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Domingo, 5 de enero de 2003

PáGINA 3 › FRAGMENTO DE ARQUITECTURA, PLUS DE SENTIDO, QUE LA EDITORIAL KLICZKOWSKI DISTRIBUYE EN ESTOS DíAS EN BUENOS AIRES.

Ciudad Capital

por Ignacio Lewkowicz y Pablo Sztulwark

Quizás el turismo sea un modo extraño pero útil de aproximarse a la comprensión del estatuto actual de las ciudades. Pues el turismo es ante todo una práctica que sitúa los lugares en el espacio de los flujos. El devenir turístico de los lugares los suprime como lugares, porque los lugares, al devenir espectáculo, entran en una equivalencia general. Los sitios turísticos equivalen porque no son lugares singulares sino posibilidades genéricas en un catálogo posible de viajes: Yucatán, Florencia, Caminito, Antártida, Estratosfera. El modo turístico de recorrer la distancia suprime la singularidad de los lugares. Por eso, Guy Debord define el turismo como un “ir a ver lo que ya se ha vuelto trivial”. El turismo trivializa los lugares.
Si el viaje era una experiencia del lugar, el turismo es la figura por la cual un espectador se traslada a ver, en tanto que espectador, lo que ya se ha codificado como equivalente turístico de otros lugares. Esa cosa que se está fotografiando se está fotografiando porque ya se ha vuelto trivial, se ha vuelto signo del turismo.
Según Cristina Corea, espectador y testigo constituyen dos modos distintos del mirar. El espectador está fuera de la escena y la observa; el testigo está adentro de la situación y la habita. El espectador constituye lo que reúne como espectáculo, el testigo se constituye a partir de lo que ocurre. El viajero es testigo; el turista, espectador. El viajero habita el lugar; el turista recorre –o disuelve– el lugar según la lógica del flujo.
Pero el turismo era sólo un modo de aproximarnos al estatuto de la ciudad actual. Pues esto no acontece sólo con turistas. Los residentes de una ciudad también sostienen el mismo efecto. El turismo convierte o pliega los lugares a los flujos. Es cierto que hay lugares, pero es cierto también que están sometidos al flujo turístico. Paulatinamente, la identidad de los lugares empieza a constituirse desde la trama turística más que desde sí.
Este estatuto de la ciudad se corresponde con el devenir actual de capitalismo. La ciudad espectáculo, la ciudad turística, constituye una especie de abolición capitalista actual de la ciudad instituida otrora por el capitalismo mismo en su dimensión urbanística. Pero el urbanismo burgués tradicional ha encontrado su propio límite. La dinámica del capitalismo consiste en producir desde el capital las condiciones que vuelven todo compatible con el capital. El capitalismo es la primera lógica social que tiene potencia para generar un entorno a su imagen y necesidad. Casi no admite condicionamientos, porque puede generar su propia base. La base concreta para el capital globalizado no podría ser el ambiente urbano ya dado, que está anclado a los lugares y a la historia, sino que tendría que ser la ciudad generada como base operatoria para el capitalismo.
En la perspectiva de Debord, el arte de generar la ciudad desde el capital para el capital es lo que llamamos urbanismo. Cualquier otra definición de urbanismo en esta línea ocultaría la relación esencial con el capital y nos volvería incomprensible el devenir actual de la ciudad. El capitalismo opera desde el sesgo urbanístico sobre el ambiente natural y humano. Ese sustrato deviene ciudad por el urbanismo. Es decir, el urbanismo consiste en hacer ciudad de distintas condiciones –ciudad capitalista, se entiende.
Sobre la vida urbana, el urbanismo opera codificando, disciplinando y sometiendo lo real de las situaciones urbanas bajo un plan regulador. Pues la ciudad misma es una contradicción. Por un lado, la ciudad es la posibilidad espontánea del encuentro; por otro, el urbanismo es la codificación a priori que tiende a impedir lo peligroso o aleatorio del encuentro espontáneo posibilitado por la ciudad misma.
Podemos entender ahora la diferencia de perspectiva entre pensar en la ciudad y pensar en situaciones urbanas. La ciudad es esta instancia propiadel urbanismo que codifica, que proporciona una identidad y un lugar para cada cosa. Por el contrario, las situaciones urbanas se organizan a partir del viviente, del habitante aquí y ahora, en la espontaneidad de su hacer en la ciudad.
Según los planos urbanísticos, la ciudad del obrero es una, la ciudad del administrativo es otra, la ciudad del ejecutivo es otra. Y la Ciudad es la codificación estatal de todas esas ciudades. La Ciudad es el distribuidor de esas ciudades. La Ciudad es la instancia por la cual quedan abolidas las situaciones urbanas en nombre de estas distribuciones prolijas.
Lo cierto es que no hay forma de evitar las situaciones urbanas. Es un principio real. Si llamamos La Ciudad al plan del urbanista, es decir, al plan del Estado, al plan de separación de lo espontáneo y unión de los decorados, no habría forma de que la ciudad evite las situaciones urbanas. Pero no siempre las situaciones urbanas generan su propia espacialidad. No siempre marcan en la trama urbana la huella de su novedad. Muchas veces sus eventos no son más que el estallido evanescente de una noche alocada sin consecuencias sobre el día siguiente; porque si se evapora, como en la fiesta de Serrat, cada uno vuelve a su lugar codificado.
Se plantea, entonces, una diferencia fuerte para el arquitecto: pensar desde la Ciudad o pensar desde situaciones urbanas. Pensando desde la Ciudad hay, implícitamente enunciada, una potencia de subordinación de las situaciones urbanas a un orden preestablecido. El arquitecto que piensa por delegación de la ciudad administra un sentido preexistente. El que piensa, en cambio, por implicación en situaciones urbanas, opera en los hiatos del sentido preexistente. Por otra parte, pensar desde las situaciones urbanas supone que la ciudad no es una integración total a la que haya que plegarse o que se tenga que desplegar, sino que es un modo de configuración que constituye subjetividad, pensamiento, ocasión de intervención.

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