Domingo, 30 de noviembre de 2014 | Hoy
cine Tres años atrás, el mundo conoció quién era Dominique Strauss-Kahn a raíz de su detención en Nueva York: el jefe del FMI, posible candidato a la presidencia de Francia, era acusado de ataque sexual por una empleada del servicio de limpieza del hotel en el que se había alojado. Los cargos serían retirados, pero el golpe fue muy fuerte para el hombre poderoso. Su historia, un caso ejemplar de la trilogía sexo-dinero-poder, fue llevada al cine por Abel Ferrara en Welcome to New York, donde Gérard Depardieu logra el feroz retrato de un cuerpo sin tregua ni límite ni sentimiento de culpa. El retrato de alguien en cuyo espejo también se refleja el formidable trasfondo del propio Depardieu.
Por Mariano Kairuz
En mayo de 2011, cuando acababa de abordar en el aeropuerto JFK el avión que lo llevaría a Francia, el entonces jefe del FMI y precandidato favorito por el socialismo para la próxima presidencia de su país, Dominique Strauss-Kahn, fue convocado por la policía de Nueva York, obligado a bajarse del avión y arrestado bajo el cargo de asalto sexual e intento de violación. La denuncia la había hecho una empleada del servicio de limpieza del hotel Sofitel en el que Strauss-Kahn se había alojado, una mujer guineana de 32 años llamada Nafissatou Diallo. El caso tuvo repercusión en la prensa de todo el mundo, haciendo internacionalmente conocido el nombre del jefe del Fondo Monetario, hasta entonces mayormente ignorado por el público general fuera de Francia.
Eventualmente, el testimonio de Diallo fue puesto bajo “duda razonable” y los cargos se retiraron. La mujer luego inició una demanda por daños y perjuicios que fue arreglada extrajudicialmente por un monto económico no publicado; pero para entonces el cambio en la imagen de Strauss-Kahn ya era irreversible y debió renunciar al FMI y bajarse de la carrera para las primarias presidenciales.
En mayo de 2014, tres años casi exactos después del escándalo, Abel Ferrara estrenaba en Cannes su película sobre el caso, con Gérard Depardieu en el papel de Dominique Strauss-Kahn, aunque bajo otro nombre. De hecho, todos los nombres de los protagonistas fueron cambiados para proteger legalmente a la producción del film de las muy probables demandas por difamación que se le vendrían encima, pero todo el mundo supo desde el momento en que se anunció el rodaje de la película, de qué se trataba esto. Cineasta independiente curtido en la sórdida Nueva York de los ’70 y ’80, pero instalado en Europa desde hace casi una década, Ferrara consiguió completar la financiación relativamente modesta de Welcome to New York con capitales reunidos por Wild Bunch, poderoso agente de ventas y productor francés; sin embargo, a pesar de su carácter local, de la presencia de Depardieu (y Jacqueline Bisset) y su potencial carácter provocativo, la película no consiguió un lugar en ninguna sección oficial del festival de Cannes. La primera percepción que hubo al respecto fue que el festival decidió no involucrarse en un escándalo político, las mismas razones por las que, se creyó inmediatamente en la industria, la película no consiguió un distribuidor dispuesto a estrenarla en territorio francés. Ferrara desestimó todas esas suposiciones automáticas y adujo que las razones del rechazo de su película por el festival eran sencillamente artísticas: a sus programadores no les había gustado ni interesado. (“Son quienes programan el festival y ponen las películas que quieren. Si fuera mi festival, pondría las películas que yo quiero.”) Sin embargo, aclara el cineasta, la localidad de Cannes no es propiedad del festival, así que nada les impedía contratar un espacio para montar una función allí, ya que no dentro, al menos sí durante la muestra, y eso es lo que hicieron Ferrara y Wild Bunch, como modo de lanzamiento de una inusual estrategia: estrenar la película en video-on-demand (“una de las pantallas más grandes del mundo”) para toda Francia y usar la función pública como suerte de avant-première, para concitar el interés de la prensa y parte de la concurrencia internacional. Sin embargo, en opinión de uno de los productores del film, Vincent Maraval, que Welcome to New York no haya tenido una exhibición más tradicional sí es producto inequívoco de un reflejo de autocensura de los medios y los distribuidores franceses. Un allegado a la familia de Strauss-Kahn le advirtió que Anne Sinclair (quien era la mujer de SK al momento del escándalo) iba a dedicar su fortuna a destruir las vidas de quienes hicieron la película. El abogado de SK dijo: “El film es un sorete de perro”. Pero Sinclair se limitó a escribir que no demandaría al film: “No ataco la basura. Escupo sobre ella”.
