Domingo, 30 de noviembre de 2014 | Hoy
Por Juan Carlos Kreimer
Proliferan. La sociedad los engorda desde chicos. Y después, cuando ya están en el plato, y son parte de esa misma sociedad que les parecía absurda, dirán: No hay nada que hacerle, es así. Y sortean sus puntos ciegos a saltos de argumentaciones opuestas. Como llamar “democratización del conocimiento” a nuevas formas de dominación o “calidad de vida” a cualquier cosa que la haga más fácil. Poco les importa lo que se dicen a sí mismos, incluso que los inculpen. Toda crítica puede revertirse como eslogan a favor. El simulacro siempre es capaz de llevar la realidad un poco más lejos de donde poníamos ayer el límite.
Graduada en Comunicación consigue trabajo: prepara tuits, posts y contenidos diversos para una compañía que trabaja con la tercera edad. 10 de carne, 90 de inventiva para volver sus productos y servicios retrocondicionantes (que crean su propia necesidad de uso). Jefes y seguidores parecen contentos con su trabajo. Dirá la chica: “Ya lo hago maquinalmente, sin quemarme el cerebro ni cuestionarme lo que ofrezco”. Investigador médico contratado por un laboratorio (suizo) para desarrollar nuevos métodos para tratar el cáncer. No se atreve a mostrarles estudios que viene haciendo por su cuenta para levantar las defensa antes de que se manifieste cualquier síntoma. Teme que lo despidan. Extrapolá profesionales y verás millones. Salidos de las universidades empresariales, de Ciencias Políticas, de tecnológicas, de expertises en turismo, gastronomía, diseño, hasta de Sociales... Todos manejadores de lenguajes y tecnologías de punta, todos ávidos de ponerse en carrera, hacerse un lugar “adentro”. Aunque al entrar deban dejar detrás de la puerta el sentido profundo de lo aprendido. Y de lo que creen, o creían. La sociedad que subvencionó su formación con los aportes de contribuyentes parece orgullosa de haberlos entregado a la trituradora que hace de ellos un periférico más. La legión de los que se inventaron a sí mismos a través del mercadeo digital, las innumerables maneras de intermediar, asesorar y gestionar adhieren al modelo Hacélo y agradecé que podés hacerlo. Saben, y si no lo saben también, que su única función es llevar adelante estrategias que básicamente apuntan a desarrollos económicos. Perpetuarlo como modelo.
Una vez que lo compran difícilmente podrán dejarlo. Peor: deberán especializarse cada día más para conservar sus posiciones. Volverse más y más cómplices del pacto de mirar para otro lado. Siempre habrá víctimas. El estar bien pagados lo sacrifican con un tipo de vida cada vez menos humano. Deberán actualizar permanentemente lo que se dicen a sí mismos con nuevas falsedades. Aunque no nos cierre, hagamos como que todo tiene un sentido. Si hacemos como que lo creemos, terminaremos convencidos. Nada de quiebres.
A cambio se les permitirá vivir en la era de la gratificación instantánea. Una socioeconomía basada en el impulso de satisfacciones compensatorias. La eficacia obtenida en la tarea justificaría toda rispidez de conciencia. El hecho de que sean necesarios para que la sociedad siga funcionando legitima cualquiera de sus prácticas colaboracionistas, por hijaputezcas que resulten. Si no hoy, pronto.
Les resbala que por su creatividad una voz grabada te despierte a las seis de la mañana para felicitarte porque te has ganado un auto. Por un instante te olvidás de que tendrás que pagarlo hasta el último centavo. O trampas como: Si te va bien, nos va bien, el epigrama que tanto les gusta decir a los bancos para disimular que al prestarte dinero te hacen trabajar para ellos. Que mueran miles de africanos mientras contribuyen a que los laboratorios ganen millones gracias al pánico desatado también les resbala. Apelar a bajezas con tal de jugarse una carta ganadora o al menos dilatoria, ídem. O, como les bajan línea a algunos ingenieros: Baje la calidad al mínimo, suficiente que funcione apenas un tiempo. Subtexto: el negocio es obligar a reponer.
Esas políticas destinadas a defender al oferente en vez que al usuario terminan siendo aceptadas como lo normal. Los encargados de ejecutarlas, personal hipercalificado de todos los rubros, tratan de ignorar que ellos también son componentes. Si alzan la voz o hacen ruido, los reemplazan, hay filas esperando. Prefieren no pensar. Se fabrican anteojeras para no desviarse con lo que ocurre a su lado. Levantan los vidrios polarizados de las ventanillas, así su desesperación no trasciende.
El sueño colectivo de esa mentalidad que tiñe la época es ser dueño de algún tipo de franquicia. Que otros lo hagan por vos y sus sueños alimenten exponencialmente el tuyo, o el de tu monedero. Así se progresa. Lo lograste, era lo que la sociedad esperaba de vos. Mientras la vaca sigue dando leche, el horizonte es ciego.
Ojo: hace que no ve.
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