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Domingo, 19 de octubre de 2014

PREFERIRÍA NO SABERLO

ARTE En el Parque de la Memoria se puede visitar No sé (El templo del Sol) de Nuno Ramos, una instalación del artista paulista que excede etiquetas y busca poner en cuestión certezas, en el mundo del arte y en la vida cotidiana. Ese terreno extraño en el que habita su trabajo también se puede encontrar en Ó, su reciente libro de textos breves que acaba de publicarse en castellano.

 Por Leopoldo Estol

Mucha gente busca en el arte un lugar donde guarecerse del mundo real. Buscan la aparición del absurdo como si fuese un abrigo que han olvidado en una plaza, quieren dar con un nuevo oxígeno en un medio donde todo ha sido adiestrado por la vida doméstica y los compromisos laborales. Encuadrado en ese oscuro escenario mental es que un hombre de unos 60 años se pasea desnudo a través de un amplio salón de arte a la espera... ¿de qué? Vemos su panza que se proyecta hacia adelante, sus pies macizos y gastados, y también sus testículos que, bamboleándose mientras camina, lo presentan como el ave que da breve saltos por el parque, frágil.

Antes de proseguir situemos la performance No sé (El templo del Sol): nos encontramos en el borde donde el Río de la Plata se toca con la Ciudad de Buenos Aires. En su extremo norte: el Parque de la Memoria, un día soleado. Atravesamos el amplio parque hasta la sala de exposiciones donde Nuno Ramos, artista brasileño nacido en 1960, inaugura su muestra con una performance, bebidas y un grupo nutrido de personas que esperan con disimulada ansiedad que algo acontezca.

“Me gusta pensar que hay una alergia”, comenta Nuno. “Como si una parte de mi obra no fuese conciliable con la otra. Una parte de lo que hago como artista plástico tiene una euforia muy grande y la otra parte tiene un luto, algo muy fuerte asociado a la muerte.” Cuando Nuno dice euforia, en ese cálido español con pocos resabios de su habla nativa, deja entrever fragmentos de su obra plástica: instalaciones con miles de objetos domésticos rotos, tejados y casas hundidas en grandes pantanos y hasta buitres. ¿Recuerdan esos pajarracos encerrados en la Bienal de San Pablo del 2012? Fue él. Nuno se ha arriesgado a mezclar cosas raras, a llenar de brea lustrosas vitrinas buscando sacar al público de su pasiva percepción. Pero hay más, un registro inmaterial en el que deposita sus pensamientos y sensaciones cuya forma excede etiquetas y adopta la forma del libro, ¡su propia literatura! Hilvanando pensamientos con asociaciones fugaces como cuando dice “quien pone una muñeca rusa dentro de la otra es el día. Y quien pone un día dentro del otro soy yo. Así, yo y mis días, como coleccionistas, vamos escondiendo muñecos iguales a nosotros mismos, unos dentro de los otros”. Así escribe Nuno en Ó, novela sobre la libertad que avanza suavemente como la sombra de una nube en la tierra, ralentando y volviendo a bautizar el mundo por medio de sus cuidadosas descripciones.

Precisamente Ó –publicado recientemente por Beatriz Viterbo Editora– puede abrazarse como mapa de este terreno extraño en el cual viven sus instalaciones. Por ejemplo, en Globo da morte de tudo (2012), hecho en colaboración con el cineasta Eduardo Climachauska, dos globos de la muerte, aquellas esferas circenses en donde los pilotos y sus motos dan infinidad de vueltas, aparecen conectados por medio de tirantes de metal a una decena de estanterías. En ellas hay todo tipo de productos, que van de carísimos vinos, pelucas, vasijas de cerámica, juguetes, copas de cristal. Cuando los pilotos aceleran, la totalidad de la estructura se sacude sísmicamente y caen al suelo los vasos, las vasijas, la gravedad actúa, el piso brilla como una composición tan azarosa como deliberada: líquidos que se mezclan con astillas y fetiches de shopping center en un refrescante valetodo del que Bataille saldría exultante. ¿Querían potlach? Ahí tienen su potlach.

Afortunadamente, Ó es un libro que excede la exuberancia de la obra plástica; sus pliegos interiores responden a una curiosidad casi infantil en donde las respuestas o, más bien, la experiencia humana aparece descripta con sencillez pero sin perder su misterioso rigor, el placer de explorar lo oculto con delicadeza. Se tratará de un trayecto sugerente en el que Nuno evita delinear un yo. Arranca allí donde aparece el dolor y un gemido puede ser, entre seres primitivos, el indicio de un lenguaje, de una comunicación en curso. Esa sensación perturbadora y atrayente de lo que respira, de lo vivo, Nuno también la vincula con el pantano. Una trampa del terreno en donde las cosas entran pero no salen, quedan suspendidas, y cuya indefinición defiende el artista como un valor.

La obra curada por Natalia Brizuela en el Parque de la Memoria, es la más escueta de sus instalaciones. Se puede ver una serie de videos que retratan el entierro de unas cajas de sonido gigantescas o la exploración de un oscuro ducto por parte de un hombre armado de una potente lámpara, ambos periplos dignos de un catálogo sobre experiencias Land Art en el Mercosur. Siguiendo con la visita, también en la Costanera Norte, está el registro de la performance que tuvo lugar en la inauguración y un ikebana monstruo que sería una manera figurada de acercarnos a más de una decena de plantas que atraviesan un tapete ornamental y afloran con sus vigorosos tallos. En cuanto la mirada abandona la atracción y el colorido de las flores desaparece, algunos parlantes ocultos entre las plantas amplifican la voz del performático personaje que al principio de esta nota hacía gala de su humanidad.

Volvamos a él, sesenta años, se encuentra acostado en un gran rectángulo de polvo blanco mientras una voz anónima proveniente del sistema de sonido del centro cultural le hace todo tipo de preguntas. ¿Considera los labios de Angelina Jolie agentes del imperialismo? ¿Los países con un pasado esclavista siempre serán países violentos? ¿Cuántas veces ha sido Meryl Streep nominada a un Oscar? El hombre se limita a una frustrante aseveración repetida una y otra vez hasta el cansancio: “No sé, no sé, ¡¡¡no sé!!!”. Y a medida que las preguntas se multiplican, el tono de su voz da cuenta de un hondo fastidio, como si estuviese siendo perseguido por el sentido de las preguntas hace siglos.

Consultado Nuno por el talante de esta pieza, cuenta que surge como una reacción a la crisis que él percibe en la cultura. “Hoy todos piensan que lo saben todo y si no lo saben lo buscan en Internet y ya está. Los artistas –también– saben qué dice su obra aun antes de haberla hecho. Tiene que ver con una manera muy limitada para mí de vivir el arte y sobre todo con la ausencia de la reacción del público. Por un momento todo pareciera estar bien. Entonces, no hay más conflicto de valores y eso para mí es muy malo.”

No sé (El templo del Sol) se puede visitar hasta el 26 de octubre en el Parque de la Memoria. Av. Costanera Norte, Rafael Obligado 6745 (adyacente a Ciudad Universitaria). Entrada libre y gratuita.

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