La noticia la dio en Barcelona el novelista Chuck Palahniuk: un artista llamado Brock Enright acaba de patentar (y ya comercializa) el secuestro de diseño. Por 4 mil dólares, este veinteañero emprendedor satisface tus incontenibles ganas de ser rehén y ofrece el servicio –que incluye dosis variables de brutalidad– como novedoso regalo de cumpleaños.
Hubo un tiempo en que el secuestro se utilizaba como voluntad divina o medida de Estado o maniobra romántica: esos traviesos dioses griegos que de tanto en tanto bajaban a catar ninfas, el hombre de la máscara de hierro y los amantes de Verona y todo eso. Se secuestraba a alguien para pedir un rescate que desequilibrara el tablero y el juego de naciones en conflicto o, simplemente, para poder zafar de todo ese lío de la fiesta de bodas y la histeria familiar. El secuestro como atajo que acelera los acontecimientos en la carretera principal. El secuestro como factor narrativo que acelera la trama o, simplemente, la suspende.
En algún momento el secuestro se convierte en reflejo de los tiempos que vivimos y padecemos. El secuestro del hijito de Lindbergh durante la Gran Depresión norteamericana, los múltiples secuestros de los padres de empresas y militares de carrera-march durante la Enorme Histeria argentina a finales de los ‘60 y principios de los ‘70, empalmando con los secuestros de retoños millonarios marca Getty o Hearst (desde entonces, Estados Unidos impuso una ley por la que los depósitos de dinero de toda familia con secuestrado quedan automáticamente congelados desde el minuto cero, por lo que el acto de robar personas ha desaparecido casi por completo ahí arriba), hasta llegar a nuestros veloces secuestros express, algo así como la versión gasolera y viveza criolla del asunto. Algunas constantes: una carta escrita con letritas recortadas y una voz rara en un teléfono sonando en el centro exacto de la noche y –atención– esa carta y esa voz en ocasiones son un poco, digamos, maleducadas; por lo que se advierte al lector que algo del lenguaje de esta nota puede llegar a ofender a lectores sensibles, ex rehenes y botines futuros.
VISITE ESTOCOLMO
La curiosa y tierna relación entre secuestradores y secuestrados –conocida como Síndrome de Estocolmo– fue catalogada en 1973, cuando en la ciudad homónima una banda de ladrones de bancos tomó de rehenes a tres mujeres y a un hombre que trabajaban allí. Los mantuvieron encerrados durante seis días, lapso en el que pasaron cosas raras: los rehenes se negaron en todo momento a ser rescatados por la policía, más tarde organizaron colectas para pagar buenos abogados para los pobrecitos y dos de las cajeras no dudaron en pedir en matrimonio a un par de sus captores. Está claro que la cosa viene de antes (también pueden entrar dentro del Síndrome de Estocolmo lo experimentado por prisioneros en campos de concentración, civiles en prisiones de países con gulag, miembros de cultos un tanto extremos y también normalitos, mujeres golpeadas, prisioneros de guerra, prostitutas con sus rufianes y la versión más común y subliminal de todas: la vida matrimonial) y que hay muchos libros y películas sobre el asunto (los primeros que me vienen a la mente son Santuario y su hermanita bastarda, El secuestro de la señorita Blandish, así como El coleccionista, ¡Atame!, El puente sobre el río Kwai y su hermanito bastardo Furyo, El juego de las lágrimas y tantas comedias románticas y juveniles donde una hija díscola se lleva mal con su padre autoritario que andan dando vueltas por ahí) y que, posiblemente, más allá de su condición reconocida de “mecanismo de defensa a la hora de soportar situación extrema” también hay mucho de, por fin, soltar el timón de la vida propia para experimentar, por primera y tal vez última vez, que nada depende de uno y que otro se ha hecho cargo de todo. Lo que nos lleva al secuestro como forma de pasar un buen rato con tus amigos.
EL CLUB DEL SECUESTRO
La primera vez que oí hablar de la moda en cuestión fue por boca de Chuck Palahniuk. El autor de la novela El club de la pelea –experto cum laude en perversiones y poluciones del animal humano– había llegado a Barcelona a presentar Asfixia, el libro que trata de las posiciones de los adictos al sexo así como de las maniobras de los exhibicionistas que fingen atragantarse en público para ser “salvados” por desconocidos a los que quedarán unidos de por vida, y me lo dijo con voz suave y mirada soñadora: “Estoy pensando en regalarle un secuestro a un amigo para su cumpleaños”.