“Esta película está inspirada en un caso judicial cuyas instancias públicas fueron filmadas, difundidas, reportadas y comentadas en los medios de todo el mundo. No obstante lo cual, los personajes retratados en ella y todas las secuencias que muestran sus vidas privadas son enteramente ficticios, dado que nadie se puede arrogar la habilidad de recrear la compleja verdad de las vidas de los protagonistas y testigos de este caso, acerca del cual cada uno/una tiene su propio punto de vista. En el caso judicial que inspiró este film, la denuncia fue desestimada después de que el fiscal concluyera que la falta de credibilidad de la demandante hacía imposible establecer, más allá de una duda razonable y fuere cual fuere la verdad, qué fue lo que había tenido lugar en el encuentro en la suite del hotel.”
Con esta larga placa aclaratoria arranca Welcome to New York, pero su efecto, a decir verdad, no es el de decirnos “ojo, que puede que nada de esto haya sido así y el pobre Strauss-Kahn haya sido víctima de falsas acusaciones”, sino muy por el contrario, el de advertirnos que aunque nadie tiene pruebas fehacientes del escandaloso acto en cuestión, es muy muy probable que Mr. Devereaux, el porcino, desagradable, incontenible y abusivo político adicto al sexo que interpreta Depardieu, es decir, Strauss-Kahn, sea así como lo muestra la película y que el asunto con la mucama abusada se haya parecido bastante a la escena que estamos por ver.
Acto seguido, un brevísimo clip en el que aparece el actor dando una entrevista en inglés en la que responde por qué aceptó interpretar este personaje y cómo detesta a la clase política y desconfía plenamente de ella.
Tras lo cual, la película se despliega en tres partes de intensidad cambiante, hasta menguante, dejando de a poco los hechos para sumergirse en la reflexión y disolverse en un vago existencialismo. Es decir, de a poco abandona la narración “basada en un caso real” para meterse en ciertas consideraciones sobre el poder, la justicia, la condición de clase, la naturaleza del deseo, las adicciones, el idealismo y hasta la muerte y la fatal frustración de todo idealismo. En las primeras secuencias, Devereaux –una actuación extraordinaria de un corpulento, excesivo Depardieu– y un par de colegas se sumergen en una orgía que, pronto, quedará claro, forman parte de su vida cotidiana: chicas pagas que hacen y se dejan hacer y hasta experimentan o simulan muy convincentemente un enorme placer. Insatisfecho con esto, cuando ya se encuentra en soledad, llega a su habitación de hotel otro dúo de prostitutas de lujo: jadeando y bufando como un verdadero cerdo –literalmente, como un animal obeso al que le cuesta moverse y respirar– Depardieu consigue una interpretación impresionantemente verosímil, en cada acción, cada gesto, en la manera en la que toca a las chicas con la incontinencia de un chico sobreexcitado, como si no supiera qué hacer para abarcar tanto al mismo tiempo. Depardieu está enorme, pero siempre fue enorme, en todo sentido.
Y el Devereaux que encarna, en la versión más amplia posible de la expresión, es un tipo visiblemente acostumbrado a poner sus manos y sus partes donde quiere sin ningún tipo de restricciones e indiferente a todo consentimiento. Ese parece ser el poder para él, al menos el que le interesa: cierta propiedad sobre los cuerpos de otras personas, es la que detenta, o cree detentar, y se hace extensiva a su encuentro un poco fortuito con la mucama africana que entra a su habitación cuando cree que no hay nadie y se topa de pronto con el jabalí saliendo de la ducha, envuelto en un toallón.
“Solo me masturbé en su boca, pero eso fue todo, eso que dicen que hice no lo hice”, dirá, a modo de (¿defensa?) descargo más tarde, cuando su mujer, la adinerada Simone, la Lady Macbeth que hasta entonces estaba dispuesta a hacer lo que fuera para llevarlo hasta la cima del poder, lo guarde bajo fianza en un departamento neoyorquino de 60 mil dólares por mes, lo increpe por seguir haciendo lo mismo de siempre, y decida que a pesar de todo, seguirá poniendo la cara por él en público.
El crítico Scott Foundas escribió que “está bastante claro desde el principio que Ferrara ve el caso DSK menos como un incidente aislado que uno representativo, un eslabón en la cadena de la descomposición capitalista y la explotación del Tercer Mundo por el Primero”.
Algunas de las escenas de la película que más impresionaron, con bastante razón, fueron las de la denuncia, el arresto, y el paso de Devereaux por una cárcel común, a la espera del juicio. Por la naturalidad con que discurren y por lo que dice sobre el sistema de justicia. Los agentes que lo arrestan le hacen saber que no gozará de ningún privilegio por tratarse de un hombre con un cargo influyente. “No hagas ninguna estupidez. Esto no es Francia, estás en América”, le dicen, aunque pronto habrán de imponerse el dinero y las influencias, por supuesto. Pero nada se compara con el momento en que a Devereaux se le ordena que se desnude para registrarlo antes de pasar a la celda común, que da lugar a una imagen imponente del cuerpo de Depardieu: el mismo que unas escenas atrás hacía lo que quería con los cuerpos de otros. La imagen misma del desborde, el exceso y la decadencia, todo junto.
