Domingo, 7 de diciembre de 2014 | Hoy
CINE Ridley Scott ya tiene 77 años y es uno de los directores más requeridos, eficientes y, por qué no, mercenarios de este Hollwyood. Ahora se le atreve a una épica bíblica, Exodo: dioses y reyes, es decir, la historia de Moisés, las diez plagas de Egipto y la partición del Mar Rojo. Y la verdad es que, una vez superados los prejuicios de ver a Christian Bale (ex Batman, blanquísimo galés) como el profeta en cuestión, la película es divertida, demente, violenta y con todos los tics de los superhéroes, incluyendo protagonista conflictuado y una dosis de racionalidad inconformista que, ante todo, piensa en los espectadores del siglo XXI y los aleja de aquellos tiempos inocentes de Charlton Heston.
Por Mariano Kairuz
“No puedo dirigirme a los productores y decirles: vamos a filmar esta película de 150 millones de dólares con Mohamed no-sé-cuánto. Nunca la hubieran financiado, no hubiese habido película, así que sencillamente no lo consideramos. Nunca fue un tema.” Con estas palabras, el veterano pero más activo que nunca Ridley Scott (77 recién cumplidos) echa por tierra toda la polémica que algunos medios periodísticos, foros online y otros vigiladores culturales intentaron encender en torno del estreno de Exodo: dioses y reyes y al hecho de que sus protagonistas, los personajes bíblicos Moisés y Ramsés, estén interpretados por muchachos occidentales, más bien blancos, como el galés Christian Bale y el australiano Joel Edgerton, y no por mediorientales o por lo menos por actores más mestizos, de acuerdo con nuevos parámetros de credibilidad y verosímil narrativos que, se creería, no son los mismos que los de hace casi medio siglo, cuando el tan rubio Charlton Heston abrió el Mar Rojo dejando una de las imágenes más icónicas de la historia del cine bíblico. También hubo quejas –de la “atenta” comunidad online, según reportó durante el rodaje el Sydney Morning Herald– de que la Gran Esfinge de Giza tiene en la película un perfil europeo. Quejas que se dispersarán como arena en el viento si el público global al que está destinado abraza esta nueva y cara versión del éxodo diseñada para, se ha dicho, un mundo menos creyente.
Porque la verdad es que la de los actores occidentales y, un detalle nada menor, angloparlantes, es una de esas convenciones a las que llevamos acostumbrados tanto tiempo como el que lleva el cine entre nosotros (y más, si contamos otras formas de representación) y ni siquiera son las únicas y lo mismo pasa en Hollywood con universos mucho más cercanos (como el de la Segunda Guerra y sus falsos nazis, que de alemanes sólo tienen un acento caricaturesco) y a esta altura es un poco infantil reclamar por todos esos detalles si lo que importa, en el fondo, es que el procedimiento dramático sea eficiente y potente y nos haga olvidar de todo eso, como el público de 1956 pretendió felizmente ignorar el cartón pintado en el que está diseñada la partición del Mar Rojo en aquella ridícula pero a su vez inmortal segunda versión de Los Diez Mandamientos de Cecil B. De Mille. Por supuesto que cualquier bien pensante querría creer que vivimos en un mundo más abierto y dinámico que medio siglo atrás y que por lo tanto debería haber estrellas de las “razas correctas” para interpretar a estos personajes, pero pensándolo sólo un poco, queda claro que no, no existen dos estrellas medioorientales capaces de convertirse automáticamente en garantes de una producción de 150 millones de dólares y eso en todo caso habla más de la actualidad del mundo por afuera del cine que de las taras hollywoodenses.
Hecha la aclaración, hay que decir que pasados unos primeros minutos de diálogos un poco inverosímiles y actuaciones y gestos demasiado modernos para una épica ambientada en el 1300 y pico antes de Cristo, y asumido que ese muchacho, Bale, viene de hacer Batman tres veces, y ahora se mete con total convicción en la piel de un Moisés guerrero, ya está, no hay más motivos de risa; ése es John Turturro, esa Sigourney Weaver, ese otro Ben Kingsley y podemos seguir adelante con la historia. La pregunta que suele hacerse es la de siempre: ¿para qué molestarse en volver a contarla si ni siquiera va a ser una versión realista para el público educado del siglo XXI? Bueno, lo cierto es que Moisés no es un personaje que se haya representado tantas veces en el cine. No en producciones masivas y relevantes, al menos. La última fue la del film animado El príncipe de Egipto, de 1998, donde le ponía la voz Val Kilmer, y ni siquiera tuvo el éxito al que Dreamworks había apostado con su multimillonaria promoción. En el medio hubo varias encarnaciones televisivas, si contamos las de South Park y una grabación de la puesta teatral de un musical basado en Los Diez Mandamientos, en la que Moisés era, de nuevo, Kilmer; así como otra película animada narrada por Ben Kingsley, que ya había ocupado el rol protagónico en el telefilm Moisés, de 1995 (se puede ver entero en YouTube, pero, de verdad, ¡esto no es una recomendación!). Sí, Kingsley, alias Gandhi, el mismo que en el film de Scott interpreta a Nun, el sabio hebreo que le abre los ojos al Moisés de Bale a su pesar, le cuenta su origen, la matanza de los niños hebreos, la canasta navegante, la historia de su rescate y adopción, y el lugar que está llamado a ocupar entre los suyos aunque no le guste. A lo que el joven racionalista, descreído de magias y otras artilugios, bastante inconmovible, le responde primero con desdén. Y antes de estos Moisés, hay que remotarse a comienzos de los ‘80, y a La loca historia del mundo parte 1, de y con Mel Brooks, y antes de eso a Heston y, como ha dicho Bale, “no se puede ser más Heston que Heston”, así que él y Scott y los cuatro guionistas (incluido Steve Zaillian, el de La lista de Schindler y Pandillas de Nueva York) se pusieron a hacer otra cosa. Más o menos, o con más o menos éxito en todo caso, lo dicho al principio: una épica del Antiguo Testamento para un mundo menos creyente.
