Domingo, 30 de noviembre de 2014 | Hoy
FOTOGRAFIA Desde 2003, la fotógrafa Laura Ortego retrata a chicas púberes, en esa edad cuando la transición es opaca y extrañamente dolorosa. Pero en su nuevo trabajo, Chicas Beijing, hubo una extrañeza extra: esta vez las nenas son chinas, fotografiadas durante una residencia, y su misterio resulta aumentado por el hecho de que, por la barrera del idioma, no podían comunicarse con palabras y debían dejar hablar a los cuerpos y las miradas.
Por Mercedes Halfon
A principios de 2014, Laura Ortego viajó a China a realizar una residencia en fotografía. Su interés por Oriente había comenzado varios años atrás y la había conducido a vivir un año entero en India. Así es que la buena acogida a su postulación en la pequeña Residencia Dongdong & Lulu, ubicada en el barrio de pintores de Beijing, fue todo lo que necesitó para viajar 24 horas en avión e instalarse durante meses en aquellos territorios lejanos. Las imágenes que la guiaban en esa peregrinación eran rostros de nenas, como los que viene retratando hace casi una década, pero distintos. Chicas en el paso de la niñez a la adolescencia, que en este caso iban a ser chinas. Quizá por la cacofonía que implicaba poner juntos ese sustantivo con ese adjetivo, Ortego llamó a la serie Chicas Beijing. El resultado es una muestra y un libro que se pueden ver por estos días en la galería Otero y que incluye quince fotografías de chicas de ojos rasgados debatiéndose inmóviles entre las muñecas y el rouge.
A decir verdad, su primer trabajo en esta dirección fue Nenas, en 2003. A esas niñas diminutas en entornos urbanos tomadas en blanco y negro les siguió una segunda serie de gurruminas, pero que se encontraban perdidas en bosques oscuros. Algo entre el peligro inminente de Caperucita y la sensualidad de las fotografías que Lewis Carroll tomaba a sus “amigas” se vislumbraba en las imágenes. Tal vez siguiendo esa segunda línea fue que continuó su trabajo en la serie Chicas, donde las niñas habían madurado y ya se las veía mirando a cámara fijamente, entre la timidez y el desafío, la sensualidad y la inocencia, un enigma que las volvía completamente hipnóticas. Este mismo camino continúa en la muestra actual, más allá del exotismo que implica su origen. Nos lleva a las mismas preguntas inquietantes acerca de esas púberes. ¿Por qué nos miran de esa manera? ¿Qué es lo que ocurre en este lapso, que desde afuera resulta tan misterioso y opaco? ¿Por qué duele convertirse en mujer y es incluso más difícil que la misma maduración en el otro sexo?
Ortego cuenta que antes de viajar había estado preparándose intensamente, estudiando el país y que verdaderamente anhelaba poder volverse con un saber más profundo y “en vivo” de esa cultura que se debate entre lo milenario y lo actual. Pero esas expectativas se defraudaron un poco cuando pisó suelo chino: “Pensé que me las iba a arreglar con el inglés, pero de verdad nadie habla inglés. Coral Lu, la directora de la residencia, fue mi brazo derecho para adaptarme y empezar a hacer el casting y las conexiones para los retratos. Si no, hubiera sido imposible”. La barrera idiomática le complicaba el contacto directo, pero, luego de que las nenas eran contactadas por la directora de la residencia, quien explicaba el proyecto a ellas y sus familias, la fotógrafa quedaba por las suyas: “Una vez que las chicas con los papás venían a las sesiones, ya quedaba sola con ellos. Y las sesiones eran medio Marcel Marceau, desopilantes. Muchas señas. Yo tenía un traductor en el celular, pero que se prestaba a confusión, por ahí quería decir una cosa y entendían otra, y terminaba explicando lo inexplicable. Así que era ir a lo básico. Ser muy conciso. Y eso me gustó, me di cuenta de que uno habla mucho innecesariamente. Llega alguien a hacerse fotos y le hablás del clima. Me ayudó la experiencia de haber hecho este trabajo con chicas en la Argentina, porque las sesiones eran un calco de las de acá, sólo que sin el idioma. Era como un ejercicio de teatro: ahora hacelo, pero sin hablar”.
Es fácil imaginar entonces que, despojada de ese lazo simbólico que es el idioma, Ortego se centró en lo que su mirada capturaba y comprendía de aquel mundo. Recluida en la residencia, rodeada de un idioma desconocido, sin Gmail ni redes sociales occidentales –porque allá están bloqueadas–, empezó a encontrar formas laterales de comunicarse y comprender.
En las fotografías se ve esta mirada: atenta a los detalles, reconcentrada. Las quince preadolescentes aparecen con vestidos de sábado, en posturas blandas, pero alejadas de la retórica visual con que esa edad es cristalizada por la cultura de masas, sin diferenciación de Oriente u Occidente. Los entornos naturales, de un modo extremadamente sutil, también nos dicen algo. Como un susurro se ve un pequeño ideograma en stencil en una pared sobre la que una nena está apoyada. O por detrás de otra aparecen unas flores pasteles en una mampara de tul. La sombra de una planta de hojas espigadas, oriental, se adivina en otro de los fondos. Mínima información idiosincrásica, como si hubiera que descubrirla, dialogando delicadamente con las niñas.
Una de las fotos más singulares es la de una nena con pelo corto y una remera firmada como de viaje de egresados, que dice en grandes letras negras “Rules are for Fools”. Ortego cuenta que esa nena se vistió enteramente de personaje manga y posó en el patio interno del monobloc donde vivía con su abuelita, ayudando a Ortego a sostener la pantalla. Si bien ese retrato no quedó sino el mencionado, quizás sea ésta la imagen más ambigua de una serie en la que dominan prendas y estampados girly.
Para la pregunta obvia –si había diferencias entre las chicas chinas y las argentinas–, Ortego tiene una respuesta bastante sorprendente: “Hay un tema en estas nenas y es que la mayoría, por la política del hijo único, no tienen hermanos. Desde principios de los ’80 que se da esto, por lo que, si bien hay excepciones, creo que pagando una penalidad, hace varias generaciones que es una sociedad de hijos únicos. Y eso, obviamente, genera cosas. Cuando las veía llegar a la sesión de tomas con sus valijitas con los cambios de ropa, aún sin poder hablar, ya percibía la expectativa que hay sobre ellas. Nenas que estaban súper ocupadas, tipo clases de piano los domingos. Eran como unas princesas con todo puesto sobre ellas”.
Quizá por eso en las fotos y en el relato de Ortego sobre las sesiones aparece la importancia que ellas le daban a ese momento. Hay un clima, una concentración particular en esas nenas. La acción básica que implica la fotografía –mirar–, se encarna en las modelos de un modo intenso, por lo acuciante que es a esa edad ser miradas. Encontrarse en ese lugar, en el ojo de una fotógrafa que de algún modo las ha descubierto, las ha recortado de un entorno, es lo que hace que ellas aparezcan en cada imagen encantadoras, enigmáticas, imantadas. Es esa mirada la que hace que se abran como pimpollos, revelando su perfume misterioso. En cada una de ellas, único.
Chicas Beijing (libro y muestra) se pueden ver en Otero, Scalabrini Ortiz 1693.
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