Después me explicó: la cosa se llama designer kidnapping o “secuestro de diseño”, y es lo que ofrece una pequeña pero pujante empresa de un artista neoyorquino de 25 años de nombre Brock Enright. Enright empezó haciéndolo como una instalación de video para una exposición y enseguida descubrió el filón comercial de la idea. Es sencillo: uno le paga unos 4 mil dólares, manifiesta sus ganas de ser secuestrado, acuerda modos, grados de violencia y duración o –lo más “divertido” de todo– ofrece las señas particulares del conocido a secuestrar –que no tiene la menor idea de lo que le espera– y un día, ¡sorpresa!, aparecen unos tipos muy grandotes o unas mujeres muy malas –a los que Enright bautizó como birds– y...
Las “víctimas” –muchas de ellas felices reincidentes– dicen que lo hicieron para “poder salir de mí mismo”; otras afirman que “no hay nada más excitante que sentir que estás siendo cazado”, y hasta hay terapeutas que recomiendan la experiencia “porque nos hace sentir que hemos superado una dura prueba. Es como cuando nos subimos por primera vez a una montaña rusa: nos sentimos valientes, realizados”. Está claro que a la policía de Nueva York la cosa no le causa gracia por su “incalculable potencial de error: tarde o temprano alguien no se dará cuenta de que se trata de una broma y sacará un revólver y...” El profesor Gerald Lasserberg –director del New York Institute Against Violence– advierte que es algo que “puede causar adicción en el cliente y que, además, puede atraer al juego a elementos perturbados. Quién sabe lo que puede llegar a ocurrir”. Los sociólogos dicen que no es otra cosa –un signo más– de los tiempos decadentes en que vivimos. Y lo más importante de todo: hasta ahora ninguno de los rehenes –voluntarios o involuntarios– ha presentado queja o denuncia. Y al final del juego, Enright te regala un video con todo tu secuestro filmado para que puedas recordarlo y compartirlo con tus seres queridos y, con los años, explicarle al hijito de dieciocho años, ahora sí, la verdadera historia de cómo fue que mami conoció a papi.
AGUAFIESTAS
Lo que no quita que Enright –que ya está pensando en abrir sucursales en Miami, Chicago y Los Angeles– no se haya mostrado preocupado por la acción de “imitadores” y los pedidos que involucran “niveles crecientes de violencia” en esta versión sado-maso de aquellos juegos de rol estilo Gotcha! donde los campus norteamericanos se convirtieron en tableros de asesinatos simulados. El problema es cuando el chiste no lo cuentan comediantes profesionales sino entusiastas amateurs. El último número de la revista inglesa The Face ya ofrece perturbadoras pruebas de lo que ocurre con la variante mutante y bestial del secuestro por encargo y no tanto. Allí, un tal Mike Harper cuenta la primera vez que lo secuestraron a pedido de su novia como regalo de cumpleaños, y cómo “jamás olvidaré el modo en que me aplaudieron mis camaradas cuando me liberaron en mi fiesta sorpresa”. Pocos días más tarde, Mike secuestró a una amiga con la ayuda de una pandilla de lesbianas vestidas de cuero y unos chicos especialmente convocados para la ocasión. “La violamos con un vibrador y la obligamos a chupar unas cuantas pijas... Estoy seguro de que le encantó. Lo más importante de todo es que en el momento de liberar a tu víctima lo hagas en un contexto amable. Que te esté esperando gente a la que quieras y que te quiera y con la que, ya libre, la vas a pasar muy bien bebiendo y bailando”, explica el sensible Mike, al que –no hay foto en la revista, claro– poco y nada cuesta imaginar como el nieto preferido del Alex de La naranja mecánica.
El problema de la Versión Mike –que asegura que jamás secuestraría a un desconocido absoluto y que insiste en que los secuestros sean acordados siempre con amigos o familiares del rehén– es que no admite la modalidad autosecuestro. Pura sorpresita. Y “si tus amigos dicen que no te gusta que te rompan el culo, probablemente te lo rompamos igual, porque vas a descubrir que, después de todo, te encanta”. Al final de la entrevista hay una dirección de e-mail:
[email protected]. Yo escribí pidiendo información para escribir esto. No he recibido respuesta. Ahora que lo pienso, tal vez la dirección no es para pedir data sino para... Ya saben lo que pasó si no escribo la semana que viene. Y ahora que lo pienso, mucho pero mucho peor es anotarse para participar en ese autosecuestro in extremis que es “Gran Hermano”, ¿no?