Tampoco es que Exodo: Dioses y Reyes sea la versión racionalista que intenta explicar en términos plausibles toda la magia y los trucos divinos contenidos en los textos sagrados. Más bien por el contrario, Scott, Zaillian y compañía imprimen la leyenda con el mismo nivel de demencia y superchería de las películas de superhéroes, pero lo hacen con todos los tics modernos del Hollywood del 2014 después de Cristo: con héroes conflictuados que no saben bien lo que quieren ni en qué están dispuestos a creer, y pensando en espectadores que sólo creen en aquello que pueden ver con sus propios ojos, es decir, en efectos digitales hiperrealistas en 3D. Y por lo tanto, se hace hincapié en el conflicto entre los hermanos, en el que el hijo adoptivo del Faraón tiene claramente mejores condiciones de líder y de guerrero que el sanguíneo, y que por lo tanto este otro no tardará, a la muerte de su padre, en convertirse en un sucesor irracional y resentido, que habrá de expulsar a Moisés en cuanto se cruce ese pequeño asunto de la sangre hebrea. Y luego, en su primer, traumático, encuentro con Dios, Moisés –ya expulsado de la corte– no quiere saber nada con la misión que están por encomendarle. A todo esto, en un detalle que ha sido muy discutido, Dios se le aparece en la forma de Malak (según la literatura del judaísmo, un enviado angelical), un nene de unos diez años. Pero cada vez que Moisés habla con el niño, quienes lo observan lo encuentran hablando solo. Sin arriesgar hipótesis revolucionarias ni mucho menos, Exodo... pone en juego un componente de locura ligado a la fe que la vuelve menos pétrea que su monumental antecesora con Heston. La locura fue de hecho la marca de la fallida, pero entretenida y definitivamente rara otra superproducción bíblica del 2014, el Noé de Aronofsky con Russell Crowe. Locura y violencia: eso es lo que hay en ambas películas, eso es lo que hay en la Biblia, y acá aparece la representación del Dios del Antiguo Testamento que, no hay dudas, era particularmente jodido, y quería que sus criaturas aprendieran la lección, aunque fuera por las malas. Esa era la otra gran declaración de Scott cuando recién empezaba a trabajar en esta película, mientras promocionaba Prometeo (la precuela de Alien, que a su modo tenía bastante que ver con la búsqueda de Dios), citando al Paraíso perdido de Milton, y reconociendo que, en ocasiones, desespera: “Parece una palabra muy fuerte, pero si uno agarra el diario todos los días, cómo no perder las esperanzas frente a lo que ocurre en el mundo y a cómo nos vemos representados como seres humanos. Las decepciones y la corrupción son brutales a todo nivel. Y la mayor fuente del Mal por supuesto es la religión. ¿puede alguien pensar en una religión buena, una que sea amable y tolerante?”. En parte por esto, y porque le permite poner a prueba el material que está narrando, es que Scott cree, ha dicho, “que es una condición ventajosa ser un cineasta agnóstico”.
Justin Chang, uno de los principales críticos de la revista Variety, y firme defensor de Exodo..., es quien mejor define ese giro contemporáneo que parece buscar la película: “(Aunque Scott) tiene claramente una historia tremenda entre manos, enfrenta el desafío de vendérsela a un público más difícil de impresionar que aquel que recibió con los brazos abiertos las épicas biblicas de otros tiempos. Lo que es sorprendente del genuinamente imponente psicodrama del Antiguo Testamento es el grado en el que se sale con la suya al conjurar un espectáculo poderoso a la vez que hace de su propio escepticismo una potente fuente de conflictos morales y dramáticos. Si este estimable relato de cómo Dios mandó a su gente fuera de Egipto parece una película para una época decididamente secular, puede decirse que su aproximación no doctrinaria se acerca más a penetrar el misterio de la fe que lo que un acercamiento más fiel podría haberlo logrado. Como Noé, el otro blockbuster judeocristiano inconformista del año, esta es una mirada inusualmente inteligente, respetuosa pero para nada reverente de las Escrituras”.
