Domingo, 7 de diciembre de 2014 | Hoy
VIDEO En el galpón de Parque Patricios que alberga al espacio de arte experimental Móvil se puede ver Día 1, la tercera instalación individual de Tomás Maglione. Cámara en mano, Maglione se desplaza por la ciudad como un sonámbulo o un zombie, pero bajo autoconsignas que lo emparentan con un predador metódico, en una inquietante mezcla de errancia y procedimientos obsesivos.
Por Guadalupe Chirotarrab
La sombra de una figura humana se erige estática ante el tránsito que la atraviesa. Se ve una silueta torturada por el movimiento de los autos que se infla y deforma, deviene monstruo de garras tensas, joven inmóvil con capucha, alma de pasto, reflejo intermitente de colores vibrantes. El exceso de luz que la rodea revela el flujo de su campo energético. La imagen del mutante delata el cuerpo del observador. Es Tomás Maglione, el autor de los seis videos proyectados en simultáneo en el galpón de Parque Patricios en donde se aloja el espacio de arte experimental dirigido por Alejandra Aguado y Solana Molina Viamonte.
En Día 1, la tercera muestra individual de Maglione, se accede a una atmósfera iniciática. Sus escenas parecen captadas y construidas por quien sale a la ciudad vacío, sin memoria. Las palabras y las cosas se perciben como desvíos que desconocen la organización habitual de sus propios territorios. Cámara en mano, Maglione se desplaza como un sonámbulo o un zombie pero bajo autoconsignas que lo emparentan a un asesino que sigue con la mirada fija la espalda de su víctima inadvertida. La coexistencia entre la ligereza del errante y la obsesión procedimental lo hacen hipersensible a las fugas de su entorno.
Una vez que las imágenes en movimiento fueron trasladadas a las salas de exhibición, no fueron sólo ellas las que continuaron moviéndose, sino los espectadores. Según Boris Groys, en una típica visita a una muestra sería “inapropiado” hacer el esfuerzo de ver de principio a fin cada una de las múltiples filmaciones que la conforman. La instalación de videos requiere una contemplación que el teórico alemán caracteriza como fría al superar el aislamiento interno del espectador detenido ante una obra individual. Su objetivo, en cambio, es producir la repetición sostenida del gesto de mirar, una y otra vez, como una acción en loop. Es a partir de esta forma de experiencia desde donde podría abordarse la muestra de Maglione: sus registros surgen justamente del uso insistente de un tiempo de sobra, inasible.
LA ALTERACION DE SENTIDOS
Cuelgan auriculares a unos metros de la imagen de un rostro masculino. El encuadre cerrado sólo muestra su perfil, su gorra, el tatuaje en su cuello y las tres tiras blancas sobre el hombro de un buzo azul. En el fondo emergen destellos desenfocados de luces nocturnas. Ese hombre se toma unos segundos antes de comenzar a leernos (desde el auricular a nuestros oídos), uno a uno, los títulos de las películas en DVD que se disponen delante de su cuerpo. Su voz varía entre dos notas. Persistente, la enumeración conforma los versos de un poema oscilante: “Todo lo que necesitamos es amor, Todo lo que necesitamos es amor / Gracias por compartir / Bajo la misma estrella, Bajo la misma estrella / No te enamores de mí / Trascender, Transformer, Transformer”. La subversión surge de la manipulación sutil de lo cotidiano. Mediante las leyes que guían sus acciones, Maglione corrompe el origen de las palabras y de quien las enuncia: el vendedor deviene rapero y la sucesión de títulos, un discurso estético.
La voz del artista aparece en otro video mientras corretea tras las páginas de un periódico arrastrado y vapuleado por el viento, al que intenta leer incansablemente bajo la premisa de atender a toda superficie que se detenga visible. No importa lo que dice, ni de dónde viene. Su interés está en las reglas de un juego que provoca movimientos y sonidos cuyas cadencias responden al antojo aleatorio de la naturaleza, desvaneciendo cualquier aspiración de control. El procedimiento por el cual el cuerpo se reconoce a través de lo que llama su atención inútil y dirigida lo hace pertenecer a sus propios pasos. Las derivas de Maglione, a diferencia de las que promovían los situacionistas, se ven vaciadas de todo anhelo político, ya que su andar sin objetivos no parece brindarse especialmente a ningún alienado a quien señalarle el tedio de su vida rutinaria.
La llama de un encendedor filmada desde la esquina de la avenida Pueyrredón y Guido coincide con la copa de un ciprés distante. El minuto en que se sostiene la grabación del video antes de que el artista se queme el dedo es suficiente para tentarse a reproducir el acto bobo. Es que, a veces, “cuanto más estúpido, más frente a las cosas se está”, decía Clarice Lispector.
Hacia el fondo de la sala una geometría fija contrarresta la inestabilidad que tiñe la exhibición: el amanecer se percibe mediante la desaparición de una sombra en forma de rombo perfecto. La transformación cromática lenta de la figura inmóvil intensifica la emergencia de un azul profundo que se textura sobre la tierra. La hipnosis que ejerce es el estado ideal para encontrarse con los 30 segundos de completa oscuridad que inundan la sala cuando los videos se sincronizan.
Entre sombras que podrían encontrar algún antepasado en el film noir e instantes con aires de metafísica y abstracción, la muestra produce un microclima. La ciudad, tan reconocible como ajena, se torna múltiple en sus pliegues. Las videos de Maglione emanan una empatía poco común en el desarrollo de su medio. No parecen requerir demasiado esfuerzo para involucrarse. Proponen formas de ocupación de un tiempo que no se entiende como improductivo sino, más bien, valiosamente desperdiciado. Y es en ese derroche somnoliento y cuasi metódico en donde coexiste la posibilidad de contemplar, aburrirse, escuchar con atención, jugar, desviarse o suspenderse sobre la acumulación aleatoria de una mirada tras otra.
La confianza en esa abundancia del tiempo decanta en una imagen pequeña ubicada en lo alto: la palabra Eterno se borronea, se derrite progresivamente pero, igual, nunca desaparece del todo.
Día 1, de Tomás Maglione.
Hasta el 20 de diciembre
Móvil (cheLA).
Iguazu 451, Buenos Aires.
Viernes y sábados de 15 a 19 hs.
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