Domingo, 2 de noviembre de 2014 | Hoy
PLASTICA Las salas del Complejo Cultural Leonardo Favio, en Lanús Oeste, muestran por estos días una retrospectiva de Roberto Fernández, artista inclasificable que nació en ese partido del conurbano sur, trabajó mucho tiempo como carpintero y se profesionalizó recién a los 35 años. Primer cordón presenta microesculturas de poliéster, frágiles y luminiscentes, un recorte de obra en el que prevalece lo artesanal y lo fabricado, una exploración de un imaginario único en el arte argentino contemporáneo.
Por Santiago Rial Ungaro
“Esperé 62 años para exponer en Lanús”, dice Roberto Fernández, que por estos días expone sus obras en las siete salas del Complejo Cultural Leonardo Favio. Suerte de retrospectiva de sus trabajos, las enigmáticas esculturas de Primer cordón adquieren en este nuevo espacio un significado especial. “Que me den este lugar acá en Lanús, donde viví 35 años, me hace dar cuenta de que soy una persona exitosa: puedo hacer lo que quiero, y además acá, a tres cuadras de la estación.” A ese primer cordón umbilical invisible que une al artista a su barrio alude el nombre de la muestra. Realizadas con film poliéster, un material muy resistente que también les da cierta transparencia luminiscente, al acercarse a muchas de estas microesculturas uno se asombra de lo increíblemente frágiles que parecen ser; además, sus colores van mutando con la luz durante el día. “Uso el film poliéster como soporte. Arranco dibujando con hilos sobre el film, al que le voy superponiendo múltiples capas que luego voy uniendo con costura. Después elimino lo que sobra con hierros calientes que cauterizan el material, y al final pinto con tintas y anilinas”, explica sobre estas esculturas que contrastan con las hiperrealistas de los Niumisin, obras del 2000 que el artista instalaba en plena calle dedicadas a los por entonces “nuevos desaparecidos” –se refería a los chicos de la calle, los marginales, los dejados de lado por el modelo económico de los ’90–.
Primer cordón es también un ejemplo de cómo un artista puede superar provenir de un lugar en el que dedicarse al arte nunca pareció una opción: “Un complejo es un estigma y uno tiene que romper ese estigma: si vos naciste en un barrio pobre, tus padres nacieron en un barrio pobre y tus abuelos nacieron en un barrio pobre, el estigma es que vos también vas a ser pobre. ¿Cómo rompés eso? En mi caso, mi mamá, que en paz descanse, me miró a los ojos y me dijo: ‘Lo vas a tener que hacer vos: si trabajás y estudiás lo podés hacer’”. Vaya si trabajó don Roberto Fernández: “Durante toda la secundaria trabajé en una carpintería, y después seguí con un taller propio en el que fabricábamos amoblamientos para chicos”. Así siguió hasta principios de los ’80. “Creo que en la época de la dictadura cada uno se escondió como pudo: yo me escondí en mi familia y en la carpintería. Recién a los 35 años, en coincidencia con la vuelta a la democracia, sentí la necesidad de intentar dedicarme al arte.” Viendo estas piezas que Fernández arma y desarma para cada muestra y que confiesa siempre terminar armando de manera diferente, viene a la mente Jean Dubuffet, aquel bodeguero que recién se puso a pintar en serio a los 40 años y que también logró inventar un imaginario propio. “A mí me descalificaban siempre con eso: yo era ‘el carpintero de Lanús’, me desestimaban por eso y por ser autodidacta; es increíble todo lo que pueden aguantar las artes plásticas, porque si vos sacás al artesano, al artista o a la materia, ¿qué queda? Quedan palabras, cierta reflexión sobre algo. El vacío espiritual de esta era hace que sea una época en la que no se generan símbolos: es una época iconoclasta. Está bien, la heráldica nueva son las marcas, que también son símbolos, y ahí está Andy Warhol, pero a mí nunca me interesó lo popular: yo soy popular. Yo estoy hablando de los símbolos sagrados, de entender la unidad a través de los símbolos. El símbolo se explica a sí mismo.”