Dicho lo cual, cuando arranca la larga secuencia de las diez plagas, todos los espectadores empezarán a sentir ese raro milagro de la comunión cinematográfica, cuando el dinero que se obló por la entrada empieza a rendir: ahí están las ranas, las langostas, los mosquitos, el granizo, la larga sombra que se lleva a los primogénitos egipcios, y son imágenes impresionantes. La larga plegaria contra las remakes se hace escuchar: para esto es que la volvieron a contar. La saga del diosito oscuro, salvaje, vengador, tan proclive a ejercer el castigo y la pena capital, arranca, por supuesto, con el Nilo tiñéndose de rojo y sólo vamos a decir una cosa para no arruinársela a nadie: ¡co-co-dri-los gigantes! Cecil B. De Mille se revuelca en su tumba, putea, jura que él con efectos digitales como éstos hubiera dejado a todos estos cineastas modernos como corderitos. Seguro que Yul Brinner sí que era un malo con garra al lado del blandengue Ramsés de Edgerton, a quien sin embargo le toca una de las mejores frases de la película, cuando, aplastado (pero aún sin darse por vencido) por las plagas, pregunta: “¡¿Qué clase de fanáticos veneran a semejante Dios?!”
Se ha escrito por ahí tambien que Scott se propuso presentar la secuencia del Mar Rojo como un fenómeno de la tierra, despojarlo de su carácter mítico y religioso, convertirlo en, apenas, la retracción de las aguas previas a la furia de un tsunami. No teman, fieles, que no es así: si bien es cierto que varios documentales recientes del History Channel se han consagrado a registrar estudios que buscan explicar científicamente las plagas –el Nilo podría haberse teñido mediante una infestación tóxica de algas rojas, que existen y son fatales; unas algas azules podrían haber expulsado a las ranas fuera del mar, sin ranas se multiplican los insectos, etcétera– lo que Scott busca hacer “realista” en su película es la representación visual del Mar Rojo que se abre, para desterrar de una vez por todas al Moisés que le hacía una mágica raya al medio a la pantalla en 1956.
Pero la película con la que se mide Exodo... no es en realidad Los Diez Mandamientos sino Gladiador, el último intento verdaderamente exitoso de Scott de dominar el cine épico, y la verdad es que a la historia de Moisés y Ramsés difícilmente podía irle tan bien como a la de Russell Crowe, por la sencilla razón de que la saga individualista del centurión vengativo e iracundo es más acorde con los tiempos que corren que el relato de una gesta masiva, comunitaria que forma parte de la historia de origen de un pueblo entero, de una nación, que a su vez sigue siendo el centro de algunos de los conflictos más calientes del mundo contemporáneo.
Es decir, se trata de Scott que no para de filmar y de edificar una obra monstruosa, enorme, desparejísima, que incluye al menos tres de las películas más influyentes del cine de los últimos 40 años (Alien, el octavo pasajero, Blade Runner, eventualmente Gladiador; si se quiere, a su modo, Thelma y Louise), que ha tenido fracasos menores y otros más bien monumentales (Cruzada, o Kingdom of Heaven), y que –según escriben algunos de sus biógrafos– tal vez por haber debutado como director tarde, casi a los 40, con su celebrada adaptación de Conrad Los duelistas, ha pasado estos últimos treinta y pico tratando de recuperar el tiempo perdido, completando 22 films hasta ahora como director, muchos más como productor, y una cantidad sorprendente de proyectos para el futuro para un muchacho de 77. Entre ellos, la demorada secuela de Blade Runner (que ya dijo que producirá pero no dirigirá) y otra expansión del universo de Alien, con Prometeo 2. Por lo pronto, su último opus termina con una dedicatoria que no podía pasar inadvertida: “A mi hermano, Tony Scott”. Prolífico como él, Tony se suicidó dos años atrás lanzándose desde un puente de Los Angeles. En la entrevista que le concedió al periodista Scott Foundas para Variety por Exodo..., Ridley habló de este episodio por primera vez. Le contó que para él también fue una sorpresa y una amargura –Tony era su socio y confidente– pero reconoció que estaba enfermo de cáncer. Ambos perdieron a un tercer hermano, menor, por cáncer de piel, a los 45 años, en 1980. “Hoy extraño a un amigo. Yo lo acompañaba siempre que estaba en recuperación: a veces le decía, al carajo la quimio, vamos a tomarnos un vodka martini, y salíamos.”
A los 68, Tony (El ansia, Top Gun, Déjà Vu, Hombre en llamas) parecía que no tenía planeado dejar de filmar jamás. Como su hermano mayor, Ridley. “¿Qué voy a hacer si dejo de hacer películas? –dice Ridley–. ¿Sacar a pasear al perro?”
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