ambiente provinciano de la América profunda, y todo lo que quería era estar en Nueva York, en las discos, rodeado de los glamorosos que vivían al límite. Lo logró no bien terminó la secundaria, a los 17 años. Salía de noche, y andaba por la calle; siempre veía a Andy Warhol, su héroe, pero no se atrevía a hablarle. Hasta que una noche se le acercó, con un portfolio muy extraño: las fotos de sus compañeros de secundaria, desnudos. “Le dije que era fotógrafo y le pedí que viera mis fotos. Me dijo que eran fabulosas –Andy siempre decía eso– y me invitó a su oficina, en la calle 17, para tener una charla. Me dijo que volviera en 6 meses, y que en vez de fotógrafo debería ser modelo. Le dije que no, que no me interesaba. Me pidió que me sacara la remera; fue muy raro. Pero a los seis meses me llamaron para trabajar en Interview, que era mi sueño; la mejor y más cool revista del mundo en ese momento. Mi primer trabajo fue retratar a los Beastie Boys en Times Square, cuando todavía no tenían un contrato. Trabajé cuatro años para Interview hasta que Andy murió, en 1986.”
No fue hasta los años ‘90, sin embargo, que LaChappelle se convirtió en el fotógrafo más requerido, quizá el que mejor atrapó el zeigeist de los años ‘90 con sus imágenes que hacían un revoltijo de estilo renacentista, pornografía, cultura trash, pop y temas religiosos. “Lo curioso es que yo trabajaba a un ritmo tal que el enfoque siempre fue intuitivo. Sabía lo que me gustaba y lo que quería comunicar, pero no puedo decir que jamás me haya sentado a escribir un tratado. Siempre me atrajeron las cosas ambiguas y artificiales, las que se mostraban de una manera y eran otra cosa. Ideas sobre el cuerpo de la mujer, la cirugía estética, el exceso... aunque encontraba belleza en esas cosas. Sin embargo, no había tiempo para pensar, fotografiaba basado en sentimientos. Era automático. Me hizo reactivo y espontáneo; había algo de producción industrial en mi trabajo. Eso también funcionaba para mi concepto.” En los ‘90, LaChappelle trabajó para todos y con todos: Vogue, Vanity Fair, Rolling Stone, Burger King... En el nuevo milenio se concentró en su trabajo como videasta y realizó por lo menos tres videos muy importantes para la cultura pop: Dirrrty de Christina Aguilera, que transformó a la ninfa rubia de voz poderosa en una sucia white trash hipersexuada y provocó una controversia exagerada; Everytime de Britney Spears, casi profético: la estrella del teen pop, acosada por los paparazzi y herida por uno de ellos, se deja morir desangrada en una bañera; y Advertising Space de Robbie Williams, con la estrella británica disfrazada de Elvis Presley ensayando su peor pesadilla: cantarle a una sala vacía. Un miedo que el propio LaChappelle sintió últimamente, cuando decidió cambiar su vida.
“Ya hice todo lo que quería, eso me libera y puedo pasar a la próxima etapa de mi vida”, dice LaChappelle, mientras asegura que, de alguna manera, en cada entrevista está haciendo terapia. Está seguro, pero todavía necesita decirlo, y decírselo. “Ya tuve todos los logros en el mundo de la foto de moda y celebridades, y tengo que moverme al siguiente estadio, que es crear trabajos para exhibiciones y galerías, y en eso estoy focalizado. Ya no fotografío a famosos ni hago pedidos para fotos. Eso va en contra de todo lo que aprendí en esta vida como fotógrafo freelance; básicamente, uno dice que sí a todo. Decir que no, es antinatural.”