Como si buscaran unir los distintos estados de existencia entre sí y con su principio, el simbolismo de estos trabajos quizás haya que buscarlo en el hilo primordial del primer cordón: a Fernández (que supo titular una de sus exposiciones más importantes en 1999 Yo Coso) le gusta coser y estas esculturas son, al final, papeles bordados. “A mí no me interesa la imagen: a mí lo que me interesa es la construcción de una forma, de un contenido simbólico, la construcción del soporte. Vos te encontrás con un pedacito de algo que no tenés idea qué es, y después seguís encontrando más pedacitos y no sabés qué es. Todo esto que ves acá está en mi casa.” Otro tema: con sus cuatro pisos la casa de Roberto Fernández en el Abasto, ahora convertida en taller de Ex Industria Argentina (proyecto que comparte con su mujer, Carolina Fernández), funciona desde hace años como taller-laboratorio y como ejemplo de arquitectura vertical. Fernández es un extraño caso de explorador. En el texto especialmente escrito para la muestra, el pintor Jorge Pirozzi señala que Fernández, “a diferencia de otros exploradores, primero debe ir inventándose la selva para luego recorrerla. El camino no es lineal, es sinuoso e impredecible como el de un río en meandro que se hace y se deshace, que busca su cauce pero primero lo fabrica y en vez de agua tiene manos. Un río con manos”. La imagen, evidentemente poética, pone en evidencia una de las claves que le permitió convertirse en uno de los artistas más originales que dio la plástica en las últimas décadas: Fernández trabaja desde el vacío que él mismo, con su propio trabajo, generó en su vida: trabajar entonces, de lo que sea, para poder trabajar en la obra. Cuando se le pregunta sobre su actividad como curador de otros artistas (entre el 2003 y el 2006 en la hoy desaparecida Galería de la Casa de Oficios de la Papelera Palermo curó muestras que incluyeron libros de artistas como Santiago García Sáenz, Luis “Búlgaro” Fresiztar, Stupía, Arbutti y Pirozzi entre otros), el hombre de Lanús dice que eso está relacionado con su experiencia con los... ¿bares?: “Tengo un master en bares: te puedo poner un bar con tres lonas y cuatro cajones de cerveza que se va a llenar y va a ser un éxito. Con Fernandeces me fue muy bien: el arte es un hobby caro, no es para cualquiera”. Aunque la instalación de sus obras resulte misteriosa Fernández ha logrado encontrar una identidad propia. Sus ideas sobre las artes plásticas argentinas seguramente dejen a más de uno anonadado: “Históricamente, las artes visuales siempre fueron características del sedentarismo. Yo creo que en las artes plásticas argentinas aún seguimos distraídos: conceptualmente seguimos aceptando la idea de ‘civilización’ de Sarmiento. Y por otra parte hay un nuevo nomadismo global que mueve a pueblos enteros en búsqueda de trabajo. Ya se sabe que la migración forzada es una forma de esclavitud. A esta historia todavía le falta historia, estos 200 años en los que durante 100 años esto fue un pantano y, de los otros 100 años, 70 fueron peronistas es una discusión pequeña por el tiempo, pero a nivel conceptual es tremenda porque esto sucede en sintonía con la globalización”. Desde su reivindicación de lo artesanal, Fernández, además de ser un “río con manos” tiene, al final de cuentas, un discurso que debe haberle dado más de un dolor de cabeza a quienes pensaron que sólo era un “carpintero de Lanús”: “¿Cómo no voy a tener un discurso? Yo parto de certezas, no creo que el hombre provenga del mono. La ciencia moderna dice que la materia surge de la materia: todos los años le dan un súper premio a algún científico por encontrar algo cada vez más chiquito. La modernidad es una gigantesca alucinación colectiva”. Viendo Primer cordón se percibe su intención de fusionar su obra con el urbanismo: “A mí me encantaría integrarme a la arquitectura a través de las transparencias, de lo que flota, de lo traslúcido. La inclusión de una obra en la arquitectura, de cualquier tipo de arquitectura, desde una casa particular hasta la entrada de un edificio, le da otra trascendencia a la arquitectura y también a la obra. Si se liberaran los halls de todos los edificios la cosa cambiaría, y no sólo por poder salir de macetero con cuatro cañas de bambú”.
Volviendo a Lanús, esta muestra cierra un círculo para el artista: “Yo soñé mi vida hasta acá. Quería profesionalizarme y, después de tres décadas, lo logré. No me interesaba la idea de hacer una muestra ‘retrospectiva’, pero la curadora, Olga Correa, me dijo algo muy simple: esto no es una galería, esto un centro cultural y la idea es generar un puente con la comunidad, y mostrarle a la gente que hay un chabón que nació acá y hizo esto. Con el secretario de Cultura que también es el director del museo nos conocíamos de jugar al fútbol de pibes en Los Gurises, un equipo legendario de acá de Lanús. El desarrollo de la marca Lanús a nivel cultural capaz que arranca con Maradona, que es de Fiorito, pero entre este espacio y la Universidad de Lanús yo veo que se está armando un polo cultural muy fuerte, más autónomo. Yo me quedé fuera del viaje de la visualidad, de que hagan una raya negra y te digan que eso quiere decir no sé qué. Sentís que te están tomando por boludo, parece una joda de Tinelli. Pero siempre tuve claro que yo no le convengo a la plástica argentina y la plástica argentina tampoco me conviene a mí. Yo estoy tranquilo de que todo lo que gané lo gané por concurso: entré al colegio por concurso, a la facultad por concurso y todos los premios los gané por concurso. No le debo nada a nadie”.
Primer cordón se puede visitar de martes a domingo de 12 a 20 en el Complejo Cultural Leonardo Favio, Av. de Mayo 131, Lanús Oeste.
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