En la tercera parte de la película, las acciones van dando paso a otra cosa. El relato inicial cede paso al drama matrimonial. Devereaux le dice a un psicólogo que “nadie quiere ser salvado”. El no tiene ningún interés en ser salvado: no hay arrepentimiento, sólo tiene para ofrecer excusas vanas. “¿Acaso está mal querer sentirse joven?”, le pregunta a su mujer, que acaba de salvarlo con su dinero. “Vos ibas a ser el próximo presidente de Francia”, lo increpa ella. “Vos querías que lo fuera, yo no, no sabría qué hacer.” Ella es la heredera de una fortuna, él “un simple profesor”, le dice él.
¿Es una película sobre la mugre política o sobre las adicciones?, le preguntaron a Ferrara. “Creo que ambas cosas –contestó el cineasta–. Sobre la naturaleza adictiva de este tipo. La autodestrucción, la manera en que destruye a su familia, lo que le hace a su vida. Su mujer le dice dos veces en la película ‘esto es un desastre’, pero él no lo ve. Es otro de esos films en los que el personaje va del punto A al punto A: no se confronta a sí mismo, no está en posición de decir: toqué fondo, necesito cambiar, no piensa en cambiar. En las conversaciones que tuve con Gérard no hablamos de Strauss-Kahn sino del rey Lear, de una épica; de una tragedia griega.”
Sobre el final, Devereaux emprende un monólogo sobre el idealismo perdido, sobre la caída inexorable, fatal de las izquierdas frente al mundo real. “Encontré a mi primer dios en un aula. El idealismo. Era magnífico creer que todo iba a estar bien. ¿La injusticia? Corregiríamos todos los males. ¿El hambre? Todos comerían hasta saciarse. ¿La pobreza? Un recuerdo distante cuya existencia sería difícil de recordar; la riqueza se distribuiría a cada cual según sus necesidades. Pero cuando llegué al Banco Mundial, el pathos mundial, el infinito sufrimiento inherente a la naturaleza humana se me reveló en toda su horrible manifestación. Entendí la futilidad de pelear contra este tsunami humano. La pobreza es un buen negocio.”
“Es una saga shakespeareana de sexo, dinero y poder”, dijo Depardieu en la conferencia de prensa tras la proyección de la película durante el Festival de Cannes. “Nunca cuestioné la moral de mis personajes. Sí entiendo las pasiones y los impulsos.” Meses después, varios medios citaron a Depardieu –que es siempre el personaje, no importa a quién más esté interpretando– diciendo que no debería haber hecho Welcome to New York, entre otras cosas que no podían pasar desapercibidas, como su nueva nacionalidad rusa (adoptada, dice, para no tener que dejar un 85 por ciento de lo que gana en impuestos), su amistad con Putin, su interés en Cuba, y cómo Francia se está convirtiendo en un lugar sucio, cómo se está yendo a la mierda.
“A Gérard no le interesa interpretar a Strauss-Kahn. Le importa un carajo –dijo Ferrara reafirmando esa sensación que suele quedar de que las películas con Gérard Depardieu son películas de Gérard Depardieu y hasta películas sobre Gérard Depardieu–. ¿Es Strauss-Kahn un genio financiero? Depardieu ha ganado ocho veces más dinero que Strauss-Kahn; SK gasta el dinero del banco, no el suyo. Depardieu, que es un individuo solo proveniente de un pueblito pobre de mierda del medio de la nada, hizo como mil millones de dólares en su vida. Tiene un pozo petrolero en Cuba. Es un verdadero loco. Un icono. ¿Cuántos tipos como él existen? Yo le dije: ‘ey, tu vida es 35 veces más interesante que la de cualquier otra persona’. Me contó historias; yo investigué un montón sobre Strauss-Kahn, pero este tipo lo encarnó. Está en otro nivel, como Harvey Keitel: lo que otros piensan hacer, él sencillamente lo hace. Cuando apareció el Viagra, fue como el crack para tipos como DSK y Berlusconi, veteranos con poder, y les hizo creer que tenían que coger mucho. A Gérard le hablás del dinero, y él ganó más; le hablás del Viagra y te dice: ‘Yo me la inyecto directamente en la pija’. No hay nada que se le pueda enseñar a este hombre. La película fue posible gracias a él. Me dijo que conocía mi trabajo, que la iba a hacer por nada, y el dinero apareció. No quiero ni saber de dónde lo sacó”.
La mujer y el abogado de Strauss-Kahn podrán patalear, pero está claro que no es el actor el que tuvo que proyectarse para encarnar a alguien más grande, más importante o interesante que él. Muy por el contrario, debió reducirse a sí mismo para meterse en uno de esos poderosos perversos tan comunes, tan vulgares como el ex jefe del FMI. El único verdadero desafío que le queda a alguien como Depardieu sería, acaso, interpretarse a sí mismo, en todo su enorme horror y esplendor.
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