En Buenos Aires, LaChappelle presenta Heaven to Hell, una muestra que todavía tiene fotos de celebridades –aunque no todas– y cuya tapa, en formato libro, es Courtney Love en una recreación de La Piedad (con un modelo idéntico a Kurt Cobain en brazos). Pero es lo último, dice el autor. Eso sí, todavía sigue haciendo publicidad. Su corte con el “pasado”, entonces, todavía está en proceso. Pero, ¿qué le pasó exactamente? ¿Fue una repulsa? “Para nada. No reniego de ese trabajo ni me hace sentir mal, fue un proceso que me ayudó a llegar donde estoy hoy, y creo que en la vida todo es acerca de ser mejor, como artista y como persona. No tengo problemas financieros, soy un fotógrafo famoso. Podría seguir así para siempre, pero no quiero ser un falso. Por supuesto, tengo miedo de quedar fuera del radar de la cultura pop y ser olvidado. Pero también tengo que cambiar y tomar este camino. No quiero ser esa persona que gana mucho dinero pero no tiene pasión por lo que hace. Era apasionado por lo que hacía, en su momento. No podría sacarle una foto a la próxima Britney. No me interesa la próxima Britney. Me interesó toda la gente que fotografié en su momento: Paris, Brit, Naomi. Pero de repente es como si me hubiera des-enamorado. No me interesa la música pop, no escucho eso más y sería un falso si impostara que me interesa, sería una parodia o una repetición de mí mismo. No me interesan los ‘nuevos’ nada.”
El verdadero quiebre, en el que LaChappelle insiste, fue dirigir su primera película, el documental Rize, que se estrenó en 2005 en Sundance –con gran éxito de crítica– y le costó un millón de dólares de su propio bolsillo. Rize sigue la vida de bailarines residentes en el área más pobre de South Central, de por sí el barrio más marginal de Los Angeles. “Nadie estaba interesado en esta gente, nadie era capaz de mover el culo desde Hollywood hasta allá, aunque queda a sólo 40 minutos. O les daba miedo, no sé. Pero yo los conocí y los admiré: para mí son héroes. Rize es una película sobre danza, pero es también sobre muchas otras cosas.”
La búsqueda de LaChappelle ahora está orientada a una nueva forma de belleza: “En el cine americano todo es oscuro, y feo, y dañino. Odio esa entronización de los asesinos seriales como héroes. Yo busco cosas que me inspiren. Es más fácil hacer algo oscuro que algo luminoso. Es más fácil hacer una película de terror que una que haga bien y dé luz. Pero es difícil crear belleza que no sea despreciada por los críticos, sobre todo los neoyorquinos. Yo encontré un tema muy hermoso que nadie estaba interesado en filmar. Lo amé y sentí que esa gente era heroica e inspirada, y que otra gente debía ver esto. Me tomó tres años hacerla, y ahora sé que se muestra en escuelas de barrios pobres y en cines del ghetto. Me siento orgulloso”.
Entonces, ese mundo de glamour y celebridades, ¿ya no le parece relevante? ¿Dejó de encontrar belleza en lo frívolo? LaChapelle duda, y cuida lo que va a decir. Después de todo, estamos hablando de su propia vida. “Me gustan el glamour y las mujeres hermosas. Y la gente que vive al borde, al límite. Las discos... cuando era chico quería tanto estar ahí. Trabajar con Warhol fue estar en el centro de ese mundo. Pero al crecer, ese mundo te deja de parecer importante. Ese o cualquier otro mundo, supongo. Es una cuestión de madurez. Por suerte no me interesa, a los cuarenta años, lo mismo que a los veinte. Además, con la seguridad financiera y el reconocimiento, la verdad es que es más fácil hacer lo que uno desea y pensar en forma creativa. Ahora me siento mejor con la fotografía, enamorado por segunda vez pero mejor que la primera, porque ahora no tengo ansiedades, ni miedo.”
Heaven to Hell de David LaChapelle se puede ver en el Malba, Figueroa Alcorta 3415, hasta el 21 de mayo. Y la película Rize, los jueves 19 y 26 de abril a las 18, también en el museo.
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